Pues bien, este de las metamorfosis es uno de los momentos recurrentes de la novela solo que, referido al monstruo, que se reconoce como tal, malvado no ya por la creación, sino a causa del rechazo social: “todos los hombres odian a los desgraciados”. Por el miedo a verse a sí mismos como tales en ellos. Junto a la protesta por la creación divina fallida y un Creador que no la remedia, insensible al sufrimiento de sus criaturas, que le reprochará luego Büchner, el gran literato alemán, junto a ello está (gran diferencia con la película) la negación del papel redentor del sufrimiento. Este no solo no ennoblece, e imposibilita finales felices, sino que envilece al ser humano: “El sufrimiento me ha envilecido” le dice la criatura a Víctor en el memorable encuentro en los Alpes, junto al Mont Blanc, la alternativa visual sublime a la secuencia del Ártico. La consecuencia es que “soy desgraciado y ellos compartirán mis sufrimientos”. El mal no tiene solo un origen metafísico, sino que ahora es social. El mal es lo que hacen seres humanos a otros seres humanos...diferentes. Se cierra el círculo: “Debería ser tu Adán, pero soy el ángel caído”. Condenado a hacer el mal: en la novela es él quien asesina a William, a Henry, a Elisabeth y provoca la ejecución de Justine mediante la colocación de una prueba falsa. Inútil señalar estas diferencias con la película. Como todos los héroes del mal en el romanticismo inglés, no se arrepiente y no “servirá”, la frase satánica que se repite desde El paraíso perdido de Milton. No solo es más fuerte físicamente, sino que tiene el arma que Frankenstein no tendrá: “No conozco el miedo y soy, por tanto, poderoso”, le dice a Víctor. Final de la metamorfosis en la novela y la película, esta vez sí coincidentes, “tú eres mi creador, pero yo soy tu dueño”.
Máxima confrontación que, según el mito, se saldaría con la creación de una compañera. GDT trata el tema dando toda una lección de pornografía emocional…
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