Enero de 2014. Grecia ha vuelto al dracma, Italia a la lira y España a la peseta. En Atenas una manifestación de ancianos pensionistas, que prefieren seguir cobrando la miseria de su pensión en euros, se enfrenta a otra de jóvenes que celebran la renovada pobreza con una afirmación de identidad nacional: la fiesta, ¡que se jodan ellos!, exclaman refiriéndose a los países del Norte, en particular los alemanes. En el título de la novela un lema que coreaban los estudiantes griegos en los años 70: pan, educación, libertad. Eran otros tiempos, la nostalgia no los hace mejores, y ellos tampoco se escapan del ajuste de cuentas.
En algunas fotografías Petros Márkaris tiene un cierto aire a Bergoglio: un ojo mira en una dirección y el otro en otra. La ironía descafeinada se vuelve tierna mala leche, como no podía ser menos en un amante lector y traductor de Brecht ("¿Qué es el atraco a un banco comparado con la creación de un banco?" La ópera de los tres centavos citada al comienzo de Con el agua al cuello) y Thomas Bernhard, el cascarrabias metafísico por excelencia. El resultado es una serie (ocho hasta ahora) de peculiares novelas policíacas en las que hace una radiografía agridulce de la crisis griega.
La novela de serie negra goza de un buen momento tanto en el Norte como en el Sur. Márkaris establece una contraposición entre ambas basándose en la brutalidad y la cocina: la primera y los bocadillos serían un distinto del Norte, mientras que la segunda sería el lenitivo de los ajetreados comisarios del Sur. Con ser cierto lo primero no lo es tanto lo segundo, especialmente cuando se trata de las grandes autoras del Norte, en particular Camilla Lackberg, cuyas recetas de repostería no deben leerse con el estómago vacío.
Se va instalando en el tópico que la novela negra es ya la novela social de nuestro tiempo. Es cierto, pero más exacto (como en algunas series televisivas y de ordenador) sería hablar de novelas y series grises, propias de unas sociedades que se han vuelto más complejas. Ya no se trata de unos detectives o policías al filo de la ley, y con una ética de consumo propio, esquinados en una justicia solitaria, sino de ciudadanos funcionarios que no entienden casi nada pero no por ello menos resueltos a intentar hacer bien su trabajo en un mundo en el que simultáneamente faltan y sobran leyes, ahogan los inútiles reglamentos, nadie es responsable de nada (especialidad del Sur), y los enemigos son internos: políticos incompetentes y corruptos, sindicatos bajo sospecha, universidad ombliguera, desprecio a la educación y la cultura, el soborno como moneda nacional…todo esto y mucho más se agranda en la lupa de la novela.
Estas novelas grises tienen una
luz común en la que el cerebro funde texto e imagen: el nublado. Márkaris
dedica esta novela a Angelopoulos, su amigo durante cuarenta años, colaborador
en los guiones de cinco películas suyas. El director de cine griego esperaba
días enteros, hasta que se nublaba, para empezar a rodar: no quería reflejar
una Grecia de postal, sol, pueblos pintorescos y monumentos. No es la Grecia de los turistas ni la del romántico nuevo comienzo al estilo heideggeriano. Aunque Márkaris
dice de Angelopoulos que era la historia reservándose para sí mismo la realidad, lo
cierto es que ambos se funden en la historia de la realidad griega del presente que son tanto las novelas como las películas. Un bandido se cree Alejandro Magno y vemos a un Omero Antonutti oprimiendo al pueblo en Alejandro Magno. Unos estudiantes se suicidan mirando a sus antepasados en Liquidación final:"Hemos pensado matarnos en el Partenón; así, al menos, nuestros antepasados verán cómo han acabado sus descendientes. Fidias, Pericles, Sócrates, morimos para no tener que ver a los estafadores, vuestros sucesores". La cita completa en
Paisaje en la niebla (1988) de Angelopoulos es una Grecia que mira a Alemania, un
viaje mitológico hacia el padre ausente pero siempre con la tragedia de fondo,
la tragedia griega hoy: la niña violada en el camión que mira incrédula su mano y como la sangre corre por la ropa. La mirada de
Ulises (1991) es el retorno al presente, a los orígenes, a una Europa
devastada en la mirada de un imposible Harvey Keitel, un Sr. Lobo extraviado del redil tarantino y disfrazado
ahora de ewok con saudade.
En El paso suspendido de la cigüeña (1991) Marcelo Mastroianni (otro blockbuster inoportuno) preguntaba a su espectro “¿Cuántas fronteras más tendremos que cruzar para llegar a casa?”. La eterna pregunta del Comisario Jaritos es: ¿cuántas manifestaciones habrá que sortear para llegar a casa, a jefatura, al lugar del crimen, del interrogatorio?. Atenas es un caos circulatorio símbolo del caos del país.En expresión de Karamanlis: "Grecia es un inmenso manicomio". Pero, como en el Fedón de Platón, Márkaris apuesta por quedarse y mantener el puesto aparentemente perdido.
¿Otros tiempos? Somos el mito que vivimos. En La eternidad y un día (1998) Angelopoulos filma en imágenes muy bellas a Bruno Ganz dedicando sus últimos días de vida, de una vida egoísta y ensimismada en la poesía, al niño albanés perseguido por las mafias de la inmigración. Ahora este trabajo lo hace Amanecer dorado y sus mensajes xenófobos. La novela tiene como trasfondo la violencia de una ultraderecha que ocupa el hueco asistencial y de seguridad dejado vacante por el Estado.
Aconsejaría leerla junto con el ensayo de Muñoz Molina Todo lo que era sólido. Tienen mucho en común. El núcleo de la intriga es la petición de responsabilidades de los hijos de hoy a los heroicos padres de la izquierda en los años 70. No tan heroicos después de todo. Quizás algún día les puedan perdonar su voracidad de Carpantas en la democracia, pero difícilmente la tabarra que han dado y siguen dando con una memoria ennoblecida. Frente a ellos destaca un personaje que va ganando en dignidad en el transcurso de las novelas, Lambros Zisis, el antiguo comunista torturado por la dictadura, orillado en la democracia, siempre dispuesto a echar una mano, diciendo lo que a Jaritos le gustaría decir, pero no sabe cómo.
La familia Jaritos hace "olla común" para salir adelante bajo la experta dirección de Adrianí. ¿Saldrán adelante? Márkaris cifra su confianza en el "partido de los mártires", el de la mayoría de gente honrada que, entre tantos mangantes, hace su trabajo. Como él, aunque al final de cada episodio exitoso no pueda por menos de pensar: "No quiero ser un desagradecido, pero ¿cómo es que al final me siento siempre como un gilipollas?". Ya se le nota cansado, también las novelas están perdiendo frescura.
Pero siempre nos queda Goethe, uno de los que mejor ha sabido definir qué es un ciudadano de todos los tiempos.
"Lo que está en el sujeto
está en el objeto, y algo más;
lo que está en el objeto
está en el sujeto, y algo más".
(Goethe. Citado al comienzo de Suicidio perfecto.)