jueves, 14 de agosto de 2025

Sanguinetti. Tecnohumanismo.

 



“A esta altura debería quedar claro que con «educación estética» de la inteligencia artificial no me refiero a enseñarle a pintar retratos o escribir haikus. Me refiero a entrenarla para leer el único lenguaje en el que podemos explicarle quiénes somos y qué queremos. Y esta tarea se volverá más urgente a medida que las máquinas sigan avanzando en el dominio de tareas humanas.

Hay algo paradójico en la idea de que la estética sea la vía por la que podemos transmitir formalmente a una máquina todo lo vivo, complejo, contradictorio, múltiple que encierra el ser humano: ha tenido que ser la tecnología la que nos demuestre que la belleza no resulta un lujo accesorio, sino el código de lo que somos, el lenguaje con el que está escrita nuestra identidad”.

Schiller postuló una “educación estética” del hombre y ahora Sanguinetti nos propone una “educación estética” de la inteligencia artificial en el género humano. Los dos coinciden en el medio: educar en la belleza. Quizá también en la convicción de Schiller de que a la libertad solo se llega a través de la belleza. Dado que una de las bases de mi humanismo tecnológico ha sido esa necesidad de la educación estética la lectura de este libro ha sido una grata sorpresa. Primero porque, como dice el autor, se ha escrito mucho sobre los aspectos éticos de la inteligencia artificial, no así de los estéticos. Lo que no obsta para que el autor proponga también una narrativa “ética” sobre la inteligencia artificial. Segundo, porque no se confunde (aunque estén relacionados) estética con arte y, tercero, porque hay una concepción de la belleza (se aprecia en el texto citado) alejada del esteticismo habitual cuando se reivindica. Una belleza que ya no es la “armonía forzada” criticada por Adorno sino el lenguaje de la contradicción, complejidad y pluralidad de la vida humana. La educación propuesta es todo un reto: utilizar el lenguaje de la belleza para hablar con el algoritmo y viceversa. Más aún: “Solo a través del arte entenderemos a la máquina y solo a través del arte la máquina nos entenderá a nosotros”. Esto último es más complicado y creo que no ayudan precisamente las apelaciones esencialistas del autor a la “téchne” en Heidegger o su nostalgia vintage del “aura” en Benjamin. Se avienen mal con la caracterización espléndida que hace en otro momento del arte (guardando paralelo con la de la belleza) como “mímesis de lo complejo”.

Pero, sobre todo, lo que me parece más notable de este libro excepcional, claro y muy bien escrito, es la insistencia en que hace falta lo que denomina “una nueva narrativa” respecto a la que se ha utilizado y se utiliza con la inteligencia artificial. Ya no se trata solo de los imaginarios ciberpunk del siglo pasado, las posturas poco matizadas a favor o en contra sino de la presentación “antropomórfica” de la inteligencia artificial.  Efectivamente, una “nueva narrativa” simplificaría mucho las discusiones sobre términos como “creatividad” y “original” que se dan hoy día en la (mal) llamada “estética artificial”. Yendo más lejos y, si como bien dice el autor, “pensamos con todo el cuerpo” creo que no tiene mucho sentido hablar de una inteligencia “artificial” y tampoco (me ocuparé de ello en el próximo post) de una imaginación “artificial”. Es contrario al humanismo tecnológico, al menos tal como yo lo entiendo. El “relato”, dice el autor, acentúa unos aspectos de la realidad y silencia otros y lleva a un desplazamiento de la responsabilidad de los sujetos. Apunta muy bien que no se trata tanto de saber cómo funciona la IA sino “para qué queremos usarla”. En definitiva, concluye, que falta “un “relato diseñado” sobre el humanismo, lo que le lleva a preguntarse: ¿"Tenemos el humanismo que necesitamos?”. Estamos invitados a la respuesta.

 

 


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