El póster de la película con un sujeto inquietante atisbando entre plásticos algo que se le escapa al espectador prometía un remake al estilo
Dexter: el asesinato como una de las bellas artes. Si en aquella (exitosa al comienzo y plúmbea en la octava temporada) serie se nos informaba reiteradamente sobre el "código Harry" de un psicópata aquí se da vueltas sobre el "código Mr. Sophistication" de otro que no le va a la zaga, aunque parece más leído. Todo ello envuelto en una serie de reflexiones sobre el arte y la vida, es decir, la vida como arte. No las consabidas deposiciones sobre el fraude del arte contemporáneo si lo hace un escritor o del arte contemporáneo como fraude si lo ajusticia teóricamente un catedrático de Estética. En cualquier caso la película es un magnífico exponente de una determinada percepción social del arte en el cine, distinta de la literatura más reciente que prefiere cortejar al arte conceptual en sus ritos tenaces de apareamiento, utilizándolo como pre-texto.
La otra cosa que sorprende es su extraordinaria recepción en Sitges, sin apenas consecuencias, excepto algunos espectadores abandonando la sala, heridos en su sensibilidad. Hace unos años al director del festival un juez le quiso empapelar por haber permitido la exhibición de
A serbiam film (2010). En este caso reclamaban la pornografía como un arte, deslizando frases como: Vukmir: “las víctimas venden, Milos”. Con ocasión de mi libro sobre el posfascismo posmoderno analicé brevemente la película. Lo retomo ahora porque me sigue asombrando que se toleren las mayores burradas verbales pero no las icónicas, que son las que, al parecer, hieren profundamente la sensibilidad del espectador. Todo en nombre, por supuesto, de la ironía posmoderna. La tesis schopenhaueriana de las dos películas coincide: víctimas y verdugos son lo mismo. Bueno, aquí no exactamente: es mejor el verdugo creador que la víctima estúpida.
El código (no de Virgilio, de momento) :
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