Metrópolis, esta novela, no es Babylon, nombre
con el que se conocía a Berlín. La excelente serie Babylon Berlin basada en las novelas de Volker Kutscher tiene
también como protagonista a un detective con los nervios destrozados por la
gran guerra: Gereon Rath. La serie gusta porque tiene una estética propicia a
moralizar: aprended del pasado o si no estaréis condenados a repetirlo. Está
hecha desde la perspectiva del presente benjaminiano recreando el escalofrío del
pasado con grandes medios. Es una estética Gran Hotel Abgrund para decirlo en
términos de Lukácks. Y de abismo se habla también en la novela de Kerr, pero
como no se sabe todavía el final de la historia, como se vive al día (el otro
tiempo ahora) la posible e inevitable cita de Nietzsche queda todavía en el
aire. Esperemos un poco más.
Metropolis como Babylon es la visión de Grosz sobre Berlín que expone en su conversación con Bernie. Lo llama “Metrópolis del infierno”, un horror fascinante plasmado en su cuadro. La descripción minuciosa de la decadencia, el crimen, las miserias de los veteranos de guerra despreciados, mendigando, la prostitución masculina y femenina que atrae a un turismo internacional…con todo, a pesar de todo, quizá por eso, Grosz dice que ahí está “la verdadera esencia de la humanidad”. De una forma u otra los habitantes de esa ciudad están heridos: los inválidos, los rotos por fuera y los rotos por dentro, que ahogan los sueños en el sueño con el alcohol (como el mismo Bernie) resultando una pesadilla. Es una ciudad degenerada heredera de un legado de indiferencia hacia la muerte y el sufrimiento que solo puede ser reflejado mediante un arte feo de lo feo. Donde los demás son capaces de apreciar la plenitud de un bello paisaje Grosz, dice, solo ve el ojo siniestro del agujero dejado por el obús. La metrópolis explota.
Bernie
señala, por el contrario, que en ese año de 1928 ha sido reconstruida en el
museo Pergamon la puerta de Isthar en Babilonia. Pero que Berlín, a
pesar de lo que dicen, no es Babilonia y no acabará como ella en un
apocalipsis. Más que una metrópolis infierno, que la polifonía tecnológica sin entrañas de
Ruttmann, que el Moloch glotón del vientre de Metrópolis, lo que dice percibir Bernie es el caos entrañable de un
cuadro del viejo Brueghel. En estos cuadros, sin perder detalle del sindiós que
hay abajo, suele aparecer una figura asomada a una ventanita. Kerr hace de
Bernie un ser entre la acción y la contemplación. Cuando se ve en el espejo disfrazado como deshecho de antiguo veterano tirado en la calle para atrapar a
un criminal deja de beber. No quiere acabar así, habitar el abismo sin hotel. Él,
dice, a diferencia de Grosz, no ha renunciado a la belleza, a la esperanza, al
optimismo, a que haya “un poco de ley y orden”, “un poco de moralidad”. Grosz
le tacha de “joven e ingenuo”, pero le regala un esbozo de retrato hecho
durante la conversación y Bernie, emocionado, lo coloca en su habitación junto
al de Hegel.
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