Me han pedido mis colegas filósofos algunas reflexiones sobre Bolonia y la Filosofía.Vaya por delante que, más allá del aprecio por algunas mejoras técnicas imprescindibles, tengo graves reservas sobre la filosofía del proceso, y coincido con los brillantes artículos que compañeros nuestros han publicado en la prensa. No me parece justa la descalificación de los mismos por la presunta resistencia a una renovación docente, a todas luces necesaria, máxime cuando ya muchos la estaban practicando, por su cuenta, y no siempre con los apoyos deseados. Tampoco estimo que la alternativa sea la creación de una “universidad virtual”: usar nuevas tecnologías no nos convierte en seres virtuales, terminología, dicho sea de paso, desfasada, más propia de los años noventa del siglo pasado. Quizá estos entusiastas comiencen a ver las cosas de otro modo cuando la universidad real deje de pagarles los sueldos, y remita sus airadas quejas a la universidad virtual. Posibilidad no tan remota al paso que vamos.
Dicho esto, la crítica filosófica debería contener también una autocrítica. Tengo mucha mejor opinión de la filosofía en la enseñanza secundaria que en la universidad. He sido testigo durante años de la labor abnegada de sus profesorado, y de las iniciativas con las que intentan motivar a sus alumnos. Con escasas excepciones, no ocurre lo mismo en la universidad. Se ha perdido la oportunidad de hacer planes de estudio verdaderamente nuevos, y de los máster recién implantados no llegan buenas vibraciones. En este sentido, creo que deberíamos ser un poco más honestos con la sociedad: reclamamos un trato de excelencia que no siempre nos merecemos. Entre otras cosas porque, a diferencia de lo que recomendaba Kant, quizá enseñemos filosofía, pero es incierto que enseñemos a filosofar.