Casi todo lo que filma este loco bien organizado se convierte en imagen poética. Es la belleza del exceso, de lo sublime. En esta película de 2016 mezcla el Are You Lonesome Tonight? de Presley con el preludio de El anillo del nibelungo de Wagner. Y hasta es capaz de encontrar belleza en las tripas de un protoordenador. No siempre fue así. En 1979, cumpliendo una promesa, se comió la suela de su zapato, sin dejar de lanzar denuestos contra la televisión, los anuncios, esas imágenes impuras que mataban la auténtica cinefilia, ya saben, la de Susan Sontag: "In celluloid we trust", levantaba el puño airado como su "íntimo enemigo" Kinski. Lo que no ha impedido que a través de ese medio tan "impuro" como lo digital nos haya ofrecido las imágenes más "puras" de desiertos, volcanes, hielos, pingüinos gays, cuevas maravillosas... En esta película se ha vuelto a comer su zapato, el tecnológico.
Es una película actual, es decir, ochentera, en esa confusión muy de ahora que consiste en la empanada de los imaginarios de las nuevas tecnologías que recuperan los años 80 del siglo pasado tanto como son incapaces de salir de ellos. Naturalmente hay diferencias. Esta película no llega a ser Halt and Catch Fire, recomendable, pero tampoco se vacía en la diarrea mental de Westworld que ha sumido en la perplejidad al mismísimo Sir Anthony Hopkins negándose a verla en televisión por no soportar más las chorradas que le obligan a decir; ni seduce con el brillo de la alta definición a talludos adolescentes con acné metafísico en Black Mirror. Tratándose de ese remoto pasado que se funde con el remoto futuro en el presente (Smithson) hay que ver el partido que le está sacando a las intrigas de Juego de Tronos algún partido político en lo que es el culebrón de la termporada.
Dejémosles con sus puñales, vayamos a la poesía de Herzog.
Al igual que Farocki, otro "inmigrante digital" (Prensky) Herzog lleva dos cosas en ese viaje, el cuerpo, las experiencias poliestéticas y la naturaleza, la dimensión cosmológica, siendo algunas de las imágenes de síntesis un morphing de las "naturales" que hemos visto en otras películas suyas.
Siguiendo la técnica de otros "documentales" Herzog hace una ronda de entrevistas con su inglés lechoso investigando los pro y contra de las tecnologías
Lo que no impide a los azafranados monjes darle afanosamente al dedito
En esa borrosa frontera en que los robots sueñan con ser humanos y la humanidad con ser alguna vez ella misma, Herzog se pregunta:
Al fin y al cabo no hace más que seguir el imperativo categórico de Oscar Wilde: "sé tú mismo, el resto de los papeles ya están cogidos".
Ya, ¿pero qué soñaría el androide? Una vez más se conjura el espíritu Blade Runner
Para esta noche de Reyes hay mejores recomendaciones
Antes las eras duraban mucho ahora escasamente los 15 minutos de fama warholianos. Una de las últimas ocurrencias sancionadas por el diccionario Oxford es que estamos en la era posverdad. Se han escrito ya libros sobre ello, numerosos artículos en papel o digitales, arden las redes sociales y está llegando a las tertulias, las primeras en opinar y las últimas en enterarse. Y todo a cuenta de las emociones: la gente prefiere emociones a hechos, la mentira a la verdad, a los datos. Es el nuevo escándalo, es la posverdad.
Nada mejor que estas fiestas navideñas para citar a William Blake: "El camino del exceso lleva al palacio de la sabiduría". Y es el abuso de lo espiritoso lo que propicia la agudeza del espíritu; es lo que ha debido inspirar a los hermeneutas de turno para encontrar entre líneas las excelencias del tradicionalmente "ejemplar" discurso con el que el rey ha dado recientemente la chapa (16 acepción RAE): “ya no vivimos tiempos para encerrarnos en nosotros mismos, sino para abrirnos al mundo” ¿Conceptos emocionales que harían enrojecer al new age más curtido? ¿Algo que ver con los "datos" de la España real del desempleo, desigualdad, autonomías a la gresca, políticos a su bola, una deuda que supera el PIB y que tendrán que pagar nuestros hijos, los que no se hayan ido? Nos aseguran que de todo ello, y mucho más, se ha hablado, aunque "sin nombrarlo". Ser capaz de leer entrelíneas lo que es imposible ver en ellas, eso es cultura, "a buen entendedor, pocas palabras bastan" sentencia Pablo Casado, que parece estar en el secreto del discurso regio.
Imbuido por este espíritu navideño y con ánimo de contribuir a la ceremonia de la confusión posfraude quisera compartir otro hallazgo: estamos en la era de la poscultura. Se me ha "ocurrido" al leer la carta que los promotores del evento han enviado al Parlamento español. La estética del cartel es decidamente camp, por no decir rancia,y el contenido de la carta, a tono con ella, no decepciona: primera parte, una metafísica delicuescente sobre el significado de la palabra cultura (“cultura es la certeza de lo que somos y de lo que queremos ser; cultura es lo que sabemos, no lo que ignoramos”), segunda parte, ¿qué hay de lo mío?
Es difícil entender lo que es la cultura para los abajo firmantes a través de lo que afirman, más bien por lo que niegan y, desde luego, por lo que piden. Dicen que la carta "no es un eufemismo reivindicativo ni una reclamación gremial" aunque parece serlo. Aseguran que "no es una mercancía ni un catálogo de servicios para el ocio. La cultura no es un entretenimiento". No sea que Adorno levante la cabeza mosqueado con lo de "industrias culturales". Sin embargo, la forma en que gestionan industrialmente los etéreos fines culturales de ocio tiene mucho de negocio. Y cuando llegan las peticiones toda ambigüedad desaparece: propiedad intelectual amarrada sine die, sin fecha de caducidad para los herederos de sangre, luego viene lo de las pensiones, subvenciones, rebaja de IVA, mecenazgo y, en el fondo, latente, la exigencia de leña al mono pirata cultural hasta que hable catalán como Aznar, al menos en la intimidad. Tienen una probóscide que se la pisan. Para aplacar al personal han anunciado, entre otras medidas, desde Cultura la elaboración del estatuto del artista pero lo verdaderamente inaplazable en España es el estatuto del tertuliano.
De la parte teórica hay un aspecto que me inquieta: "la cultura es la herencia de una larga historia: el fruto siempre actual de los grandes hallazgos intelectuales y artísticos. La elaboración estética y moral de la experiencia que nos perfecciona". Por esto último ya no paso, ¿qué tiene que ver la cultura con, pongamos el caso, ser mejores personas? Aquella afirmación es un claro ejemplo de posverdad y si no basta con echar una mirada a los especímenes del llamado mundo de la cultura. Piden su confianza, como el gobierno y los bancos, pero ¿les confiaría sus haberes a cambio de esos productos de "ser" que le ofrecen en depósito? La cultura puede dar lucidez pero no hace mejores. Depende. Queda ya lejano el escándalo cultural cuando Sloterdijk afirmó que el humanismo ha fracasado y el que quiera ejemplares "ejemplares" que vaya a la manipulación genética. Estaba comentando el texto de un gran filósofo que no les hizo ascos a los nazis.
"La comprensión de la cultura como manifestación de la condición humana, símbolo fundamental de nuestra naturaleza, nos lleva a denunciar los ofensivos tratamientos que padece".
El problema es precisamente este: la no percepción del vínculo entre el "interés desinteresado" de lo que los promotores entienden por cultura y que deba realizarse defendiendo los intereses de las "industrias culturales". Dicho en otros términos: que la cultura para vivir esté solo en manos de los que viven de la cultura. Hemos leído que "Podemos se echará a las calles si hay otra muerte más por cortes de luz" y resulta difícil imaginar que lo haga si se le deniega la pensión a un poeta. Más allá de la necesidad hay una cierta sabiduría popular cuando en períodos de crisis económica no se organizan protestas por la disminución de premios literarios, minoración de las dietas a los jurados, restricciones al turismo académico disfrazado de Congreso, y se pregunta qué pintan los costosos museos provincianos de Arte Contemporáneo vacíos a diario excepto los días de inauguración y clausura que echan algo de comer.
Todas las reivindicaciones, "siguiendo el modelo francés", parecen resumirse en una: que vuelva el Ministerio de Cultura separándose de Educación. Habría que pensarlo más toda vez que el verdadero problema radica en que a la cultura le falta educación y a la educación cultura. En la carta manifiesto se mezcla a los creadores, mediadores, gestores (a veces son la misma persona en la era posverdad) y el Estado benefactor y legislador (critican su "indolencia legislativa"). Lo que falta son los supuestos destinatarios de tamaño esfuerzo y ambición: los ciudadanos. Se suele confundir educación con difusión y se prefieren las grandes y vistosas exposiciones a las pequeñas y múltiples participaciones ciudadanas; debería obligarse a que los "creadores" (siempre que no les entren unas ínfulas posrománticas) acompañen a los "recreadores" interesados explicando su taller y proceso creativo: ninguna exposición sin educación como la única manera de que haya cultivo y fructifique algo, es decir, cultura. Lo contrario es una cultura de espectadores, todo lo más "emancipados" a costa de conferencias ombligueras. Por otra parte, la educación debe incorporar la cultura, no como materia, sino como espíritu de comunicación, de comunidad. Es sabido que los universitarios somos de las personas más incultas del planeta: sabemos un poco de lo nuestro y casi nada de los demás. Una política cultural universitaria no debería consistir en la organización de actos sino en el acto de favorecer la comunicación de los saberes entre ellos mismos y, sobre todo, a la sociedad como reza en la mayor parte de los Estatutos.
Las nuevas tecnologías ofrecen a los ciudadanos unas posibilidades culturales increíbles. Tan solo hace falta cribar y mucha paciencia. Y no hacer caso: cualquier tonto puede afirmar que la culpa de todo la tienen las redes sociales. Cuídense más de estos otros: "la cultura es la herencia de una larga historia". A nada que se despisten les hacen un griego.
Si algo distingue a un escritor
posmoderno es su capacidad para gestionar la contradicción. Presenta una obra como
innovadora bajo el paraguas de teorías viejas; le molesta sobremanera la
acusación de falta de sensibilidad ética e imparte incansable conferencias
sobre su visión del mundo; no cree en la realidad pero se la apropia; su ser
consiste en una adictiva necesidad de estar; se le ve en todos los sitios pero
afirma habitar un no lugar; en la crisis de la representación su existencia se
divide entre presentar y ser presentado; se siente incomprendido porque se ha
escrito mucho sobre el heroísmo de la vida moderna pero no se sabe apreciar el
otro heroísmo, el de la condición posmoderna; por todo ello es una figura
melancólica que persigue siempre el favor del público y cuando lo consigue
juega con la ficción de sentirse íntimamente traicionado. Mira fijamente al
espectador y con ironía cómplice parece decirle:
"Tú conoces, lector, este monstruo
delicado,
—Hipócrita lector, —mi semejante, — ¡mi hermano"
El "monstruo delicado" de Baudelaire se aburre de estar aburrido y ensaya otra ficción: el reconocimiento de que es un monstruo pero delicado. Porque, se pregunta retóricamente Daniel Mantovani, el premio Nobel argentino, aunque fuera ese monstruo ¿me invalidaría como artista?
A veces la
animación da la oportunidad única de asistir al proceso en que el alma se
desalma, es puro cuerpo de tierra y vuelve a sus orígenes, a la ternura salvaje
de lo elemental, emprende un viaje esperanzado hacia la nada de luz cegadora
cobijando en su seno a la vida naciente. Este es el caso del extraordinario
cortometraje de Marc Riba y Anna Solanas, Canis,
2013.
Han sabido
crear una geografía emocional minimalista de lo que se deshace, insiste,
abstrae. El fotograma inicial muestra una casa en ruina sostenida, con pequeño
surtidor fuera de servicio pero todavía vigilante, mudo espectador de la
tragedia; un escenario hopperiano en que la devastación es producida a la vez
que documentada por esa luz incierta de los desiertos, escenario de apocalipsis
pero también de la vida prehistórica: un “pos” que es un “pre” ya que todo se
reduce a comer o ser comido. El corto está apoyado, empujado, no por una música
colorista y de contrastes, sino por una banda sonora sin (afortunadamente) una
sola palabra indicadora ni molesta voz en off omnisciente, solo ese ruido monótonamente
modulado de cabeza borradora que provoca desde el primer instante el sentimiento
de la inhospitalidad, más desolador que el de lo siniestro. Ruido de hilo de sierra acústica mezclado con ladridos y gruñidos y silencios en espera, creador de un presente ominoso y un futuro entreabierto. El blanco y
negro abstrae de la acción limitada de los muñecos para destilarla como puro
gesto de una crueldad no exenta de sentimientos. Las imágenes no tienen ningún
mensaje, ellas son el mensaje.
Y no porque no
pueda extraerse una posible novela de formación, prueba
iniciática, de rito de paso, que culmina cuando el muchacho se coloca la llave en el
cuello y repite los gestos del padre que antes le horrorizaban. Quedan atrás los gestos de El Grito de Munch con que cerraba ojos y oídos ante los ladridos, los desmayos por la experiencia de su animalidad pujante. Como en la tradición del romanticismo negro es la naturaleza, con toda su sordidez, la que va a propiciar el despertar y el crecimiento desde el instinto de supervivencia: no cambia, le cambian las circunstancias, iniciándose la metamorfosis en la que conviven la garra que aprieta el palo y la mejilla por la que emerge una lágrima. Belleza en la crueldad sin posibilidad de sublimación, belleza humana al fin y al cabo. Este corto es una pequeña joya en imágenes de lo que es una de las tradiciones más genuinas de nuestra modernidad latina: el humanismo de la indignidad humana.
No es la prosa
sino la poesía de las imágenes lo que predomina. Imágenes que se cruzan y en
ese cruce de miradas van a resolver la encrucijada a la que nos había llevado
el corto. Es el momento de los seres intermedios. Ella, el personaje más
interesante, con media cara quemada y la otra media endurecida albergando un deje de
tristeza, recubierta de piel de perro, elevándose desde las cuatro patas,
llamando: déjame entrar, no sabe decir. Es muerte pero también vida compulsiva en ese coito chocante al que también se apunta el perro doméstico formando un insólito trío. Al final le entrega al muchacho muriendo lo que le convierte en un ser híbrido, un superviviente, ya no tiene miedo a
los perros, con una mano aprieta el arma y con la otra acaricia el regalo, la (su) nueva vida.
El periódico Die Welt ha publicado (14/11/2016) una entrevista a Alexander Kluge con el título "Trump tiene el carisma de un elefante borracho" en una paráfrasis de Max Weber. El entrevistador Jan Küveler apunta que también a Kluge ("el gran intelectual y sismógrafo de los desarrollos sociales") ha sorprendido el triunfo de Trump. Lo que no obsta para que ensaye categorías exclusivas a lo largo de la entrevista y se lance a analogías históricas de lo más inquietantes. Trump habría sabido canalizar ese componente romántico de las clases deprimidas que es el "antirrealismo del sentimiento" en virtud del cual "preferirían falsear una realidad antes que aceptar una realidad que les repugna". Al apunte de que esto "suena a antiilustración", Kluge responde: " Yo lo formularía al revés: una Ilustración que no es capaz de manejarlo no es tal. Eso se dice en la Dialéctica de la Ilustración de Adorno y Horkheimer". Y aquí viene la analogía histórica: Hitler en 1929 no tiene todavía la fuerza que exhibirá después, pero había gente igualmente desesperada. Se pudo evitar y no se evitó. En ambos casos una "mayoría silenciosa" estaba esperando oir la voz que gritara su dolor e insatisfacción. Trump, según Kluge, tendría ese carisma del "tigre" que acorrala a Hillary y lo que ella simboliza, del "elefante borracho" que rompe la porcelana: yo también quiero serlo dirían los silenciosos. Es un triunfador social y una señal su riqueza (a falta de más datos) de que ha sido bendecido por Dios.
El análisis de Kluge se inscribe en la línea ortodoxa de la hermenéutica que ha predominado...después de las elecciones. Es cierto que no aparece la palabra de moda "populismo", pero sí la de "Ilustración", también frecuente en los discursos de miembros de ese movimiento tan polivalente, que gustan de adornarlos con citas confusas del padre putativo, Kant. No tengo constancia de que Trump también lo haya hecho, pero ya caerá. En España, a juzgar por la coincidencia, podría pensarse en un consenso entre el PP, Ciudadanos y Podemos. Rivera recomendó la lectura de Kant sin dejar de reconocer que no había leído la Ética de la razón pura [sic] que citaba Iglesias. Este, en la muy interesante carta a los Círculos de Podemos, iría más bien por la Crítica del juicio, ya que la manifiesta belleza del proyecto político de Podemos oculta una moralidad que no necesita de los discursos de la casta neocon sobre ejemplaridad. En una reciente presentación de la Marca España el dicharachero, ya exministro, Margallo hacía su aportación a la peliaguda cuestión del fenomenismo kantiano con esta perla: según Kant “lo
importante no es la realidad sino la percepción de la realidad”. Trump podría firmarlo. Es provechoso seguir el consejo de Kluge de tomar sus referencias a la Ilustración al revés. Así ocurre desde su magnífica película La indomable Leni Peickert (1970). Es toda una revisión de la Teoría Crítica de cuya cuenta no me resisto a la autocita: "en el pequeño apartado de la Dialéctica de la Ilustración sobre “Génesis de estupidez” sorprende
que Adorno escoja (según Kluge) como símbolo de la inteligencia humana a este
molusco gasterópodo hermafrodita desprovisto de cerebro, con “inteligencia”
peduncular retráctil, por lo tanto intermitente y, más todavía, si a ello le
sumamos el período de hibernación. La baba que deja no parece tener, a estos
efectos, relevancia simbólica" (Cine trabajo, descargable en este blog). No menciono la posible comparación que se ha hecho en la película de Adorno con otro animal, el elefante, para no dejar volar más la imaginación con el título de la entrevista a Kluge. Pero sí conviene señalar que la Escuela de Frankfurt y su marxismo heterodoxo ya no toman al proletariado como sujeto histórico sino al ser humano que sufre y que el lema de "politizar el dolor" no les es ajeno. En este sentido quizá hubiera que revisar el tópico de una Ilustración basada solo en la razón y opuesta al sentimiento. Hay históricamente una ilustración sentimental más potente que la otra y a ella parecen referirse los movimientos populistas, y no solo ellos. Quizá simplifica Kluge al afirmar que esa mayoría silenciosa de desposeídos por la crisis económica, reconversiones industriales, quiebras bancarias, recortes sociales, se niega a aceptar la realidad y por eso la falsea y se entrega al líder vocinglero de turno. No la acepta y adopta la negación de la élite existente como totalidad en el más puro espíritu sin matices de una dialéctica negativa. Y aquí dan igual las variadas fórmulas de una publicidad mutada en propaganda política. En el País (13 noviembre 2016) se trae muy oportunamente a colación: "como escribió hace poco Lauren Collins "si la promesa de Obama es que él era tú, la promesa de Trump es que tú eres él"". Traducido a términos de propaganda política podría decirse que Obama es todavía una Trustmark mientras que Trump es una Lovemark. Se ha demostrado que los que piden tu confianza no son menos letales que los que exigen que les entregues tu amor. Y, puestos en clave hitleriana, es más recomendable para entender la situación el Hitler, una película de Alemania (1977) de Syberberg, que provocó la urticaria de la izquierda, que la buenista Alemania en otoño (1978) patrocinada por Kluge. La victoria de Trump ha sorprendido a (casi) todos. A la hora de buscar las causas bien valen explicaciones como las de Kluge. Pero queda una íntima desazón y es, si se me permite la frase, la de haber sido ninguneados una vez más. Al menos en España los periódicos no han informado sino más bien opinado como si fueran un grupo de presión electoral. Insinuar que son unos descerebrados los que han elegido a Trump tal vez busca hacernos sentir mejor(es), pero explica poco. Es otra descalificación más en la tendencia general de moralizar antes que analizar. Con estos mimbres ¿qué pueden decir los intelectuales? Hay rasgos de lucidez. Uno de los mejores, Fernando Savater, desvela en un vídeo de YouTube (7 de junio 2016) su agridulce experiencia de la vida al pequeño saltamontes arrodillado a sus pies: "los intelectuales somos como las putas vivimos de gustar". Pues eso.