miércoles, 25 de septiembre de 2019

Metrópolis 2



Metrópolis, esta novela, no es Babylon, nombre con el que se conocía a Berlín. La excelente serie Babylon Berlin basada en las novelas de Volker Kutscher tiene también como protagonista a un detective con los nervios destrozados por la gran guerra: Gereon Rath. La serie gusta porque tiene una estética propicia a moralizar: aprended del pasado o si no estaréis condenados a repetirlo. Está hecha desde la perspectiva del presente benjaminiano recreando el escalofrío del pasado con grandes medios. Es una estética Gran Hotel Abgrund para decirlo en términos de Lukácks. Y de abismo se habla también en la novela de Kerr, pero como no se sabe todavía el final de la historia, como se vive al día (el otro tiempo ahora) la posible e inevitable cita de Nietzsche queda todavía en el aire. Esperemos un poco más.

Metropolis como Babylon es la visión de Grosz sobre Berlín que expone en su conversación con Bernie. Lo llama “Metrópolis del infierno”, un horror fascinante plasmado en su cuadro. La descripción minuciosa de la decadencia, el crimen, las miserias de los veteranos de guerra despreciados, mendigando, la prostitución masculina y femenina que atrae a un turismo internacional…con todo, a pesar de todo, quizá por eso, Grosz dice que ahí está “la verdadera esencia de la humanidad”. De una forma u otra los habitantes de esa ciudad están heridos: los inválidos, los rotos por fuera y los rotos por dentro, que ahogan los sueños en el sueño con el alcohol (como el mismo Bernie) resultando una pesadilla. Es una ciudad degenerada heredera de un legado de indiferencia hacia la muerte y el sufrimiento que solo puede ser reflejado mediante un arte feo de lo feo. Donde los demás son capaces de apreciar la plenitud de un bello paisaje Grosz, dice, solo ve el ojo siniestro del agujero dejado por el obús. La metrópolis explota. 








Bernie señala, por el contrario, que en ese año de 1928 ha sido reconstruida en el museo Pergamon la puerta de Isthar en Babilonia. Pero que Berlín, a pesar de lo que dicen, no es Babilonia y no acabará como ella en un apocalipsis. Más que una metrópolis infierno, que la polifonía tecnológica sin entrañas de Ruttmann, que el Moloch glotón del vientre de Metrópolis, lo que dice percibir Bernie es el caos entrañable de un cuadro del viejo Brueghel. En estos cuadros, sin perder detalle del sindiós que hay abajo, suele aparecer una figura asomada a una ventanita. Kerr hace de Bernie un ser entre la acción y la contemplación. Cuando se ve en el espejo disfrazado como deshecho de antiguo veterano tirado en la calle para atrapar a un criminal deja de beber. No quiere acabar así, habitar el abismo sin hotel. Él, dice, a diferencia de Grosz, no ha renunciado a la belleza, a la esperanza, al optimismo, a que haya “un poco de ley y orden”, “un poco de moralidad”. Grosz le tacha de “joven e ingenuo”, pero le regala un esbozo de retrato hecho durante la conversación y Bernie, emocionado, lo coloca en su habitación junto al de Hegel.

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