sábado, 28 de septiembre de 2019

Metrópolis 4


En esa atmósfera no resultan extraños los criminales, pero sí esos seres intermedios que no soportan lo totalitario y tienen que recoger a las víctimas de una democracia endeble, imperfecta, amenazada, corrupta, a los veteranos de guerra mendigos y las mujeres prostituidas, asesinadas. La sociedad no quiere verlos y aplaude la limpieza de los criminales por ellos mismos. A esa invisibilidad se enfrentan figuras como las del detective Bernie, otro ser intermedio, calificado como antihéroe por la “critica” y en la portada de la novela. Bernie es un perro inteligente, aunque no listo, que solo sabe hacer bien su trabajo, que quiere hacer bien su trabajo, aunque para ello no atienda de vez en cuando las órdenes del dueño, por una cuestión de ethos, no de ética. Porque, si hay que levantar alguna vez el brazo, se levanta. Es lo que le permite, ya que no prosperar, sobrevivir al cambio de dueños. Siempre le necesitan. Tampoco los puede evitar. El final será incierto. Recuerda vagamente al “anarca” de Jünger: demasiado poco comprometido para el poder, demasiado comprometido para los enemigos del poder. Acaba llamando a Thea von Harbou ofreciendo ideas para una nueva película sobre un asesino de niños…y por si cae una cena en Horcher.  




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