"La vida de cada individuo, si la contemplamos en su conjunto y en general, y destacamos solo los rasgos importantes, es siempre una tragedia; pero examinada en detalle tiene el carácter de una comedia. Pues la actividad y el ajetreo del día, las continuas molestias del momento, los deseos y temores de la semana, las desgracias de cada hora, todo ello debido al azar que siempre está pensando en gastar bromas, son puras escenas de comedia. Pero los deseos nunca cumplidos, las aspiraciones fracasadas, las esperanzas aplastadas sin piedad por el destino, los funestos errores de la vida entera con los sufrimientos crecientes y la muerte al final, presentan siempre una tragedia. y así, como si el destino quisiera todavía añadir la burla a la miseria de nuestra existencia, nuestra vida tiene que contener todos los dolores de la tragedia y sin embargo ni siquiera podemos mantener la dignidad de los personajes trágicos sino que en el amplio detalle de la vida hemos de ser irremediablemente ridículos caracteres cómicos". (Schopenhauer. El mundo como voluntad y representación. Trad. Pilar López de Santa María)
Para
los que tenemos una deformación filosófica la película es una paráfrasis de
Schopenhauer con expresa cita oral sobre la vida como tragedia y comedia incrustada en ella y así no nos perdemos.
Para los que aspiran a una educación estética constituye una enmienda a la
totalidad, no del diagnóstico, tampoco del pronóstico, sino de la negación de
la voluntad de vivir recomendada por el filósofo. La clave, en ambos casos,
está en el cuerpo, el que realmente habla. Se venera una obra filosófica
dura y se alaba una novela brutal con tal de que sean excelentes, pero se ponen
graves reparos cuando de las palabras se pasa a las imágenes. Ahí ya entra en
juego la desconfianza, cuando no el pánico, de la tradición occidental al poder
de las imágenes. Redoblada con el fascismo posmoderno de una política de mal
hablados pero que cuidan al máximo su imagen a golpe de encuestas con
resultados patéticos. Llevada hasta la exasperación de la falta de libertad por
efecto de la censura icónica previa introducida por todas las causas
políticamente correctas.
Y, sin
embargo, en esta película las imágenes retienen, contienen a las palabras reducidas
a cuatro citas blockbuster apuntadas en un cuaderno y unas cortantes
reflexiones proferidas a desgana y desperdigadas en largos silencios: “No he
sido feliz ni un minuto en mi puta vida”. A Noé le vas a hablar de la lluvia
asiente el espectador schopenhaueriano tragando palomitas. Pero, no se engañen:
no estamos ante una de las usuales películas de violencia estetizada con píldoras
morales para uso de “pequeños saltamontes”. Es una película para mayores
acompañados, si han leído demasiado, ya que no se utiliza el consabido recurso
fílmico de la identificación estética y /o moral, es decir, de la manipulación
emocional. Es una película ambiguamente honesta. La ficción dentro de la
ficción, las alucinaciones verdaderas que no se perciben como verdaderas alucinaciones
introducen una distancia saludable al tiempo que se reivindican.
Las
protagonistas son las imágenes cuyo comentario icónico sería ya otra entrada.
Entre ellas destaca la de la escalera, testigo de la metamorfosis de Arthur Fleck
en Joker, de ese particular camino de formación en el que la sociedad le
deforma y Arthur se pasa la película negándose a ser un héroe trágico hasta que
le hacen tomar la decisión. Es el camino antropológico tantas veces filmado: el
héroe no sabe que lo es, cuando lo sabe no quiere serlo y cuando no tiene más
remedio que serlo le tienta el lado oscuro de los héroes del mal. Aunque un
político español se parezca físicamente a él, no tiene la más mínima intención de
encabezar un movimiento como representante de los más desfavorecidos, en contra
de los recortes sociales y demás causas. Lo único que le importa es qué pasará
con su ración de medicamentos, si podrán aumentársela, si se la quitarán. Su
pasado de abusos infantiles estremece, pero a él solo le ha dejado la risa de
la tragedia, el trastorno neurológico de la risa histérica a destiempo clínicamente
testada. Es la risa que no olvida, la de la lucidez que respira por todos los
poros del cuerpo usado, apaleado. Él lo que quiere es ser un héroe cómico, pero
a su manera, es decir, tragicómico: reírse de lo que no tiene gracia. Y esto no
es políticamente correcto.
Es el
derecho al trastorno que trastorna cualquier orden. Está muy bien la cita romántica
de que la enfermedad es la otra cara de la vida, pero siempre que no sea mental
y no se vea. La metamorfosis tiene lugar cuando Arthur Fleck reclama el derecho
a la visibilidad de la enfermedad, es decir, a la vida, a su vida, a ser él, a
estar enfermo, es decir, que se vea, a existir. ¿Cómo es la risa de las
tragedias sin tragedia? ¿Y tú de qué te ríes?, le preguntan enfadados antes de
agredirle. Es la risa histérica del cuerpo que ha comprendido. Es el derecho a reírse
de la vida, de que se rían contigo, pero no a que se rían de ti. Cómico pero no
ridículo Arthur….Schopenhauer. La mejor película del año, la mejor
interpretación en muchos años.
¿Cree usted que Todd Philips ha podido verse influido en está película por Opiniones de un payaso? Podría verse a Arthur como una versión nihilista y radicalizada del bueno de Hans Schnier.
ResponderEliminarNo sé qué opinarán los fans de Barman ni el jurado de los Óscar, pero el personaje Head Ledger no le llega al nivel del de Joaquín Phoenix ni por asomo.
Poco se habla de la posible lectura marxiana de esta peli.
Un gusto leerle.