viernes, 18 de octubre de 2024

El juicio de Eichmann 3

 

Lo escandaloso de esa afirmación se entiende desde la paradoja de que Eichmann elige en su estrategia del engaño justo el mismo método de aquellos intelectuales que le acusan. Y subrayo la palabra intelectuales. Si se buscan razones de tal comportamiento en el ámbito metafísico como, por ejemplo “el mal radical” (Semprún) o la “banalidad del mal” (Arendt) entonces es difícil aplicar ese universal a individuos particulares. De ahí el desconcierto ante la catadura de seres que no responden a ningún esquema preestablecido del heroísmo del mal. Y así lo ponen de manifiesto también algunos comentaristas del juicio, decepcionados. El juego de estas dos imágenes de Eichmann es muy revelador a la hora de establecer una relación entre ambos que no sea la de dar un salto para la condena en vez de una explicación. La pasada, casi un ectoplasma, del teniente coronel de las SS y el acusado en el juicio, serio, con la cabeza ligeramente ladeada y un leve rictus en la boca que traiciona en algunos momentos la tensión.

Desde el punto de la estética política es un error de los dos documentales la estrategia de planos constantes de Eichmann, hierático, calmado, y contraplanos de una sala de juicio convertida en algunos momentos en un pandemónium por intervenciones del público, colapso de las víctimas y gestos crispados de impotencia por parte del fiscal general. Desde el punto de la estética política el punto de partida no debiera haber sido en los documentales lo universal sino lo particular. No el interrogante de quién fue Eichmann, que llevaba al callejón sin salida de la identidad simple, sino qué hizo Eichmann, lo que abría la puerta de la responsabilidad compleja. Y de haber seguido ese camino no se habría deslizado tampoco la otra consideración, tan edificante como absolutamente rechazable, de que cualquiera hubiera hecho lo mismo dadas las circunstancias. No, cualquiera no.

Afortunadamente,había otro camino, como veremos en el próximo post.


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