Me ha hecho mucha ilusión recibir las tres Nocillas de Agustín reunidas en un volumen por Alfaguara. Para mi fueron un descubrimiento muy interesante en su momento y de ello he dejado constancia en este blog. Un proyecto inaugural como este era de extraordinaria importancia para los que nos dedicamos a la estética de las nuevas tecnologías. Además, está muy bien escrito. Característica que comparte con otros miembros de esa no generación como Vicente Luis Mora y Eloy Fernández Porta, un Hegel del sampleado cultural. Sin olvidar a Jordi-Jorge Carrión.
Mis discrepancias con la teoría que subyace a ese proyecto se las he expuesto en numerosas ocasiones pero como son muy buena gente (un detalle nada despreciable en este mundo de Carpantas)y saben que además no tengo remedio, tampoco me lo han tenido mucho en cuenta. Y, lo más importante, nunca me han hecho caso.
Apenas he abierto el libro sin querer he echado en falta la extraordinaria versión en cómic de Pere Joan. En mi imaginario va unida indisolublemente al proyecto. No lo he leído (¿todavía?), no porque me acabe de llegar el volumen y no haya tenido tiempo, lo cual es cierto, sino por que no sé si estoy en condiciones de hacerlo. ¿Por qué?
Escribir es una forma de salir de la perplejidad y ahí van estas reflexiones con el libro todavía en las manos, mirando esas portadas que siempre fueron un acierto.
La literatura de las nuevas tecnologías tiene detrás un largo pasado, trabaja en un cierto presente y sigue incapaz de imaginar un futuro mejor. Formulado así ninguno de esos elementos parece ser verdad. Pero es que tampoco se trata aquí de la verdad, un término poco operativo en este ámbito, sino de fantasía exacta. Para ser más precisos, de imaginarios estéticos. No son ni verdaderos ni falsos, pero es como una sociedad se ve a sí misma de modo cambiante, fugaz y, por ello, están en una dialéctica constante con la teoría. Si los primeros se distinguen por la inmediatez, la segunda requiere, al menos, una cierta distancia. Obviamente están relacionados, pero es importante no confundirlos, lo que es relativamente habitual cuando se trata de la teoría de la literatura de las nuevas tecnologías.
Nadie en su sano juicio habla hoy ya de hipertexto como imaginario estético operativo, pero a veces se utiliza todavía en la teoría con una mezcla nostálgica, no siempre consciente, del tecnorromanticismo fundacional de la revista Wired: cerebros conectados a cerebros, textos enlazados a textos, indefinida, infinitamente. Lo sublime tecnológico ha mutado en una teoría que no tiene ya nada que ver con las efímeras prácticas tecnológicas del momento.
Una cosa es la literatura de las nuevas tecnologías y otra la literatura con nuevas tecnologías. La primera ha desaparecido con la burbuja literaria de la posmodernidad. Está vinculada a la teoría de las tecnologías del yo, basadas en la ironía, el sampleado, la autoficción y el carácter ficcional de lo real, en definitiva, de los años 80 del siglo pasado. Su estética del reciclaje, que mezcla supuesta novedad en la forma y conservadurismo en el fondo, la hace muy atractiva para trabajos académicos de legitimación, exposiciones en centros subvencionados y bolos transmedia. En la mayoría de los casos suele ir revestida de una excelente escritura. El agotamiento de su capacidad de experimentación tiene su raíz en lo limitado de sus experiencias, su hemiplejia social y neoconservadurismo político.
Por el contrario, en la literatura con nuevas tecnologías la primera condición es que no se notan, porque son invisibles, no es un mérito ya que somos seres tecnológicos como solía decirse, de toda la vida. Queda algo de realidad virtual, se habla de realidad aumentada y se encamina decididamente a la realidad integrada. Este es el punto de convergencia de la literatura con la sociedad tecnológica. Opera con nuevas tecnologías y eso la hace normal, no distinta.
Después de esto sigo tan perplejo ¿Qué hago? ¿Vuelvo a leer el libro? Si no lo hago quizás se me perdone porque ya lo leí antes, pero vosotros os estáis perdiendo mucho si no lo hacéis ya.
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