Si, como decía Baudelaire, "el genio es la infancia recuperada a voluntad" este libro de Eugenio Trías es una muestra de ello. Para toda una generación lo que de mágica podía tener la vida se encerraba en una frase: es de cine. Con eso estaba dicho todo. Pero no bastaba. Había que contarlo. Allí, en los programas dobles, siempre caía entre la obligada españolada una perla que contar. Las películas no solo se veían sino que lo más importante era contarlas. Ahora lo llaman compartir. Es lo que hace este libro póstumo que respira felicidad. Se nota.
Una vida recuperada a voluntad como reflexión a través del cine. Es el disfrute de la estética como trabajo. Lo hizo ya en aquel libro deslumbrante, Vértigo y pasión, sobre la película de Hitchcock que ahora confiesa su preferida entre todas. Si Kundera veía en el vértigo el dulce e irresistible deseo de caer, Eugenio Trías detectaba "el abismo que sube y se desborda". Todo un ejercicio de diálogo entre cine y filosofía. Conviene subrayarlo en estos tiempos que corren.
[Un impresentable ministro de Educación y Cultura ha negociado para congraciarse con el mundo del cine introducirlo como materia educativa en Secundaria. Excelente noticia. No lo es que para celebrar la declaración de las corridas de toros como bien, qué digo, "patrimonio" cultural, haya decidido también rejonear a muerte a la filosofía para así acabar de darle la puntilla en la Universidad].
Este libro es diferente. Responde más al cine como "acto de ver", en expresión de Wenders, que es un acto de contar poniéndose entre paréntesis, lo que hace el niño al final de Al paso del tiempo. Eugenio Trías, un metafísico de raza, sabe estar y, en vez de perderse en ontologías onanistas al estilo de Deleuze, cuenta, muestra, aquello de lo que está hablando, suscitando, no la imagen de la trama sino, como pedían en el cine de las nuevas olas, la trama de las imágenes. El acto de ver como pura, en el sentido de simple, fenomenología de las imágenes, de dejarlas estar. Quizás esta forma de ver cine sepa a poco, pero es que lo otro es el delirio de los que saben poco de cine. Y hay mucho delirio suelto.
Saber en el sentido etimológico de gustar. Eugenio Trías, en esa fusión entre cine y (su) vida habla del cine que le gusta, no del que le parece ser más importante. Este libro es un canon incompleto de sus gustos que pensaba ofrecer en otros sucesivos. Los diferentes apartados tienen así mucho de libro de horas. Incluso me atrevo a decir que funcionaría mejor como un cuaderno de bitácora alojado en una web donde mostrar las imágenes que Eugenio tenía en la retina cuando tomaba notas. Así en la magnífica descripción de Marnie.
El libro tiene formalmente la estructura de una larga conversación sobre las imágenes: mira, fíjate en los ojos glaucos y la cara enloquecida del Dr. Mabuse, en las nuevas imágenes recuperadas de Metrópolis, cómo se aclaran algunas ambigüedades de la versión amputada.
Una vida recuperada a voluntad como reflexión a través del cine. Es el disfrute de la estética como trabajo. Lo hizo ya en aquel libro deslumbrante, Vértigo y pasión, sobre la película de Hitchcock que ahora confiesa su preferida entre todas. Si Kundera veía en el vértigo el dulce e irresistible deseo de caer, Eugenio Trías detectaba "el abismo que sube y se desborda". Todo un ejercicio de diálogo entre cine y filosofía. Conviene subrayarlo en estos tiempos que corren.
[Un impresentable ministro de Educación y Cultura ha negociado para congraciarse con el mundo del cine introducirlo como materia educativa en Secundaria. Excelente noticia. No lo es que para celebrar la declaración de las corridas de toros como bien, qué digo, "patrimonio" cultural, haya decidido también rejonear a muerte a la filosofía para así acabar de darle la puntilla en la Universidad].
Este libro es diferente. Responde más al cine como "acto de ver", en expresión de Wenders, que es un acto de contar poniéndose entre paréntesis, lo que hace el niño al final de Al paso del tiempo. Eugenio Trías, un metafísico de raza, sabe estar y, en vez de perderse en ontologías onanistas al estilo de Deleuze, cuenta, muestra, aquello de lo que está hablando, suscitando, no la imagen de la trama sino, como pedían en el cine de las nuevas olas, la trama de las imágenes. El acto de ver como pura, en el sentido de simple, fenomenología de las imágenes, de dejarlas estar. Quizás esta forma de ver cine sepa a poco, pero es que lo otro es el delirio de los que saben poco de cine. Y hay mucho delirio suelto.
Saber en el sentido etimológico de gustar. Eugenio Trías, en esa fusión entre cine y (su) vida habla del cine que le gusta, no del que le parece ser más importante. Este libro es un canon incompleto de sus gustos que pensaba ofrecer en otros sucesivos. Los diferentes apartados tienen así mucho de libro de horas. Incluso me atrevo a decir que funcionaría mejor como un cuaderno de bitácora alojado en una web donde mostrar las imágenes que Eugenio tenía en la retina cuando tomaba notas. Así en la magnífica descripción de Marnie.
El libro tiene formalmente la estructura de una larga conversación sobre las imágenes: mira, fíjate en los ojos glaucos y la cara enloquecida del Dr. Mabuse, en las nuevas imágenes recuperadas de Metrópolis, cómo se aclaran algunas ambigüedades de la versión amputada.
Eugenio completa los extraordinarios fuera de campo de Fritz Lang y sigue fascinado la trayectoria de las elipsis de Kubrick, en particular el gesto extático del prehomínido Moon-Watcher: "se produce entonces la más gigantesca elipsis del cine: cuatro millones de años. El hueso se convierte en nave aeroespacial". Asistimos estremecidos en el minucioso relato al progresivo enloquecimiento del otro vigilante convertido en espectro de la mente perturbada del demiurgo Overlock en El resplandor.
Antes de perderse en los laberintos de Lynch, tras un desfallecimiento momentáneo en una teoría que le es ajena, una pausa en el contar, Eugenio Trías mira desde la portada del libro para ver si le hemos seguido. Es la antesala de la habitación de los deseos. Efectivamente, la palabra deseo es la clave. No tanto elegir un deseo sino mantener todavía la capacidad de desear. Es lo que vence a la muerte.
Hay un hilo de Ariadna literario en toda el libro, que enlaza de una manera u otra las películas seleccionadas, Tierra baldía (1922) de T.S.Eliot, uno de cuyos cabos sirve para engavillar el conjunto de su propia obra filosófica y literaria. Junto a ello un poema, Los hombres huecos (1925), núcleo del monólogo de Kurt/Brando en Apocalypse now, pero convertido ahora en poesía de amor y esperanza de los no-muertos en el espléndido comentario al Drácula de Coppola. Podría decirse que el amor es el verdadero núcleo resultante de esa fusión entre este cine y esta vida de Eugenio Trías: "Sólo se vive una vez, en efecto. Pero vivamos en perpetua fuga hacia la frontera liberadora, hacia el final del túnel, en consagración de la más grande de las pasiones, la amorosa". El amor que vence a la muerte.
Hablamos a veces de filosofía, pero nunca de cine. Ahora lo lamento. Me hubiera gustado comentar con él esta película,.