“A esta altura debería quedar claro que con «educación
estética» de la inteligencia artificial no me refiero a enseñarle a pintar
retratos o escribir haikus. Me refiero a entrenarla para leer el único lenguaje
en el que podemos explicarle quiénes somos y qué queremos. Y esta tarea se
volverá más urgente a medida que las máquinas sigan avanzando en el dominio de
tareas humanas.
Hay algo paradójico en la idea de que la estética sea la vía
por la que podemos transmitir formalmente a una máquina todo lo vivo, complejo,
contradictorio, múltiple que encierra el ser humano: ha tenido que ser la
tecnología la que nos demuestre que la belleza no resulta un lujo accesorio,
sino el código de lo que somos, el lenguaje con el que está escrita nuestra
identidad”.
Schiller postuló
una “educación estética” del hombre y ahora Sanguinetti nos propone una
“educación estética” de la inteligencia artificial en el género humano. Los dos
coinciden en el medio: educar en la belleza. Quizá también en la convicción de
Schiller de que a la libertad solo se llega a través de la belleza. Dado que
una de las bases de mi humanismo tecnológico ha sido esa necesidad de la educación
estética la lectura de este libro ha sido una grata sorpresa. Primero porque, como dice el autor, se ha escrito mucho sobre los aspectos éticos de la
inteligencia artificial, no así de los estéticos. Lo que no obsta para que el
autor proponga también una narrativa “ética” sobre la inteligencia artificial. Segundo,
porque no se confunde (aunque estén relacionados) estética con arte y, tercero,
porque hay una concepción de la belleza (se aprecia en el texto citado) alejada
del esteticismo habitual cuando se reivindica. Una belleza que ya no es la
“armonía forzada” criticada por Adorno sino el lenguaje de la contradicción,
complejidad y pluralidad de la vida humana. La educación propuesta es todo un
reto: utilizar el lenguaje de la belleza para hablar con el algoritmo y
viceversa. Más aún: “Solo a través del arte entenderemos a la máquina y solo a
través del arte la máquina nos entenderá a nosotros”. Esto último es más
complicado y creo que no ayudan precisamente las apelaciones esencialistas del autor
a la “téchne” en Heidegger o su nostalgia vintage del “aura” en Benjamin. Se
avienen mal con la caracterización espléndida que hace en otro momento del arte
(guardando paralelo con la de la belleza) como “mímesis de lo complejo”.
Pero, sobre
todo, lo que me parece más notable de este libro excepcional, claro y muy bien
escrito, es la insistencia en que hace falta lo que denomina “una nueva
narrativa” respecto a la que se ha utilizado y se utiliza con la inteligencia
artificial. Ya no se trata solo de los imaginarios ciberpunk del siglo pasado,
las posturas poco matizadas a favor o en contra sino de la presentación
“antropomórfica” de la inteligencia artificial. Efectivamente, una “nueva narrativa” simplificaría
mucho las discusiones sobre términos como “creatividad” y “original” que se dan
hoy día en la (mal) llamada “estética artificial”. Yendo más lejos y, si como bien
dice el autor, “pensamos con todo el cuerpo” creo que no tiene mucho sentido
hablar de una inteligencia “artificial” y tampoco (me ocuparé de ello en el
próximo post) de una imaginación “artificial”. Es contrario al humanismo
tecnológico, al menos tal como yo lo entiendo. El “relato”, dice el autor,
acentúa unos aspectos de la realidad y silencia otros y lleva a un
desplazamiento de la responsabilidad de los sujetos. Apunta muy bien que no se
trata tanto de saber cómo funciona la IA sino “para qué queremos usarla”. En definitiva,
concluye, que falta “un “relato diseñado” sobre el humanismo, lo que le lleva a
preguntarse: ¿"Tenemos el humanismo que necesitamos?”. Estamos invitados
a la respuesta.
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