sábado, 18 de abril de 2020

muy recomendable



La serie, muy buena, el tráiler, todavía mejor.

jueves, 16 de abril de 2020

Cultura visual 3



Sergio Martínez Luna es consciente del riesgo de esencialismo al plantear al comienzo “en sentido fuerte la pregunta acerca de qué es una imagen” (28) pero acaba esbozando una muy interesante “teoría crítica” (230) llena de matizaciones. Estas vienen propiciadas por el giro que observa de lo representativo a lo performativo (15) con la digitalización analizando minuciosamente en el libro sus consecuencias. Las imágenes digitales “constituyen” (51)la realidad con lo que se borra la frontera entre representación y realidad; no permiten identificar lo material con lo físico como se daba a entender cuando se insistía en la desmaterialización de las mismas; se diluye la diferencia entre imagen fija y en movimiento como ocurre en el cine posnarrativo (21) que tan bien ha analizado Horacio Muñoz Fernández; nos reafirman en que “la experiencia de la imagen es corporal” (196), háptica. Este libro es muy consciente de la dificultad, por su complejidad, de elaborar una estética de los imaginarios vigentes en la siempre época de las nuevas tecnologías. Y es de obligada lectura para quien quiera conocer los entresijos de esa transición en la que estamos. Su propia forma estilística, escasa de punto y parte y llena de punto seguido, es un reflejo de ello.


Vuelvo al comienzo de estas entradas para pensar esa transición en un diálogo entre dos comienzos de siglo: ya no se trata, como la generación del 14, de preguntarse solo con conceptos por nuestro ser-en-el-mundo sino de pensar nuestro estar en el mundo en imágenes.  Las imágenes, en su pluralidad, son nuestra forma de estar en el mundo. Ese pensar es una experiencia poliestética ya que no existen imágenes visuales sino corporales y es un error que se arrastra identificar lo icónico con lo visual, perdiendo, perdiéndonos en las otras imágenes, sin saberlo, sin “gustarlas” (sapere).

miércoles, 15 de abril de 2020

viernes, 10 de abril de 2020

jueves, 9 de abril de 2020

Cultura visual 2


La asociación entre los títulos de los dos libros desde la portada de uno de ellos ha sido primero visual y luego conceptual: se han cruzado dos imágenes y luego ha invitado a pensar en ellas. Ambos tienen en común que son libros de tránsito, entre límites. En el de Eschenmayer se plantea el problema de Filosofía y Religión, el tránsito del saber a la fe, a la no filosofía, en que a su juicio acaban las filosofías del Absoluto, como quiera que se llame este. Entonces se podía hablar todavía en singular ya que se trataba de una filosofía, la idealista, y una religión, la cristiana. A comienzos del siglo XX hay una modulación en el tránsito cuando al aumentar las imágenes tecnológicas (no técnicas, denominación inapropiada, las plásticas también son técnicas) se produce el cambio cualitativo denominado giro icónico. A pesar de que pretenden superar al idealismo hay casi una unanimidad en las aparentes diversas filosofías, primero a interpretar el giro icónico en términos de giro lingüístico y, segundo, a rechazarlo. Entonces se trataba de Filosofía e Imagen, también en singular, del paso de la filosofía a la no filosofía, a la imagen, al mundo reducido a imagen, a nada, denunciaban.

La herencia recibida desemboca hoy día en una situación paradójica de lo más interesante: desde Platón se maldice a las imágenes con imágenes, se las utiliza para ilustrar el pensamiento y en un gesto de máxima apertura que honra una fantástica iniciativa se hacen concursos de fotografía y vídeo en las Olimpiadas de filosofía. Pero sin ir más lejos. A los alumnos se les explica de una manera y ellos se comunican de otra. Parece que en las relaciones entre filosofía e imagen ya no tiene nada que hacer la filosofía y la religión, pero como decía Stirner nuestros ateos son gente piadosa. La religión de las imágenes pesa desde la tradición judeo-platónico-cristiana que privilegia la palabra sobre la imagen, cuando no la condena. Sin embargo, la herencia de comienzos del siglo XX, de la generación del 14 en filosofía, es un auténtico regalo envenenado, un phármacon, porque son ellos los que propician, a su manera, uno de los tránsitos de la filosofía a la no filosofía, aunque se queden a las puertas de otro: de la filosofía al pensamiento en mitos no al pensamiento en imágenes.

 Con una rara unanimidad intentan superar la filosofía (metafísica, historia de la filosofía) para volver a sus orígenes, al pensamiento, porque la filosofía ha abandonado sus raíces en él. El problema es que ese sitio está ya ocupado y para pensar no hace falta ya filosofar. De hecho, hoy se da el fenómeno contrario, es el pensamiento el que ha abandonado a la filosofía y se piensa fuera de ella. Pensar no es sinónimo de filosofar y menos de citar. Lo que no obsta, y este es el otro elemento de la paradoja, para que los que dicen que se dedican a analizar imágenes, en vez de hacerlo, acumulen citas de filósofos, cuanto más abstractas mejor, empleando un lenguaje barroco ininteligible que sepulta en lo lingüístico lo icónico.

Y ahí estamos, en ese tránsito de la filosofía al pensar, a la no filosofía, con camino de ida y vuelta. Muchas cosas han cambiado respecto al siglo pasado. Con las imágenes digitales no tiene mucho sentido preguntarse qué hacen con nosotros (reeditando el viejo determinismo tecnológico) sino qué hacemos con ellas. Ya no somos espectadores sufrientes sino usuarios agentes. Eso quiere decir que el tránsito de la filosofía a pensar en imágenes es un ejercicio de responsabilidad ciudadana en el que no se permite el ejercicio de la irresponsabilidad lingüística edificante consistente en antropomorfizar las imágenes: no son sujetos, los sujetos somos nosotros y responsables de su creación, uso y distribución. De ahí que no proceda seguir preguntando religiosamente como en el siglo pasado qué se esconde detrás de las imágenes levantando piedras conceptuales. En vez de jugar al escondite, como en la filosofía tradicional, el ejercicio de responsabilidad ciudadana consiste en preguntarse por qué empleo, doy, me das, estas imágenes y no otras haciendo visible lo visible. Necesitamos una ilustración en imágenes, orientarnos en ellas, hacer visible lo visible, dejando el negocio de lo invisible a Netflix.

Continuará


miércoles, 8 de abril de 2020

Cultura visual 1



Hay libros de autoayuda y libros que ayudan a pensar. Normalmente los de filosofía contemporánea pertenecen a los primeros, este a los segundos. Aquellos son selfies más a menos logrados, estos profundamente ambiguos en cuanto a los resultados, es decir, llenos de posibilidades. Empecemos por la portada del libro: la imagen de una estatua clásica hueca, recortada, pegada, de ojos luciferinos, se hace un selfie sobre un fondo rojo parcial ya que el cuerpo emerge de un fuera de campo al que se ciñe, sin embargo, la cartela con el título que lo atraviesa. El encuadre y su ruptura, la disposición de los elementos, los intensos colores, alimentan los contrastes espacio temporales reforzando lo ambiguo del mensaje en que se pueden reconocer muchos: clasicismo y modernidad con un toque de ironía posmoderna. El título sería un oxímoron para Adorno y el subtítulo haría las delicias de su antagonista el señor oscuro de la Selva Negra. El resultado es un pastiche conceptual al servicio de un collage visual. No al revés, lo que acaba dando una de las claves del libro. Si el título editorial es obligadamente blockbuster, en singular, la pluralidad cromática apunta ya a lo que luego será una evidencia, a que su contenido consiste en hacer muchas y diferentes preguntas a variadas culturas visuales de ayer y de hoy con muy interesantes respuestas y propuestas del autor como consecuencia de ellas, en lo que sí resulta singular ya que no es una mera acumulación de citas ni reduccionismo ontológico. El rojo de la actualidad impide una ontología de la imagen, cuando no la ontología misma. El propio Adorno le decía al señor oscuro de la Selva Negra: si quieres desactivar algo conviértelo en una categoría ontológica, tu angustia devenida existenciario ontológico no angustia a nadie. Pero no vas a poner en una portada Culturas visuales. Las preguntas por las imágenes, que parecen apuntes de clase o power point revenidos. Predicamos la pluralidad, pero adoramos lo singular. Si se une todo cabe felicitar de antemano a los responsables por el magnífico diseño y la excelente colección de una buena editorial. 

        Esta fijación mía en temas y conceptos merece una explicación y como autor vuestro del blog que soy os la voy a dar      
                                          



Cuando analizaba en el primer cuatrimestre la Crítica de la razón pura de Kant e intentaba explicar en el segundo el sistema del idealismo trascendental de Schelling (era la época de quien mis amigos llaman piadosamente el “primer Molinuevo”, el segundo no se sabe bien lo que hizo, perdido entre las imágenes, aunque sí lo que dejó de hacer) me llamó mucho la atención el título de un libro de Eschenmayer: La filosofía en su paso a la no filosofía (1803). La portada y el título de este libro me lo han recordado. También las primeras páginas donde menudea una palabra que nadie que aspire a dar una sensación de profundidad debe dejar de emplear, venga o no a cuento, generalmente no: ontología. También aquí, en el subtítulo, se percibe la huella de los latiguillos empleados por el señor oscuro de la Selva Negra. Como en Sócrates, la “pregunta” era igualmente un selfie. Para cerrar esta divagación no solicitada indicaré que entre lo que lo que nos ha llegado de las últimas lecciones del viejo Schelling es la rotunda afirmación de que en filosofía cuando se va a dar clase no cabe marear y enredar al personal con preguntas y más preguntas (como en aquellas resacosas conferencias de las antiguas universidades de verano en que el programa lo hacían los oyentes) sino que hay que venir de casa ya respondido, que para eso le pagan a uno y quizá por ello, como certificaba Schopenhauer, ser profesor y filósofo sean dos cosas incompatibles.


 Continuará



martes, 7 de abril de 2020

la espera

"Yo esperaba con tanta paciencia como solo se espera cuando la espera es por la espera misma y aquello que se espera es irrelevante" (Anna Seghers. Transit)