lunes, 22 de diciembre de 2014

lunes, 1 de diciembre de 2014

Se abre la veda de la Universidad



Hasta ahora había una media veda sobre un tema: corrupción en la Universidad.  De vez en cuando aparecían artículos indignados sobre algunos de los males universitarios a la cabeza de los cuales estaba ¡cómo no! la endogamia, sin que importara mucho la crítica al sospecharse obra de resentidos o tocapelotas ociosos, ya les caería alguna migaja o hueso académico; periódicamente se sacudía la cabeza con tristeza ante el penoso lugar que ocupaban las universidades españolas en el ranking internacional, cuando aparecían: la vieja alma máter no daba para más; sucesivas reformas intentaron “mercantilizarla” (no caerá esa breva) en medio de la indignación humanística para dar luego paso tras la escandalera de rigor a la modorra habitual. Media veda pues como, en el fondo, la Universidad no ha interesado nunca a la sociedad española (excepto como arma política arrojadiza) se dejaba a la propia universidad la autocrítica, menor dentro, feroz en los periódicos, patética en las redes sociales, foro de los abusos; mientras hubiera dinero y estuvieran callados, no incordiaran más, que se las arreglaran como pudieran y se pudrieran en esas guarderías juveniles (iuvenes dum sumus, cantan los pobres) en que la complicidad de todos han acabado por convertirla.

Esa media veda estaba pactada. Los mejores y más brillantes artículos apocalípticos sobre  la Universidad pertenecían a profesores universitarios…a tiempo parcial, que vivían de ella a salario total. La mejor visión sobre el centro se tiene en la periferia del centro, el diagnóstico más acerado, no exento de humor, sobre lo mal que trabajan los demás es cuando uno no da palo al agua, sin dejar por ello de pontificar sobre una institución que apenas pisa. De este modo se pueden ridiculizar con elocuencia esas interminables reuniones departamentales sobre la coma de un reglamento para distribución de mesas de becarios cuando ya casi no los hay y sobra sitio por todas partes. Hay piezas literarias memorables sobre la incontinencia verbal de especímenes con poca vida social que intervienen una y otra vez, “a mayor abundamiento”, sobre temas archidebatidos, y “para que conste en acta”, en medio de la desesperación impotente de los sufridos asistentes que esperan en vano llegue el punto del orden del día que les concierne. Pues, digámoslo de una vez, no se espera ya que las cosas vayan a mejor sino que los infinitos formularios que deben presentarse/sacrificarse al Gran Hermano lo sean en “tiempo y forma” (el lenguaje preferido del múrido burócrata). Los problemas reales de planes de estudios demenciales, falta de coordinación entre el profesorado, trato irrespetuoso a un alumnado ilusionado (que no se merece) mediante la sobrecarga de mal llamados “trabajos” absurdos, multiplicación de “exposiciones” en clase que ahorran que el profesor (se) exponga, cuando no la infantilización (pedofilia intelectual) a través de un colegueo casposo unidireccional, se evitan como la peste. Nadie cree ya en Bolonia, pero se explotan sus miserias.

Se acabó la media veda. Se ha abierto la veda total, no solo en la Universidad, sino de la Universidad, en consonancia con la situación política del país. Es decir, que ya no solo se afirma que hay corrupción en la Universidad sino que la Universidad misma está corrupta. Esa generalización tiene sus consecuencias. Antes la corrupción señalaba al profesorado, su forma de acceso y sus prácticas. Ahora no se libra nadie. Con motivo de las huelgas estudiantiles por los recortes de becas, se certificaba en radios y periódicos que habían devenido poco menos que en una pandilla de gandules que, a despecho de la crisis económica general, pretendían seguir subvencionados con poco esfuerzo y dejando cada año un reguero de asignaturas; las asociaciones estudiantiles, antaño belicosas, ramoneaban ahora afablemente como el resto de la “casta” universitaria en sus despachos bien informatizados, reuniéndose para reunirse. El abnegado personal de administración y servicios ha visto como en medios periodísticos se les acusaba de llevar una vida regalada estirando con hábil secuenciación de fechas las vacaciones gracias a los elásticos moscosos, ejerciendo una presión bien temperada sobre los atemorizados Gerentes, recordando a los aspirantes a Rector cada cuatro años dónde está el granero del voto. Decir que trabajas hoy en la Universidad empieza a convertirte en sospechoso. Algunos ya te miran mal, otros se acercan y con gracejo porteño te palmean la espalda inquiriendo ¿Y cómo estás vos, delincuente?

¡Ya está bien! La Universidad no es corrupta. Empleo el ser en vez del estar porque refleja la forma verbal en que suelen deponer los ganapanes tertulianos vocingleros. España se ha convertido en un país de tertulianos y no es la menor de nuestras desgracias que uno de ellos sea el ministro del ramo. Pretender analizar es muy aburrido, argumentar poco publicitario, distinguir resulta banal. Ya sabemos que no todos, pero lo otro no tiene gracia… ¿Quieren afirmaciones generales? Si, parafraseando a Ortega, hubiera que generalizar diciendo cuál es la misión de la Universidad hoy (al menos en el área de Humanidades) me atrevería a afirmar que es la de ahogar toda forma de creatividad naciente en el estudiante con la almohada asfixiante de los reglamentos. Y, parafraseando a Benjamin, diría también que la Universidad en una deriva de estética totalitaria contempla fascinada su propia autodestrucción.

Pagado el peaje generalista de la periferia vayamos a los detalles, ya que trabajo en el centro. ¿Hay endogamia? Sí ¿Hay que reformar los sistemas de acceso, acreditación y concurso? Radicalmente. Pero, ¿me pueden explicar los señores tertulianos y firmantes de tribunas de periódicos qué hacemos con los cientos, miles, de profesores asociados que sostienen la docencia universitaria a tiempo completo, intentando que no se degrade más, mejorándola, cobrando 600 euros al mes, año tras año, cumpliendo, gastando sus años y en una precariedad laboral tal que el próximo pueden estar en la calle, cortando de raíz sus proyectos y los de los alumnos? Gente muy preparada, muchos con sus doctorados, estancias en el extranjero, publicaciones sacando tiempo donde no lo hay, acomodándose a unos índices de evaluación y acreditación científicamente discutibles ¿Los dejamos en daños colaterales de la crisis? Si alguna vez tienen la posibilidad de optar a una plaza en la universidad en la que trabajan ¿Sería una injusticia reconocerles los servicios prestados durante años? ¿Sería eso repugnante endogamia? No todo ejercicio de autonomía universitaria tiene que consistir forzosamente en la capacidad distópica de autodestruirse.

La Universidad está, es, corrupta, es un cadáver, pero ¡ojo! exquisito todavía. En otros lugares de Europa por un plagio, falsedad curricular se tiene el buen tono de dimitir. Aquí, muchos de los que critican a la Universidad están piando por unas clasecillas en un Máster, una conferencia, lo que sea, con tal de adosarse, mejor endosarse, en su curriculum la vitola de Profesor de Universidad. Tal cual. Decía antes que las más brillantes descalificaciones de la Universidad provienen de catedráticos universitarios sede vacante. En honor a la verdad si las Humanidades han progresado en creatividad en buena medida se debe a ellos que han desarrollado una labor creativa en libros, conferencias, artículos, digna de admiración y elogio. Ellos han podido pensar mientras otros trabajaban. En su momento la Universidad les miró con recelo, hoy se hacen tesis doctorales sobre su obra. Al parecer Schopenhauer tenía razón en esto: si no eres rentista acabas siendo un resentido. No hay reproches. Pero también debería haber una oportunidad para los que trabajan y no afanan, ni son una mafia, que los hay, de hecho la casi totalidad, aunque parezca mentira y nunca sea un titular. 


jueves, 27 de noviembre de 2014

colores de otoño

Octubre es el mes de las hojas pintadas. Su opulento resplandor destella alrededor del mundo. Mientras los frutos, las hojas y el día en sí adquieren un matiz brillante justo antes de su caída, el año también está a punto de ponerse. Octubre es el cielo del atardecer; noviembre, la última luz crepuscular.
[...]
Cada fruto, al madurar y justo antes de caer, cuando comienza una existencia más independiente e individual, en la que necesita menos alimento, tanto de la tierra, a través del tallo, como del sol y del aire, suele adquirir un tono brillante. Lo mismo que las hojas. El fisiólogo dice que «se debe a una menor absorción de oxígeno». Se trata de la visión científica del asunto: una mera reafirmación del hecho. Pero a mí me interesan más las mejillas sonrosadas que la dieta que sigue la muchacha. Los bosques y los prados, la película que cubre la tierra, deben por fuerza adquirir un color brillante, prueba de su madurez, como si el planeta en sí fuera un fruto colgado de su tallo con una mejilla siempre mirando al sol

Henry David Thoreau. Colores de otoño.

sábado, 22 de noviembre de 2014

miércoles, 19 de noviembre de 2014

domingo, 16 de noviembre de 2014

miércoles, 5 de noviembre de 2014

lunes, 3 de noviembre de 2014

viernes, 31 de octubre de 2014

jueves, 30 de octubre de 2014

Thomas Bernhard: la enfermedad de la vida en la mala leche.



La tesis filosófica es la vida como enfermedad y su descripción literaria consiste en una minuciosa escritura de la enfermedad de la vida. La experiencia de la segunda ha llevado a Bernhard a los “viejos maestros”, cuyos nombres aparecen con frecuencia en sus obras. No tanto a modo de citas (aunque las hay) como de consuelo y refugio (“¡Mi Montaigne, a quien quiero más que a nada!”) en un mundo hostil de incomprensión. Es la vida en su trastorno la que busca una forma de lucidez extrema llamada filosofía que da cuenta de su absurdo aunque no pueda remediarlo. Paradójicamente es la fascinación del absurdo la que le impide caer en la desesperación. En toda la obra de Thomas Bernhardt late el asombro por la increíble infelicidad del ser humano, la propia y la que causa a los demás. La maldad está en la propia naturaleza pero la malicia es el plus social de la insania que anida en la enfermedad.

La enfermedad tiene, pues, un carácter ontológico pero también social, y no solo eso, sino que es precisamente el entorno de la naturaleza y de la sociedad el que mata o, más precisamente, se suicida en el ser humano a través de la procreación, origen de todos los males. De ahí salen cuerpos golpeados y que golpean sin que pueda hablarse de responsabilidad. Ellos absorben todo el malestar y trastorno social que reciben en forma de agresión y lo devuelven analizándolo hasta el límite de la locura en una escritura circular. No son héroes, sino marionetas que, a diferencia de las de Kleist, adolecen de un exceso de conciencia. La enfermedad no tiene aquí el prestigio romántico de lo interesante sino que forma parte de un proceso de autodestrucción en el que consiste el absurdo de la vida. No cabe hablar en ese sentido de nihilismo, pues no se niegan unos valores para instaurar otros, sino de la voluntad de una mirada lúcida que, al no encontrar remedio para lo irremediable busca, al menos, entender, por más que en eso le vaya la vida en el pleno sentido de la palabra. No es una lucidez desesperada sino fascinada.

Este pequeño volumen es todo un concentrado de temas recurrentes en el resto de la obra de Bernhard. Por ejemplo, Reencuentro. Aquí encontramos la raíz de un estilo circular, de una respiración literaria  casi sin pausas y, lo que es más importante, la biología que sostiene a lo que se ha definido como ironía, paranoia, del estilo y de los personajes lo que, siendo cierto, es claramente insuficiente pues la causa, ya apuntada antes, es lo que vulgar (pero recogido por la RAE) se denomina lisa y llanamente mala leche. El personaje que habla en primera persona reconoce que la recibió de su madre y del esperma de su padre y él no puede por menos de compartir esos dos elementos en que se basa la generación irresponsable: intranquilidad y culpa, por más que los rechace vistos en los demás, especialmente en sus padres. 

No otra cosa que mala leche destila Bernhard en Mis premios, admirándose de que las barbaridades proferidas contra Austria y su gobierno en el acto de recepción hayan provocado una airada repulsa. En este volumen se pueden encontrar en Ardía una compilación de sus insultos más selectos contra Austria, especialmente Salzburgo, nido de xenófobos, antijudíos y nacionalsocialistas, al decir de Bernhard. No oculta que acepta los premios por dinero y que si no los rechaza, como sería consecuente, es porque irían a parar, así dice Bernhard, a cualquier inútil. Lejos de ser algo extemporáneo el autor se convierte aquí en personaje y revela que lo que el lector percibe en su obra como una tragedia es en concreto una comedia. No hay dignidad en la lucidez. Los artistas y depositarios de oscuros proyectos fallidos que aparecen en sus obras se revelan en el fondo como unos trastornados sin causa, pero con tiempo y dinero, al decir de la compasiva posadera de El malogrado.

Es conmovedor asistir a los últimos días de Goethe se muere. Un Goethe en horas terminales, incapaz ya de hallar ese punto medio que le hiciera famoso, funde y confunde tiempos, personajes y espacios y reclama junto a su lecho a Wittgenstein, repudiando al otrora fiel confidente Eckermann. El cuento acaba, como no podía ser menos, con una falsificación: sus últimas palabras no habrían sido Mehr Licht! (más luz) sino Mehr nicht! (ya no más), y habría preguntado por Bernhard.



domingo, 14 de septiembre de 2014

la insoportable levedad de la insignificancia



"Pasó junto al instructor y cuando estaba a unos tres o cuatro pasos de distancia volvió hacia él la cabeza, sonrió, e hizo con el brazo un gesto de despedida. ¡En ese momento se me encogió el corazón! ¡Aquella sonrisa y aquel gesto pertenecían a una mujer de veinte años! Su brazo se elevó en el aire con encantadora ligereza [...] Era el encanto del gesto, ahogado en la falta de encanto del cuerpo. Pero aquella mujer, aunque naturalmente tenía que saber que ya no era hermosa, lo había olvidado en aquel momento. Con cierta parte de nuestro ser vivimos todos fuera del tiempo. Puede que sólo en circunstancias excepcionales seamos conscientes de nuestra edad y que la mayor parte del tiempo carezcamos de edad"
                                        (La inmortalidad)

"—Cáncer…
Ramón tartamudeó algo y, torpe, fraternalmente, rozó con su mano el brazo de D’Ardelo.
—Pero hoy eso tiene tratamiento…
—Demasiado tarde. Pero olvida lo que acabo de decirte, no lo cuentes a nadie; vale más que pienses en mi cóctel. ¡Hay que seguir adelante! —dijo D’Ardelo y, antes de continuar su camino, alzó la mano a modo de saludo, y ese gesto discreto, casi tímido, tenía tal inesperado encanto que Ramón se emocionó"
                            (La fiesta de la insignificancia)


Las novelas de Kundera, como sus personajes, nacen de gestos, y en ellas el autor se convierte en actor a través de ambos. El gesto es el vacío, la belleza terminal de la gesta que ya nadie aprecia y, por ello, es tanto más encantadora. El gesto es la huella de los actos perdidos, del destino que amamos pero que no nos ama, de la vida que está en otra parte. La enorme simpatía de Kundera por lo terminal se contagia en la enorme simpatía por un Kundera terminal en esta novela.

Al final la insoportable levedad del ser es la insignificancia y "la insignificancia, amigo mío, es la esencia de la existencia". No hay ninguna cosa en sí kantiana -filosofa su personaje Stalin- solo el mundo como voluntad y representación "y que, para hacer que exista esa representación, para hacerla real, debe haber una voluntad; una enorme voluntad que la impondrá". La suya, evidentemente, apostilla un Stalin ya sin voluntad, aburrido de esa pandilla de "Sócrates de alcantarilla" que le rodea. Únicamente Hegel le tienta a Kundera, porque "sólo desde lo alto del infinito buen humor puedes observar debajo de ti la eterna estupidez de los hombres, y reírte de ella".

Es lo que hace en esos encuentros casuales de los que nacen los gestos aromatizados con una belleza terminal que vence al tiempo. En ellos se pone de manifiesto el valor de la insignificancia y la "nocividad" de ser brillante. Esa levedad es posible en las novelas de Kundera si se cumple una única condición, la de no quedar aplastados bajo el cáncer europeo moderno que roe la existencia:"sentirse o no sentirse culpable", esa es la cuestión.

"—Aconséjeme usted cómo he de hacerlo —sonríe amargamente Tamina.
 —¿No ha tenido nunca ganas de marcharse?
 —Tuve —reconoce Tamina—. Tengo unas ganas tremendas de marcharme. Pero ¿adónde?
  —A algún sitio en el que las cosas sean ligeras como la brisa. Donde las cosas hayan perdido su peso. Donde no haya reproches.
  —Sí —dice Tamina soñando—, ir a algún sitio donde las cosas no pesen nada".
                                (El libro de la risa y el olvido)








jueves, 4 de septiembre de 2014

lunes, 1 de septiembre de 2014