En esa
atmósfera no resultan extraños los criminales, pero sí esos seres intermedios
que no soportan lo totalitario y tienen que recoger a las víctimas de una
democracia endeble, imperfecta, amenazada, corrupta, a los veteranos de guerra
mendigos y las mujeres prostituidas, asesinadas. La sociedad no quiere verlos y
aplaude la limpieza de los criminales por ellos mismos. A esa invisibilidad se
enfrentan figuras como las del detective Bernie, otro ser intermedio,
calificado como antihéroe por la “critica” y en la portada de la novela. Bernie
es un perro inteligente, aunque no listo, que solo sabe hacer bien su trabajo,
que quiere hacer bien su trabajo, aunque para ello no atienda de vez en cuando
las órdenes del dueño, por una cuestión de ethos, no de ética. Porque, si hay
que levantar alguna vez el brazo, se levanta. Es lo que le permite, ya que no
prosperar, sobrevivir al cambio de dueños. Siempre le necesitan. Tampoco los
puede evitar. El final será incierto. Recuerda vagamente al “anarca” de Jünger:
demasiado poco comprometido para el poder, demasiado comprometido para los
enemigos del poder. Acaba llamando a Thea von Harbou ofreciendo ideas para una
nueva película sobre un asesino de niños…y por si cae una cena en Horcher.
Para cuándo una entrada sobre _Joker_?
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