jueves, 27 de diciembre de 2018
en el limbo/inframundo de la imagen 3
Lo que pesa no es el pasado que obstinan en olvidar mientras otros están empe-ñados en recordárselo: “but we don't know where we've been”. Tampoco la ausencia de futuro (las esforzadas historias de amor acaban mal) sino el peso del presente no transitivo. Lo característico de ese limbo o inframundo es que hay mucho movimiento (siempre los representan vagando) pero poca o ninguna acción. La trilogía (Barbara, Phoenix, Transit) son tres historias de amor, de querer amar y su imposibilidad misma porque no hay historia: faltan hechos y no hay acontecimientos. Es un amor sacrificio, de dar y no recibir, es el amor de la renuncia, de los supervivientes, fantasmas. Cuando se le pregunta a Paula Beer, la protagonista, por su película favorita recuerda Solo los amantes siguen vivos de Jarmush. En ese lugar entre paréntesis, no-lugar dirían los posmodernos, de espacios entrecortados tiene lugar esa estética de la renuncia, de intentar ser otro para poder dar cuando se lo han quitado todo. El limbo no es solo tránsito sino estar atrapado en un presente no transitivo de pasado que no pasa fluyendo hacia el futuro. Es el puerto como naufragio.
jueves, 6 de diciembre de 2018
en el limbo/inframundo de la imagen 2
No se trata de la antítesis entre palabra e imagen, tampoco de la tradicional reivindicación de los directores de cine no narrativo de poder dirigirse emocionalmente al espectador sin mediaciones conceptuales. Es algo más sencillo: en la vida hay quienes viven para contarlo y los que sobreviven para no contarlo. Esto es lo que dice Gregg, adoptando una identidad ajena para sobrevivir ahora, distanciándose de la escritura de esa identidad que leyera en el tren. No quiere leer/oír las historias de los demás. Ni escribir ni leer es ser. Es la escritura o la vida. Es la escritura y la vida. Vivir es desvivirse a través de varias identidades para sobrevivir: “pero no podemos decir lo que hemos visto”, tan solo mostrarlo. Esas son las imágenes. Imágenes del tránsito: no poder ser otro, tampoco uno mismo.
viernes, 30 de noviembre de 2018
en el limbo/inframundo de la imagen 1
Se recomienda experimentar la
película Transit (2018) de Petzold desde
los extremos ENTRE los que se combinan las imágenes: primero oír la canción
final Road to nowhere en la versión
de Talking Heads, luego fijarse en la dedicatoria del comienzo. Así se estará
en situación de escuchar una de las afirmaciones más heterodoxas para la memoria
histórica; de entrar en el limbo/inframundo de la imagen
La película está dedicada
a Harun Farocki. El tamaño de la dedicatoria es mínimo, perdida en el fundido en negro de la imagen, en una deuda mayor: ante las imágenes, de nobis ipsis silemus. Conviene
recordarlo pues el magisterio primero, los trabajos compartidos después, definen
un tipo de ocupación con la imagen que trabaja con lo emocional pero descarta lo
emotivo, no propicia la narración y aleja lo identificatorio. El espectador
medio queda cautivado por las imágenes, por la poesía de la imagen, pero sale
perplejo respecto a la trama. Siente que ha sido mantenido a distancia. Y el
crítico le da vueltas a la posible historia. Tiene que escribir.
“Los escritores que estuvieron en los campos conmigo solo vivieron experiencias espantosas y horribles para poder escribir sobre ellas: el campo, la fuga, la muerte, la guerra. Ya no escribiré más redacciones”.
Y en Road to nowhere, la canción con que cierra la película, se apunta: “Well we know where we're going/But we don't know where we've been/And we know what we're knowing/But we can't say what we've seen".
La escritura es el limbo/inframundo de la imagen
domingo, 4 de noviembre de 2018
sábado, 27 de octubre de 2018
el vuelo congelado del Azor
Si la Transición quiere alejarse del Movimiento, el Cambio aspira a cerrar la Transición. Son símbolos que abren y cierran pero no reflejan sino que sustituyen a la realidad dando como resultado la eclosión de esta última una metamorfosis de los mismos más que una ruptura. Algo de eso ocurrió cuando Felipe González utilizó en julio de 1985 el emblemático yate del dictador “Azor” para un periplo vacacional provocando un escándalo mayúsculo como simbolismo asociado a la dictadura y a las hazañas de pesca asistida de Franco. Fernando Sánchez Castillo ha creado con los restos del barco un grupo escultórico titulado “Síndrome del Guernica”. Un guiño a Picasso que necesita ser explicado en una excursión al informalismo cubista, al cubicaje de la materia y la memoria ¿Lo pillan? Es la ironía del posfascismo posmoderno.
Tres imágenes de tres momentos distintos que muestran cómo
las imágenes en la estética política acaban teniendo un carácter inintencional.
El yate de recreo de Franco era percibido como un símbolo de la dictadura por
parte de los españoles depauperados que asistían incrédulos a las perfomances
de pesca de atunes y cachalotes por parte de Franco, difundidas en el “parte” y
obligatoriamente ampliadas en el NODO anterior a la película que se había ido a
ver en el cine. A esa mezcla de ostentación y poder reaccionaban con los
chascarrillos relativos a la dificultad creciente de los buzos para atar a los
anzuelos las presas de las que presumía, más aún cuando se trataba de la pesca
de salmón, animal nervioso que no se avenía con el creciente Parkinson del
pescador. Entrevistas de Estado, invitaciones a ministros en fase de prueba,
escenas familiares de escasa intimidad, eran estampas frecuentes en la cubierta
del yate. Lo que se transmitía como una imagen de relajo y humanidad era
percibido, sin embargo, como un símbolo de poder absoluto en su disfrute y
contemplación obligada del resto de los españoles. Era el fascismo moderno.
Cuando Felipe González decide en términos posmodernos
“apropiarse” del yate para un viaje de recreo “descontextualizándolo” de su
pasado, como una propiedad más de un estado democrático, la prensa reacciona
escandalizada ante el uso de ese símbolo dictatorial, escandalizando, a su vez,
a Felipe González que ve en esas críticas componente freudianos de los
españoles incapaces de superar su pasado. Alfonso Guerra, más fino, ya le
habría desaconsejado, según su propio testimonio, la aventura. Por problemas de
imagen. Todavía se está en el fascismo posmoderno.
De las desventuras del yate, una vez muerto el dictador,
deteriorándose al no encontrar un uso para él, ya hay suficientes testimonios
hasta el más chusco de acabar varado en un páramo de Burgos como reclamo de un
asador. El propietario reconoció haber hecho un mal negocio, la memoria
asociada al yate, declaró, ya no tenía un valor económico. El olvido había
triunfado haciendo desaparecer la intencionalidad del símbolo. Todo lo más
quedaban los inevitables grafitis asociados al nombre del que “estuvo aquí” o
hizo sus necesidades allá.
De ese olvido del tiempo lo rescata la oportunidad de la
memoria histórica comprándolo un avispado artista, Fernando Sánchez Castillo,
por un importe no declarado, en todo caso no alto, “Franco ya no era rentable”,
puntualizaría. Lo desguaza, empaqueta, compacta, reservándose algunas piezas
para la exposición que tiene lugar del 20 de enero al 8 de abril de 2012 en el Matadero de Madrid. Amante de la ironía
y de las contradicciones en la investigación de los símbolos este artista
conceptual encierra la obra en el antiguo frigorífico del matadero mostrando la
congelación de la memoria en el olvido y su descongelación en la memoria histórica
que lo vuelve a congelar hermenéuticamente. Todo el proceso, hallazgo, compra,
desguace, conversión en obra de arte y exhibición es oportunamente documentado
en un vídeo.
El artista subraya que su gesto no obedece a una “responsabilidad
política” sino a una “responsabilidad estética” ¿Cómo debe entenderse esto? El
compromiso ha dado paso a la ironía. Esta consiste en jugar con lo sublime de
la ruina histórica en versión Lyotard: reciclar
un símbolo ya desprovisto de trascendencia pero jugando hermenéuticamente con
ella, sin nostalgia pero con aprovechamiento, parasitándolo. Un símbolo
convertido en chatarra física por el deterioro y conceptual por el olvido es
reciclado, la palabra clave de la ironía posmoderna, del posfascismo
posmoderno.
Fernando Sánchez Castillo pertenece por edad a toda esa generación
de “victimas culturales” (el artista se caracteriza a sí mismo como “exiliado
cultural”)quejosas del silencio de aquella época por sus mayores y ahora
empeñados, no tanto en conocer su verdadera historia, les da igual, (por
ejemplo, en ese barco no tuvo la reunión de Franco con Don Juan, fue en otro
anterior) como en “contarla” a su manera formando parte del relevo generacional
en el traspaso de poderes.
El artista ha señalado que la performance documentada en el
video cubre tres épocas capitales de la historia de España: dictadura, transición
y “tardocapitalismo salvaje”. Esto último caracterizaría el cómo entiende la “responsabilidad
estética” hoy día esa generación: denuncia capitalista del capitalismo salvaje
del poder desde las instituciones del poder mismo en que anidan, mundo del arte
y universidades; refiriéndose al pasado más que, prudencia obliga, al presente;
señalando las contradicciones del pasado desde sus propias contradicciones y
aquí no ha pasado nada, pues la basura del fascismo conceptualizada “non olet”.
No se tira nada, todo se aprovecha. Muy interesante.
viernes, 19 de octubre de 2018
martes, 2 de octubre de 2018
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