sábado, 31 de octubre de 2009

miércoles, 28 de octubre de 2009

Tiempo y desierto


Die Wüste wächst: weh dem, der Wüsten birgt...,
("El desierto crece, !ay de quien alberga desiertos!..". Nietzsche. Ditirambos de Dyonisos)

Al apropiarse Heidegger de esta cita de Nietzsche en ¿Qué significa pensar?, contraponía la tecnociencia al pensamiento, llegando a afirmar que la ciencia no piensa. En el trasfondo está su conocida oposición entre el pensamiento que medita y el calculador. Para Heidegger el desierto nietzscheano es la metáfora del nihilismo, es decir, de la modernidad, algo a superar, como la metafísica que culmina en ella. Su objetivo último es volver a los inicios del pensamiento antes de que degenerara en filosofía. Se pregunta Heidegger (se pregunta VLM) traduciendo/ traicionando a Leibniz: “por qué el ente y no más bien la Nada?” Y se responde él mismo: “¿por qué el ente y no más bien el Ser?”.




Este último libro de VLM, al igual que el anterior Pasadizos, es una "exposición de su yo moderno". No sólo desde el punto de vista de contenido, sino también formal, ya que los pasadizos están llenos de vacío. La presencia explícita o implicita de Heidegger en él no es casual, como tampoco de la metafísica, e incluso de una suerte de mística.

¿Deformación filosófica en la lectura de un libro de poesía? No, nuevamente, si se tiene un cuenta que para el mismo Heidegger la forma originaria del pensamiento es la poesía; que la solución a los problemas de la modernidad filosófica es un pensamiento que poetiza.

Pero, ¿no acabamos de decir que VLM "expone su yo moderno" en este libro? Sí, pero es que se trata de otra modernidad y de otro desierto, diferentes a los de Heidegger, aunque en relación con ellos. Sólo desde una modernidad múltiple podemos entender una contemporaneidad compleja.

Tema clásico con tratamiento de vanguardia: situación límite en régimen de visitas (lugar, vacío, nada) en la que se dan experiencias del tiempo. Para ello se exige una deshidratación del yo (70% agua, 70% niebla, 70% vacío, según avanza el libro) que propicia una experiencia no objetivadora de las cosas. El libro inspira y respira: Nada…Ser. Una célula viva.

Se trata de una “temporada en el (desierto) infierno” en el que la potente estética se realiza como ascética. Un ir quitando, aclarando, buscando los intersticios, el “entre”, de los granos de arena, que habla de la unidad originaria perdida. Es un contar los granos, la propia vida, que siente, acaso por primera vez, que tiene las horas contadas, y frente al no del tiempo devorador, de las señales de inutilidad y desánimo, percibe la pequeña luz que nace al rozarse con el alma del padre. Un descenso propicio al Hades, a las arenas de yeso de las White Sands, que no se calientan y alimentan una fría pasión. Un Friedrich del desierto pero sin la “tragedia del paisaje”.



De acuerdo con su tesis de que hoy día (a veces también antes) los libros, más que escribir, se diseñan, el resultado es un libro clepsidra, de lectura en zigzag, que se va vaciando a la derecha según se llena a la izquierda, donde cada página sobre el tiempo es una escultura del vacío como ya diseñara Chillida. Cuesta años esculpir el tiempo en imágenes, decía Tarkovski. “¿Cuál es el tiempo/ con que medir el Tiempo?”, se pregunta VLM. Ése del libro clepsidra, le responde Jünger en el Libro del reloj de arena



Ahí se planta el libro abierto, como las tablas de la ley. Desierto en el que naufragan los imperios de Ozymandias (magníficos los versos sobre el emperador chino), lugar de las serenas meditaciones posthumanas y levísimas emociones de Daniel 25. Espacio en el que simios de Kubrick se arrojan libros de los dioses a la espera del hombre que tarda en llegar. La vida nace en los desiertos, como nos enseñan los mitos: “el desierto no está vacío/ Está lleno de tiempo”. Quizá por eso, los ángeles, que moran en el cielo, “no conocen el tiempo”, decía Swedenborg.

sábado, 24 de octubre de 2009

domingo, 18 de octubre de 2009

jueves, 15 de octubre de 2009

Contra el fragmento

Manuel Vázquez Montalbán causó no poco escándalo a propios y extraños al someter a un quijotesco expurgo periódico a su biblioteca por obra de su personaje el detective Pepe Carvalho. A lo grande, nada de restos de ediciones. Un día encendía la chimenea con La filosofía y su sombra de Eugenio Trías (Los mares del sur) y otro se le iba la mano con la Teoría estética de Adorno (Los pájaros de Bangkok). Es ley de vida que aquello de lo que uno se alimenta debe finalmente eliminar.

Sin embargo, en literatura, filosofía, y no digamos arte, es corriente padecer de esas obstrucciones llamadas tópicos. Son monedas gastadas, que de tanto pasar de mano en mano se les empieza a ver la ruin aleación, lugares comunes no habitados por la memoria singular. No pasa nada cuando son el nombre viejo para lo caduco, pero se convierten en verdadera polución cultural cuando pretenden designar algo nuevo. Y, además, lo peor, son ahora estéticamente ridículos.

En otras ocasiones me he referido a engendros como “nómadas digitales” (jugar a pastorcillos a lo María Antonieta), más recientemente a los no-lugares. Ahora propongo tirar a la papelera virtual la palabra “fragmento”. Desde hace unos años se ha convertido en una peste mayor que el mejillón cebra. A poco que te descuides el piernas de turno pretende apabullarte asegurando que su obra es “fragmentaria”. Es el mismo que no hace mucho afirmaba campanudo que su obra era “abierta” (¡No va a ser “cerrada” de mollera!), con amenaza de recital de Umberto Eco. Son residuos tardorrománticos (fragmento… ¿de qué todo?) adheridos a una burguesía cultural de secano pendiente de las subvenciones.

Pero cuando aparece lo realmente nuevo una de las tareas más apasionantes del crítico es encontrar el nombre para ello… a ser posible que no empiece con “post”. Les animo a ello.