sábado, 11 de junio de 2011
jueves, 9 de junio de 2011
del prólogo al nuevo ebook
Nos parece normal que duden de nuestra humanidad cuando intentamos acceder a determinados contenidos web: ¡hay tanto robot suelto por ahí!. Lo curioso es que quien nos pide las señas de identidad y verifica nuestro carácter de humanos, después de haber introducido la contraseña, es una máquina. El viejo test de Turing de humanidad, ahora invertido, ya no lo conduce un ser humano sino una máquina. Resulta paradójico, pero es normal. Este ejemplo resume perfectamente lo que es la nueva complejidad: la contradicción interiorizada de teoría y práctica. Su campo de acción son los imaginarios de todo signo. En ellos está la clave, no en el análisis de las teorías, por un lado, o en la descripción de las prácticas por otro. Son ya vasos incomunicantes.
Es sabido que toda la mitología cyberpunk respondió al espíritu empresarial, conservador y libertario, de los pioneros de la Costa Oeste en USA; que los imaginarios tecnorrománticos del ciberespacio los fabricaron individuos sedentarios cuyo ideal era estar hiperconectados: a eso le llamaron sus críticos “autismo interactivo”; que ahora gustan describirse como “sin raíces” gentes de agenda férrea que se pasan la vida de “promo” en “promo” aumentando su bienes raíces; que se ven como nómadas aquellos que giran en torno al último “bolo”, no precisamente digital; que todo lógico se siente atraído por las emociones, pero nada hay menos emocionante, y que dé más corte, que leer escritos de filósofos analíticos sobre emociones, ni más aburrimiento que el onanismo de un neobarroco; que dice Fichte “qué clase de filosofía se elige depende de qué clase de hombre se es”, cierto, pero a la inversa; que si quieres saber cómo es la sociedad de las nuevas tecnologías toma nota de lo contrario a las previsiones de los gurús. Hay contradicción, pero no pasa nada, es normal. Porque no estamos hablando de una contradicción entre teoría y vida, allá cada cual, sino de aquella que permite o no entender las prácticas y la creación desde la teoría que se elabora por los interesados. En este caso, la contradicción no invalida la consecuencia si se es consecuentemente contradictorio, y es ahí, donde entra en juego para cerrar el hiato el factor emocional de los imaginarios. La nueva complejidad puede prescindir de las teorías sobre emociones, pero es imposible sin la emoción de la teoría.
Es sabido que toda la mitología cyberpunk respondió al espíritu empresarial, conservador y libertario, de los pioneros de la Costa Oeste en USA; que los imaginarios tecnorrománticos del ciberespacio los fabricaron individuos sedentarios cuyo ideal era estar hiperconectados: a eso le llamaron sus críticos “autismo interactivo”; que ahora gustan describirse como “sin raíces” gentes de agenda férrea que se pasan la vida de “promo” en “promo” aumentando su bienes raíces; que se ven como nómadas aquellos que giran en torno al último “bolo”, no precisamente digital; que todo lógico se siente atraído por las emociones, pero nada hay menos emocionante, y que dé más corte, que leer escritos de filósofos analíticos sobre emociones, ni más aburrimiento que el onanismo de un neobarroco; que dice Fichte “qué clase de filosofía se elige depende de qué clase de hombre se es”, cierto, pero a la inversa; que si quieres saber cómo es la sociedad de las nuevas tecnologías toma nota de lo contrario a las previsiones de los gurús. Hay contradicción, pero no pasa nada, es normal. Porque no estamos hablando de una contradicción entre teoría y vida, allá cada cual, sino de aquella que permite o no entender las prácticas y la creación desde la teoría que se elabora por los interesados. En este caso, la contradicción no invalida la consecuencia si se es consecuentemente contradictorio, y es ahí, donde entra en juego para cerrar el hiato el factor emocional de los imaginarios. La nueva complejidad puede prescindir de las teorías sobre emociones, pero es imposible sin la emoción de la teoría.
domingo, 5 de junio de 2011
Acceso no autorizado
“Nos hemos vuelto capaces de resistir, y no se nos puede derribar ya, no nos aferramos ya a la vida, pero tampoco la vendemos demasiado barata, quise decir, pero no lo dije. A veces levantamos la cabeza y creemos que tenemos que decir la verdad o la aparente verdad, y la volvemos a bajar. Eso es todo” (Thomas Bernhard. El sótano).
Estas palabras de Bernhard me han venido a la mente al acabar de leer la novela de Belén Gopegui. Algo tienen en común: dignidad herida. Ya no se expresa con palabras grandilocuentes, ni impartición de doctrina, sino con una suave intensidad, pausada, sin levantar mucho la voz, pero diciendo las cosas,algunas veces a piñón fijo, como en las páginas 178 y 194, recordando el tonillo doctrinal de otras épocas, pero sin desentonar en absoluto en el conjunto. Se puede estar o no de acuerdo con ellas, tal vez faltan algunas, pero ya el ritmo de la escritura es un hallazgo. Al menos para mi, que no había leído nada suyo.
Ese ritmo lo imponen los mismos diálogos sobre lo que es la inercia buena y la mala, los personajes que configuran la flecha de la autora, auténticos "indignados" que dan la réplica a los políticos profesionales, enfrascados en el mejor de los casos en cálculos sobre progresos milimétricos. Pero, sobre todo, la auténtica originalidad de la novela radica en que es de nuestro tiempo, porque ha sabido encontrar, además del mencionado tempo narrativo, el verdadero tiempo real de la vida. No me refiero tanto al juego de identificar los personajes de la vice, el ahora llámame Alfredo, el hombre de la pipa, o el tarambanas del presidente, sino a algo más inédito en la literatura española contemporánea. Desde el título mismo, hay una referencia y uso constante de las nuevas tecnologías, pero no para construir una second life como es habitual, sino para intentar potenciar y corregir esta en una mirada crítica al presente. Como, además, tiene el pudor de ahorrarnos el bochorno de los ejercicios de autoficción, que otros escritores ven la mar de ingeniosos, nuestro agradecimiento es eterno.
jueves, 2 de junio de 2011
martes, 31 de mayo de 2011
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