jueves, 21 de agosto de 2025

La imaginación artificial


 Ya desde el siglo pasado se pudo comprobar que la relación del ser humano con las nuevas tecnologías no era lo racional que se suponía sino lo emocional que se obviaba. Eso trae consecuencias. Tienen toda la razón los autores de este libro en que las relaciones que el sujeto mantiene con la tecnología son (siguen siendo) principalmente de carácter metafórico (71). Sin embargo, las fusiones metafóricas de términos llevan a confusiones conceptuales ya desde el título mismo:  la imagen en acción de un algoritmo no es sinónimo de la imaginación de un cuerpo. En otros términos: no hay una imaginación artificial como tampoco una inteligencia artificial de la que sería una “rama” aquella. Bien es cierto que, a pesar de la pulsión metafórica que linda a veces con lo kitsch, no pueden por menos de reconocer que “Internet se puede considerar, pues, un viento espiritual sin espíritu, de la misma manera que la IA es una inteligencia sin alma, sin conciencia y, por lo tanto, sin verdadera inteligencia” (173).

Hay en el libro un gran esfuerzo teórico erudito para tratar de entender los procesos de la llamada imaginación artificial. Se despliega en dos momentos expositivos:  la descripción del proceso técnico y sus resultados (escaso) y el intento de explicitar sus fundamentos teóricos (la mayor parte). Ambos momentos están desconectados hasta el punto de que parece que estamos, no solo ante dos autores distintos, sino dos libros diferentes. Efectivamente, uno de los libros podía comenzar en la página 263 con su título de “Síntesis de imagen” y el otro con la introducción que parafrasea el papel del estresado conejo blanco de Alicia en el país de las maravillas. La difícil amalgama de ambos procedimientos sume al lector en la perplejidad. Quizá un poco tarde se advierte que “este no es un libro técnico” pues “de lo que se trata básicamente es de recubrir la osamenta descarnada de la técnica con una capa de carnosidad reflexiva” (245). Quien se pregunte por la naturaleza de esa “carnosidad” tiene una respuesta que se repite a lo largo del libro: “Digámoslo ya de una vez, la única forma que tenemos para desviarnos es recurrir a la metafísica, esa región filosófica que la cultura tecnocientífica practicista, cuantitativa y obsesa con la exactitud y el control quiso anular para siempre” (198). Sorprende, no obstante, que conciban la “nueva ontología” articulada en torno a la “realidad virtual”, metáfora en desuso hace tiempo.

 De modo que el libro es muy interesante cuando se describen los diferentes modelos y procesos técnicos de la imaginación artificial. Se pierde el interés cuando insisten en tratar de exponer sus fundamentos, la “carnosidad reflexiva” devenida obesidad mórbida, en divagaciones teóricas ajenas a ella, cuando no contrarias. Así la recurrencia a Deleuze y Guattari, Lacan, salpimentado con Heidegger y apelaciones y repeticiones innecesarias de la palabra “ontología”. No se ve la vinculación con los procesos técnicos, sino que funcionan como imaginarios filosóficos, tópicos, citas de adorno periféricas. Se mencionan todos los elementos “irracionales” de la imaginación, como sueños, deseos e inconscientes de variado signo (“inconsciente colectivo artificial”) en una táctica parecida a las “iluminaciones” en que todo ocurre mezclado en una aparente estructura. Pero si se pretende hablar de filosofía, de ontología y de metafísica, entonces resulta extraño que no se hable en rigor de ellas y no se mencione lo más importante de la imaginación que se puede encontrar en su historia: como la facultad de conocimiento mediadora entre entendimiento y sensibilidad. La gran facultad de la modernidad y del humanismo no idealista. Esta es la imaginación corporal de la filosofía y no una supuesta imaginación artificial, más bien un DJ, mezcla y remezcla, como índice de complejidad, que es la operada por el algoritmo. En este caso la imaginación artificial sale del campo de la reproducción y va al de la apropiación. Afortunada en este sentido la referencia a Agustín Fernández Mallo.

El objetivo declarado en el libro es promover un “poshumanismo ilustrado”. La ausencia de la "t" habitual indica que no abandona el humanismo sino que va en "pos" de él.  Ya no centrado en la IA (Inteligencia artificial) sino en la ImA (Imaginación artificial), no en la inteligencia sino en las imágenes. Se trata, según los autores, de combinar el “pensamiento técnico” con el “pensamiento estético” para producir un “humanismo potenciado” (322), “torciendo” el signo capitalista actual de las tecnologías. La referencia que hacen a Sanguinetti resulta orientativa en cuanto a las intenciones. Es “ilustrado” pero, matizan, la imagen que se genera no ilustra una idea, como es habitual, sino que el texto es ahora la ilustración de una imagen. Imágenes, que recalcan los autores, tienen el carácter de ser irrepetibles, efímeras, múltiples y originales, “únicas” precisamente por ser múltiples. 

Introduciendo el prompt "Imágenes de poshumanismo ilustrado" el programa Recraft arroja las siguientes imágenes:


Son imágenes nuevas, en el sentido de recién hechas, pero no diferentes a las que pueblan los imaginarios estéticos que vienen del siglo XX, todas con un denominador común: retrofuturo. Si en el prompt se incorpora la “t” (posthumanismo) entonces sale la estética Blade Runner y afines, más oscura, de “futuro negro”. El programa ha sintetizado algunas de los miles de imágenes que hay en la base de datos etiquetadas según las instrucciones dadas al introducirlas. El resultado en este caso es una estética clásica de retrofuturo que mezcla lo bello con lo sublime asistida por los nuevos espectadores, sin naufragios. Puro "Senhsucht" (anhelo, nostalgia) tecnorromántico. No hay un más allá. Es la imagen "más acá de la imagen". 

lunes, 18 de agosto de 2025

jueves, 14 de agosto de 2025

Sanguinetti. Tecnohumanismo.

 



“A esta altura debería quedar claro que con «educación estética» de la inteligencia artificial no me refiero a enseñarle a pintar retratos o escribir haikus. Me refiero a entrenarla para leer el único lenguaje en el que podemos explicarle quiénes somos y qué queremos. Y esta tarea se volverá más urgente a medida que las máquinas sigan avanzando en el dominio de tareas humanas.

Hay algo paradójico en la idea de que la estética sea la vía por la que podemos transmitir formalmente a una máquina todo lo vivo, complejo, contradictorio, múltiple que encierra el ser humano: ha tenido que ser la tecnología la que nos demuestre que la belleza no resulta un lujo accesorio, sino el código de lo que somos, el lenguaje con el que está escrita nuestra identidad”.

Schiller postuló una “educación estética” del hombre y ahora Sanguinetti nos propone una “educación estética” de la inteligencia artificial en el género humano. Los dos coinciden en el medio: educar en la belleza. Quizá también en la convicción de Schiller de que a la libertad solo se llega a través de la belleza. Dado que una de las bases de mi humanismo tecnológico ha sido esa necesidad de la educación estética la lectura de este libro ha sido una grata sorpresa. Primero porque, como dice el autor, se ha escrito mucho sobre los aspectos éticos de la inteligencia artificial, no así de los estéticos. Lo que no obsta para que el autor proponga también una narrativa “ética” sobre la inteligencia artificial. Segundo, porque no se confunde (aunque estén relacionados) estética con arte y, tercero, porque hay una concepción de la belleza (se aprecia en el texto citado) alejada del esteticismo habitual cuando se reivindica. Una belleza que ya no es la “armonía forzada” criticada por Adorno sino el lenguaje de la contradicción, complejidad y pluralidad de la vida humana. La educación propuesta es todo un reto: utilizar el lenguaje de la belleza para hablar con el algoritmo y viceversa. Más aún: “Solo a través del arte entenderemos a la máquina y solo a través del arte la máquina nos entenderá a nosotros”. Esto último es más complicado y creo que no ayudan precisamente las apelaciones esencialistas del autor a la “téchne” en Heidegger o su nostalgia vintage del “aura” en Benjamin. Se avienen mal con la caracterización espléndida que hace en otro momento del arte (guardando paralelo con la de la belleza) como “mímesis de lo complejo”.

Pero, sobre todo, lo que me parece más notable de este libro excepcional, claro y muy bien escrito, es la insistencia en que hace falta lo que denomina “una nueva narrativa” respecto a la que se ha utilizado y se utiliza con la inteligencia artificial. Ya no se trata solo de los imaginarios ciberpunk del siglo pasado, las posturas poco matizadas a favor o en contra sino de la presentación “antropomórfica” de la inteligencia artificial.  Efectivamente, una “nueva narrativa” simplificaría mucho las discusiones sobre términos como “creatividad” y “original” que se dan hoy día en la (mal) llamada “estética artificial”. Yendo más lejos y, si como bien dice el autor, “pensamos con todo el cuerpo” creo que no tiene mucho sentido hablar de una inteligencia “artificial” y tampoco (me ocuparé de ello en el próximo post) de una imaginación “artificial”. Es contrario al humanismo tecnológico, al menos tal como yo lo entiendo. El “relato”, dice el autor, acentúa unos aspectos de la realidad y silencia otros y lleva a un desplazamiento de la responsabilidad de los sujetos. Apunta muy bien que no se trata tanto de saber cómo funciona la IA sino “para qué queremos usarla”. En definitiva, concluye, que falta “un “relato diseñado” sobre el humanismo, lo que le lleva a preguntarse: ¿"Tenemos el humanismo que necesitamos?”. Estamos invitados a la respuesta.

 

 


viernes, 8 de agosto de 2025

Riefenstahl, de nuevo

 



Quien se imagine la película desde el cartel anunciador se llevará una sorpresa. No se trata de una película conmemorativa, como podía sugerir la apariencia de máscara mortuoria, sino de actualidad, al menos es lo que declara el director en entrevistas. Ve el desfile de El triunfo de la voluntad desde el contrapicado de Putin presidiendo los de la Plaza Roja y el "relato" de Leni a lo largo de los años desde las fake news de Trump. Sin descartar a Orban. No es el enfoque de esas magníficas series y películas recientes en las que se vuelve sobre ese mismo pasado sin saber, como dice el protagonista de Babylon Berlin, qué pasará después. Aquí, resabiados, se hace desde la actualidad de esa ideología y esa estética, siempre según el director. Con el objetivo de "advertir" a los jóvenes con lo que pasó sobre lo que está pasando.
Ese objetivo no se cumple por la torpeza del director. Leni Riefenstahl sale reforzada de esos viejos intentos de lo que Jünger señalaba ya como "el moralizar a mi costa". Merece, sin embargo, la pena verla por el material menos conocido de entrevistas televisivas y material fotográfico de su ingente legado de que han podido disponer. Están las consabidas fotografías con Hitler y Goebbels. Pero en cuanto pone "sus" imágenes, ya sea de La luz azul, las películas de montaña y, sobre todo, Olympia, se evidencia "el poder de las imágenes" que fascinó y sigue fascinando, sin que haya un análisis adecuado de las mismas. Ya le pasó a Alexander Kluge con Brutalidad en piedra (1961): el tiro de la moralina sale por la culata de la estética. Sin entender, no es posible juzgar para no volver a repetir. Las imágenes totalitarias florecen especialmente en las democracias de cortas entendederas. Esta película, a pesar de las "buenas intenciones", es una notable contribución al posfascismo posmoderno. 

domingo, 3 de agosto de 2025

pensar en el arte esencial

 Una de las caracterísiticas del pensar en el arte esencial es el pensar que se vuelve contra sí mismo y el pensar contra sí mismo. Lo primero se refiere al pensar que desconfía de su propia historia y que se vuelve contra ella en busca de sus orígenes. Una de las características del siglo XX es el pensar que se vuelve contra la filosofía. Lo segundo a ese momento de autoreflexión del pensar en el sujeto que ve imposible la pureza de intención kantiana, precisamente por el imperativo de la “facticidad” (Heidegger) o de la “situación”(Sartre)  misma. La “inautenticidad” heideggeriana, la crítica a la sociedad de los frankfurtianos, las mismas descripciones de Sartre, revelan una cotidianidad negativa. El pensar del pensamiento esencial es un pensamiento negativo. En guardia no sólo sobre las realizaciones de los otros, sino sobre sus intenciones mismas, por esa misma situación fáctica. La dialéctica y el pensamiento negativo, transitorio, es consustancial, porque son conscientes de la radical ambigüedad en la que viven. Todos quieren superar el idealismo y el romanticismo, pero son deudores suyos. Es un pensamiento trágico que tiene que consumar y llevar hasta sus últimas consecuencias aquello contra lo que se rebela. Revelación y rebelión son dos palabras que van unidas. Como en la tragedia griega su acto de libertad tiene lugar en el momento en que la pierden. Llama la atención que no hayan escrito una ética, aunque hayan hablado de ello. El que sólo se pueda intentar ser auténtico desde la inautencidad confiere a la meditación del presente una dimensión trascendente que lo inscribe en el ámbito de la religión.