Si toda historia es, según lo anterior, historia contemporánea en el instante del peligro, entonces el posfascismo posmoderno borra la diferencia entre vencedores y víctimas; él dice representar a las verdaderas víctimas, aunque no lo sepan o reconozcan. El acento se desplaza de los escrúpulos morales del individuo por los procedimientos a la necesidad ciudadana de salvar a la humanidad amenazada: a lo totalitario solo se puede responder con lo totalitario, el fin justifica los medios. La manipulación de las imágenes es ahora una violencia razonable a la legalidad para…salvarla. Nada de agresividad dominante del fascismo moderno sino imperativos de defensa del posmoderno en nombre de las víctimas, actuales y futuras. A Hannah, que pretende denunciarlos (utilizando sus mismos métodos) le señala Fran la contradicción: el sistema que usted quiere defender es el que se quieren cargar los islamistas y la ironía del asunto es son precisamente las garantías legales del sistema las que les permiten ir contra él. Quieren aniquilarla a usted y su forma de vida. De nuevo, como al comienzo de Homeland, se trata de hacer frente a una amenaza extranjera que rompe con todas las reglas del juego: el terrorismo. Cuando los atentados de Londres se dijo que Occidente no estaba preparado para hacer frente a ese tipo de amenazas de quienes desprecian la propia vida y la ajena. Se unía a ello toda la culpabilización de décadas a Europa y Occidente por la supuesta imposición colonial y cultural del eurocentrismo moderno. Pero, rebate Gemma, si China y Rusia ya lo hacen, así como otros países, ¿se va a quedar desarmado Occidente? El posfascismo posmoderno es ya un estado “normal”. No tiene sentido resistirse, “colabora”.
Y una de las formas de colaborar, paradójicamente, es tener sentido “critico”, “denunciar” el estado de cosas y, sobre todo, recordar que Platón tenía razón: las imágenes “engañan”, como parece sugerir el póster de la serie. La solución, como se señala al final de esta, es mantener el carácter de verdad, prueba legal de las imágenes, haciendo correr, al mismo tiempo, el rumor de que pueden ser trucadas, de que engañan. El tema de la “confianza”, como en las fake news, es fundamental, los que las propagan son los mismos que las denuncian, con lo cual la demanda de verdad crece; la demanda de imágenes “verdaderas”, especialmente las de síntesis, como ya sucedió en el siglo pasado con directores de cine de “culto” antes de que esos mismos se pasaran a las digitales denostadas para producir ahora mejores imágenes “verdaderas”.
Cuando más necesario es tener “criterio” más parece conveniente abandonar la palabra “crítica”, preguntarse no ya qué ocultan las imágenes sino por qué estas imágenes y no otras, preguntarnos por las imágenes que faltan. Toda la serie es la búsqueda de la imagen de la abogada sentada en el autobús, que no aparece y, por lo tanto, se pone en duda de que haya existido. Frente al tópico discurso de la sobredosis también se puede hablar de una anemia de imágenes. Y cuando se trata de las imágenes de síntesis, un consejo: menos Platón de caverna y menos Prozac de crítica autosatisfecha.
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