miércoles, 31 de diciembre de 2014
jueves, 25 de diciembre de 2014
deleted
Sandy Williams: I can't figure out if you're a detective or a pervert.
Jeffrey Beaumont: Well, that's for me to know and you to find out.
Esta escena desechada en que Jeffrey contempla fascinado un intento de violación durante una fiesta responde a la pregunta y reclama todavía más el final alternativo descartado por Lynch. Pobre Sandy cuando lo descubra, con o sin ruiseñores.
lunes, 22 de diciembre de 2014
lunes, 1 de diciembre de 2014
Se abre la veda de la Universidad
Hasta ahora
había una media veda sobre un tema: corrupción en la Universidad. De vez en cuando aparecían artículos
indignados sobre algunos de los males universitarios a la cabeza de los cuales
estaba ¡cómo no! la endogamia, sin que importara mucho la crítica al sospecharse
obra de resentidos o tocapelotas ociosos, ya les caería alguna migaja o hueso
académico; periódicamente se sacudía la cabeza con tristeza ante el penoso lugar que ocupaban
las universidades españolas en el ranking internacional, cuando aparecían: la
vieja alma máter no daba para más; sucesivas reformas intentaron
“mercantilizarla” (no caerá esa breva) en medio de la indignación humanística
para dar luego paso tras la escandalera de rigor a la modorra habitual. Media
veda pues como, en el fondo, la Universidad
no ha interesado nunca a la sociedad española (excepto como arma política
arrojadiza) se dejaba a la propia universidad la autocrítica, menor dentro,
feroz en los periódicos, patética en las redes sociales, foro de los abusos; mientras
hubiera dinero y estuvieran callados, no incordiaran más, que se las arreglaran
como pudieran y se pudrieran en esas guarderías juveniles (iuvenes dum sumus,
cantan los pobres) en que la complicidad de todos han acabado por convertirla.
Esa media veda
estaba pactada. Los mejores y más brillantes artículos apocalípticos sobre la Universidad pertenecían a profesores
universitarios…a tiempo parcial, que vivían de ella a salario total. La mejor
visión sobre el centro se tiene en la periferia del centro, el diagnóstico más
acerado, no exento de humor, sobre lo mal que trabajan los demás es cuando uno
no da palo al agua, sin dejar por ello de pontificar sobre una institución que
apenas pisa. De este modo se pueden ridiculizar con elocuencia esas
interminables reuniones departamentales sobre la coma de un reglamento para
distribución de mesas de becarios cuando ya casi no los hay y sobra sitio por
todas partes. Hay piezas literarias memorables sobre la incontinencia verbal de
especímenes con poca vida social que intervienen una y otra vez, “a mayor
abundamiento”, sobre temas archidebatidos, y “para que conste en acta”, en
medio de la desesperación impotente de los sufridos asistentes que esperan en
vano llegue el punto del orden del día que les concierne. Pues, digámoslo de
una vez, no se espera ya que las cosas vayan a mejor sino que los infinitos
formularios que deben presentarse/sacrificarse al Gran Hermano lo sean en “tiempo
y forma” (el lenguaje preferido del múrido burócrata). Los problemas reales de
planes de estudios demenciales, falta de coordinación entre el profesorado,
trato irrespetuoso a un alumnado ilusionado (que no se merece) mediante la
sobrecarga de mal llamados “trabajos” absurdos, multiplicación de “exposiciones”
en clase que ahorran que el profesor (se) exponga, cuando no la infantilización
(pedofilia intelectual) a través de un colegueo casposo unidireccional, se
evitan como la peste. Nadie cree ya en Bolonia, pero se explotan sus miserias.
Se acabó la
media veda. Se ha abierto la veda total, no solo en la Universidad, sino de
la Universidad, en consonancia con la situación política del país. Es decir,
que ya no solo se afirma que hay corrupción en la Universidad sino que la
Universidad misma está corrupta. Esa generalización tiene sus consecuencias. Antes
la corrupción señalaba al profesorado, su forma de acceso y sus prácticas.
Ahora no se libra nadie. Con motivo de las huelgas estudiantiles por los
recortes de becas, se certificaba en radios y periódicos que habían devenido
poco menos que en una pandilla de gandules que, a despecho de la crisis económica
general, pretendían seguir subvencionados con poco esfuerzo y dejando cada año
un reguero de asignaturas; las asociaciones estudiantiles, antaño belicosas,
ramoneaban ahora afablemente como el resto de la “casta” universitaria en sus
despachos bien informatizados, reuniéndose para reunirse. El abnegado personal
de administración y servicios ha visto como en medios periodísticos se les
acusaba de llevar una vida regalada estirando con hábil secuenciación de fechas
las vacaciones gracias a los elásticos moscosos, ejerciendo una presión bien
temperada sobre los atemorizados Gerentes, recordando a los aspirantes a Rector
cada cuatro años dónde está el granero del voto. Decir que trabajas hoy en la
Universidad empieza a convertirte en sospechoso. Algunos ya te miran mal, otros
se acercan y con gracejo porteño te palmean la espalda inquiriendo ¿Y cómo
estás vos, delincuente?
¡Ya está bien! La
Universidad no es corrupta. Empleo el ser en vez del estar porque refleja la
forma verbal en que suelen deponer los ganapanes tertulianos vocingleros. España
se ha convertido en un país de tertulianos y no es la menor de nuestras
desgracias que uno de ellos sea el ministro del ramo. Pretender analizar es muy
aburrido, argumentar poco publicitario, distinguir resulta banal. Ya sabemos
que no todos, pero lo otro no tiene gracia… ¿Quieren afirmaciones generales? Si,
parafraseando a Ortega, hubiera que generalizar diciendo cuál es la misión de
la Universidad hoy (al menos en el área de Humanidades) me atrevería a afirmar que
es la de ahogar toda forma de creatividad naciente en el estudiante con la
almohada asfixiante de los reglamentos. Y, parafraseando a Benjamin, diría
también que la Universidad en una deriva de estética totalitaria contempla
fascinada su propia autodestrucción.
Pagado el peaje
generalista de la periferia vayamos a los detalles, ya que trabajo en el
centro. ¿Hay endogamia? Sí ¿Hay que reformar los sistemas de acceso,
acreditación y concurso? Radicalmente. Pero, ¿me pueden explicar los señores
tertulianos y firmantes de tribunas de periódicos qué hacemos con los cientos,
miles, de profesores asociados que sostienen la docencia universitaria a tiempo
completo, intentando que no se degrade más, mejorándola, cobrando 600 euros al
mes, año tras año, cumpliendo, gastando sus años y en una precariedad laboral
tal que el próximo pueden estar en la calle, cortando de raíz sus proyectos y
los de los alumnos? Gente muy preparada, muchos con sus doctorados, estancias
en el extranjero, publicaciones sacando tiempo donde no lo hay, acomodándose a
unos índices de evaluación y acreditación científicamente discutibles ¿Los
dejamos en daños colaterales de la crisis? Si alguna vez tienen la posibilidad
de optar a una plaza en la universidad en la que trabajan ¿Sería una injusticia
reconocerles los servicios prestados durante años? ¿Sería eso repugnante endogamia?
No todo ejercicio de autonomía universitaria tiene que consistir forzosamente en
la capacidad distópica de autodestruirse.
La Universidad
está, es, corrupta, es un cadáver, pero ¡ojo! exquisito todavía. En otros lugares
de Europa por un plagio, falsedad curricular se tiene el buen tono de dimitir.
Aquí, muchos de los que critican a la Universidad están piando por unas
clasecillas en un Máster, una conferencia, lo que sea, con tal de adosarse,
mejor endosarse, en su curriculum la vitola de Profesor de Universidad. Tal cual. Decía antes
que las más brillantes descalificaciones de la Universidad provienen de
catedráticos universitarios sede vacante. En honor a la verdad si las
Humanidades han progresado en creatividad en buena medida se debe a ellos que
han desarrollado una labor creativa en libros, conferencias, artículos, digna
de admiración y elogio. Ellos han podido pensar mientras otros trabajaban. En
su momento la Universidad les miró con recelo, hoy se hacen tesis doctorales
sobre su obra. Al parecer Schopenhauer tenía razón en esto: si no eres rentista
acabas siendo un resentido. No hay reproches. Pero también debería haber una oportunidad para los
que trabajan y no afanan, ni son una mafia, que los hay, de hecho la casi totalidad, aunque parezca mentira y nunca sea un titular.
jueves, 27 de noviembre de 2014
colores de otoño
Octubre es el mes de las hojas pintadas. Su opulento resplandor destella alrededor del mundo. Mientras los frutos, las hojas y el día en sí adquieren un matiz brillante justo antes de su caída, el año también está a punto de ponerse. Octubre es el cielo del atardecer; noviembre, la última luz crepuscular.
[...]
Cada fruto, al madurar y justo antes de caer, cuando comienza una existencia más independiente e individual, en la que necesita menos alimento, tanto de la tierra, a través del tallo, como del sol y del aire, suele adquirir un tono brillante. Lo mismo que las hojas. El fisiólogo dice que «se debe a una menor absorción de oxígeno». Se trata de la visión científica del asunto: una mera reafirmación del hecho. Pero a mí me interesan más las mejillas sonrosadas que la dieta que sigue la muchacha. Los bosques y los prados, la película que cubre la tierra, deben por fuerza adquirir un color brillante, prueba de su madurez, como si el planeta en sí fuera un fruto colgado de su tallo con una mejilla siempre mirando al sol
Henry David Thoreau. Colores de otoño.
[...]
Cada fruto, al madurar y justo antes de caer, cuando comienza una existencia más independiente e individual, en la que necesita menos alimento, tanto de la tierra, a través del tallo, como del sol y del aire, suele adquirir un tono brillante. Lo mismo que las hojas. El fisiólogo dice que «se debe a una menor absorción de oxígeno». Se trata de la visión científica del asunto: una mera reafirmación del hecho. Pero a mí me interesan más las mejillas sonrosadas que la dieta que sigue la muchacha. Los bosques y los prados, la película que cubre la tierra, deben por fuerza adquirir un color brillante, prueba de su madurez, como si el planeta en sí fuera un fruto colgado de su tallo con una mejilla siempre mirando al sol
Henry David Thoreau. Colores de otoño.
sábado, 22 de noviembre de 2014
miércoles, 19 de noviembre de 2014
domingo, 16 de noviembre de 2014
miércoles, 5 de noviembre de 2014
lunes, 3 de noviembre de 2014
viernes, 31 de octubre de 2014
jueves, 30 de octubre de 2014
Thomas Bernhard: la enfermedad de la vida en la mala leche.
La tesis filosófica es
la vida como enfermedad y su descripción literaria consiste en una minuciosa
escritura de la enfermedad de la vida. La experiencia de la segunda ha
llevado a Bernhard a los “viejos maestros”, cuyos nombres aparecen con
frecuencia en sus obras. No tanto a modo de citas (aunque las hay) como de
consuelo y refugio (“¡Mi Montaigne, a quien quiero más que a nada!”) en un
mundo hostil de incomprensión. Es la vida en su trastorno la que busca una
forma de lucidez extrema llamada filosofía que da cuenta de su absurdo aunque
no pueda remediarlo. Paradójicamente es la fascinación del absurdo la que le
impide caer en la desesperación. En toda la obra de Thomas Bernhardt late el
asombro por la increíble infelicidad del ser humano, la propia y la que causa a
los demás. La maldad está en la propia naturaleza pero la malicia es el plus
social de la insania que anida en la enfermedad.
La enfermedad tiene,
pues, un carácter ontológico pero también social, y no solo eso, sino que es precisamente
el entorno de la naturaleza y de la sociedad el que mata o, más precisamente,
se suicida en el ser humano a través de la procreación, origen de todos los males.
De ahí salen cuerpos golpeados y que golpean sin que pueda hablarse de
responsabilidad. Ellos absorben todo el malestar y trastorno social que reciben
en forma de agresión y lo devuelven analizándolo hasta el límite de la locura
en una escritura circular. No son héroes, sino marionetas que, a diferencia de
las de Kleist, adolecen de un exceso de conciencia. La enfermedad no tiene aquí
el prestigio romántico de lo interesante sino que forma parte de un proceso de
autodestrucción en el que consiste el absurdo de la vida. No cabe hablar en ese
sentido de nihilismo, pues no se niegan unos valores para instaurar otros, sino
de la voluntad de una mirada lúcida que, al no encontrar remedio para lo
irremediable busca, al menos, entender, por más que en eso le vaya la vida en
el pleno sentido de la palabra. No es una lucidez desesperada sino fascinada.
Este pequeño volumen es
todo un concentrado de temas recurrentes en el resto de la obra de Bernhard. Por
ejemplo, Reencuentro. Aquí
encontramos la raíz de un estilo circular, de una respiración literaria casi sin pausas y, lo que es más importante, la biología que sostiene a lo que se
ha definido como ironía, paranoia, del estilo y de los personajes lo que,
siendo cierto, es claramente insuficiente pues la causa, ya apuntada antes, es
lo que vulgar (pero recogido por la RAE) se denomina lisa y llanamente mala leche. El personaje que habla en primera
persona reconoce que la recibió de su madre y del esperma de su padre y él no
puede por menos de compartir esos dos elementos en que se basa la generación
irresponsable: intranquilidad y culpa, por más que los rechace vistos en los
demás, especialmente en sus padres.
No otra cosa que mala leche destila
Bernhard en Mis premios, admirándose de
que las barbaridades proferidas contra Austria y su gobierno en el acto de
recepción hayan provocado una airada repulsa. En este volumen se pueden
encontrar en Ardía una compilación de
sus insultos más selectos contra Austria, especialmente Salzburgo, nido de
xenófobos, antijudíos y nacionalsocialistas, al decir de Bernhard. No oculta
que acepta los premios por dinero y que si no los rechaza, como sería
consecuente, es porque irían a parar, así dice Bernhard, a cualquier inútil. Lejos
de ser algo extemporáneo el autor se convierte aquí en personaje y revela que
lo que el lector percibe en su obra como una tragedia es en concreto una
comedia. No hay dignidad en la lucidez. Los artistas y depositarios de oscuros
proyectos fallidos que aparecen en sus obras se revelan en el fondo como unos
trastornados sin causa, pero con tiempo y dinero, al decir de la compasiva posadera
de El malogrado.
Es conmovedor asistir a
los últimos días de Goethe se muere.
Un Goethe en horas terminales, incapaz ya de hallar ese punto medio que le
hiciera famoso, funde y confunde tiempos, personajes y espacios y reclama junto
a su lecho a Wittgenstein, repudiando al otrora fiel confidente Eckermann. El
cuento acaba, como no podía ser menos, con una falsificación: sus últimas
palabras no habrían sido Mehr Licht!
(más luz) sino Mehr nicht! (ya no
más), y habría preguntado por Bernhard.
sábado, 18 de octubre de 2014
Suscribirse a:
Entradas (Atom)