sábado, 1 de noviembre de 2025

Un sudario para todos los santos



Esta película calificada por Cronenberg como “la más personal” y “autobiográfica” puede leerse en clave personal formando parte del duelo por su esposa muerta. Leerse, tal vez, pero craso error si se trata de verla así. Es un hueso del director para facilitar el titular de una entrevista y digerir una reseña de culto. También puede hacerse en clave contextual, como resumen de una trayectoria fílmica en la que destacan unos cuantos temas y el método para tratarlos. Podían resumirse así: cuerpo e ironía. Esta última presente ya en los primeros planos de la película cuando el grito desgarrador de duelo (boca abierta y rostro desencajado) se funde en contraplano con el de la consulta del dentista; las consideraciones filosóficas sobre el sentido de los sudarios con las bromas sobre el fraude del sudario de Turín; el recuerdo piadoso de los muertos convertido en próspero negocio de cementerios asistido y desasistido por la IA...Ironía sobre las estrategias de duelo. Una vanitas de escenarios neobarrocos posmodernos rebajada con la imagen de un avatar travieso, “muy resolutiva”, de oscuras intenciones, manipulador y manipulado. Una película para charlar sobre unas obsesiones metiendo, sin que venga a cuento, el confuso hilo de un thriller de rusos y chinos que pasaban por allí.

 


El tema del cuerpo atraviesa toda la obra de Cronenberg, desde las malformaciones a los cadáveres (“eres especialista en cadáveres” le dice a Cassel una Kruger pluriempleada); desde “y vinieron desde dentro” a su descomposición; la “nueva carne” y su entierro, sin que deje de sufrir mutaciones; del cuerpo humano como biopuerto a una IA corporeizada. En todo caso, el cuerpo hibridado con la tecnología hasta después de la muerte. 






La mano que emerge del televisor en Videodrome es ahora el móvil que permite monitorizar todo el proceso. Las biotecnologías de las películas anteriores han evolucionado en esta con el empleo masivo de la inteligencia artificial. Pero, con ello, Cronenberg ha continuado siendo fiel a aquello que le hizo original. Mientras que la mayor parte daban la lata con la inmaterialidad de las tecnologías (tecnologías de la mente) él insistía en su corporalidad y carácter háptico, como extensiones del cuerpo, hasta los límites del buen gusto en su exhibición en pantalla. Aquí, el cuerpo enterrado de Jerry Eckler va adquiriendo en su descomposición la textura globulosa de un cuadro de Bacon.

Quizá la última imagen del avión hacia el horizonte sea toda una ironía icónica de otros finales o comienzos. Como en otras películas suyas (con declaración incluida) las fronteras entre realidad y ficción no existen, y menos en la ficción. Si de leer se trata yo he creído ver reproducido el mismo proceso que en la lectura de El trastorno de Thomas Bernhard: máxime lucidez en el límite de la locura.