domingo, 7 de febrero de 2010
miércoles, 3 de febrero de 2010
martes, 2 de febrero de 2010
La cinta blanca: fraude de palmarés.
Para los cinéfilos las imágenes tienen 40 años: sampleados de Dreyer, Bergman, el inevitable Brueghel en la nieve, guiños a Tarkovski...La rancia moralina acumula otros cuarenta: buenismo narcotizante postfrankfurtiano en gotero. El acierto en algunas escenas como la gélidamente desgarradora del doctor que rompe con la comadrona hace añorar al mejor Haneke de Funny games y El vídeo de Benny.
El manierismo preciosista de la fotografía al servicio de una simplista, irresponsable pero tranquilizadora alegoria del mal como origen del nazismo configura lo que con acierto Fernández Porta ha denominado "esencialismo blockbuster". Es una pena, pero enhorabuena.
El manierismo preciosista de la fotografía al servicio de una simplista, irresponsable pero tranquilizadora alegoria del mal como origen del nazismo configura lo que con acierto Fernández Porta ha denominado "esencialismo blockbuster". Es una pena, pero enhorabuena.
lunes, 1 de febrero de 2010
viernes, 29 de enero de 2010
Retorno a Marienbad
He intentado volver a ver (al menos eso creía) El año pasado en Marienbad, de Alain Resnais. En mala hora. Nada más comenzar a desgranar la voz en off los textos de Robbe-Grillet retornaron las peores pesadillas del cine en cueva de arte y ensayo. Ahora puedo decirlo sin miedo, aunque por ello sea tachado con razón de inculto: esas películas siempre me parecieron un tostón insufrible. Todavía recuerdo las secuelas que me dejó un visionado a traición de Dante no es únicamente severo. Es cierto que nadie me mandaba ir, pero la debilidad ante las malas compañías, el que formaba parte de los ritos de cortejo sin apareamiento de los estudiantes de filosofía, que Susan Sontag había escrito que era toda una forma (se entiende que buena) de vida. En fin…
He apagado el ordenador y acudido, como Francisco Rico, a Google para obtener criterio y, a ser posible, remedio a mi incapacidad. Leo en una entrevista a Robbe-Grillet que, al estar censurada la película, antes de que ganara el León de Oro de Venecia, se la pasaron en privado a Sartre. Comenta dolido el entrevistado que Sartre prometió una ayuda que nunca llegó. En otro link se precisa que, en realidad, Resnais quería dedicar la película a Sartre, pero que este lo rechazó ya que no le había gustado.
¡Ya está claro! La negativa de Sartre explica mi alergia. Acostumbrado a ponerme en vena a diario unos gramos de Ser y Tiempo de Heidegger, más otras porquerías, tenía por fuerza que resultarme insulso y pretencioso el diálogo del guionista, por no hablar, como lo haría mi colega Sartre, de las imágenes burguesas de los castillos y las estatuas vestidas de noche, que ya ni las miraba. Ahora que recuerdo, mi “generación” (como dicen todavía algunos), no veía sino oía las películas. O, mejor, las leía. No sé si sigue pasando lo mismo ahora. Por si acaso…
Acabo de hacer la prueba. He vuelto a encender el ordenador y suprimido el sonido. Por fin he podido ver la película y, siguiendo las recomendaciones del director, su puesta en escena, arquitectura y escultura. Ahora es el hotel y los castillos quienes muestran sin hablar. No hay nada (entiendo la reacción adversa de Sartre) de existencialismo de la decisión y sí mucho de la modernidad melancólica de la in-decisión. Una modernidad laica de sacra conversazione renacentistas que ahora llaman de tiempo suspendido e imágenes en espera. Pero que no hablan. Y así no es que, como pontifica Barthes a propósito de esta película, defraude un sentido pero abra otros, sino que no hay sentido. Por ello tampoco me molesta ideológicamente la envoltura burguesa de las imágenes. Como dice el gran Geoffrey Carey en el vídeo de una exposición de Dora García, la vanguardia en el fondo lo que quiere es conducir un Volvo. Ni semiótica ni moralina, puro fitness mi semejante, mi hermano.
He apagado el ordenador y acudido, como Francisco Rico, a Google para obtener criterio y, a ser posible, remedio a mi incapacidad. Leo en una entrevista a Robbe-Grillet que, al estar censurada la película, antes de que ganara el León de Oro de Venecia, se la pasaron en privado a Sartre. Comenta dolido el entrevistado que Sartre prometió una ayuda que nunca llegó. En otro link se precisa que, en realidad, Resnais quería dedicar la película a Sartre, pero que este lo rechazó ya que no le había gustado.
¡Ya está claro! La negativa de Sartre explica mi alergia. Acostumbrado a ponerme en vena a diario unos gramos de Ser y Tiempo de Heidegger, más otras porquerías, tenía por fuerza que resultarme insulso y pretencioso el diálogo del guionista, por no hablar, como lo haría mi colega Sartre, de las imágenes burguesas de los castillos y las estatuas vestidas de noche, que ya ni las miraba. Ahora que recuerdo, mi “generación” (como dicen todavía algunos), no veía sino oía las películas. O, mejor, las leía. No sé si sigue pasando lo mismo ahora. Por si acaso…
Acabo de hacer la prueba. He vuelto a encender el ordenador y suprimido el sonido. Por fin he podido ver la película y, siguiendo las recomendaciones del director, su puesta en escena, arquitectura y escultura. Ahora es el hotel y los castillos quienes muestran sin hablar. No hay nada (entiendo la reacción adversa de Sartre) de existencialismo de la decisión y sí mucho de la modernidad melancólica de la in-decisión. Una modernidad laica de sacra conversazione renacentistas que ahora llaman de tiempo suspendido e imágenes en espera. Pero que no hablan. Y así no es que, como pontifica Barthes a propósito de esta película, defraude un sentido pero abra otros, sino que no hay sentido. Por ello tampoco me molesta ideológicamente la envoltura burguesa de las imágenes. Como dice el gran Geoffrey Carey en el vídeo de una exposición de Dora García, la vanguardia en el fondo lo que quiere es conducir un Volvo. Ni semiótica ni moralina, puro fitness mi semejante, mi hermano.
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