No son nuevos en su trayectoria algunos motivos que encontramos en esta exposición, como la presencia de ojos y piernas femeninas, ya tratados en dibujos y esculturas. Pero sí la propuesta, la forma expositiva, más simple y desnuda ahora, más colorista y abrigada antes.
Conviene advertirlo, ya que al asombro de quien ha seguido su trayectoria, puede sumarse ahora la perplejidad del espectador que no sabe dónde detener la mirada, ante la ausencia de marcos, carencia de símbolos, y nula oferta de mensaje trascendente. Apenas unas series de papel colgadas en la pared, invertebradas Y es que sólo hay arte.
Un arte en el aire, como pregunta sucesiva, acumulación de dudas, en forma de proyecto itinerante. Hecho con materiales humildes, en su mayoría papel, que no se protege de la acción externa, sino que la recoge y la mantiene. Manchas, pisadas, huellas, restos de otros papeles, forman parte de una obra expuesta al tiempo y a los disturbios de lo cotidiano.
Y junto a ello el dibujo fino a lápiz que nos obliga a una doble perspectiva: la de integrar en la distancia del espectador la cercanía de la artista. Los espacios vacíos invitan a separar la mirada, para no perderse y apreciar mejor el conjunto. Pero el cuidado de la composición, la firmeza en el trazo, el recogimiento de lo pequeño, su fuerza acumulativa, captan la atención e impiden la mirada fugaz.
Es ya relativamente habitual la presencia del cuerpo femenino en el arte contemporáneo. Lo novedoso aquí es que no se trata del cuerpo como tal, sino de acumulaciones de partes en sucesiva metamorfosis, desprovista de intencionalidad, y atenta sólo a los resultados transitorios.
No necesariamente transitivos, pues los fragmentos se entrecruzan, interfieren en las imágenes de una vida invertebrada, que va sumando tiempos, ajustando partes, sin que se advierta desde la suma una identidad con rostro. Son ojos que ven mucho, y que no ven nada; se ciegan en una múltiple burbuja que anega todo. De la acumulación sale algo no previsto, que anima una trayectoria, un proyecto exploratorio a seguir indefinidamente.
Los fragmentos de cuerpo configuran un retorno a lo más elemental de la vida en que predomina lo irracional y lo azaroso, sin que por ello sea un caos. Al contrario, puede cristalizar en flores invertebradas, que esconden en su geometría un misterio romántico rodeado de suciedad indefinida. Capaces de flotar en entornos no bellos como estrellas de mar fijadas en el papel pintado de paredes en las que el tiempo se ha detenido, cerrado sobre sí mismo.
Hay en esta última propuesta de Carmen una extraña melancolía. Las diferentes series son escenas de una mutación, de la mutación de lo inadaptado, que huye en estampida, naufragando a veces. Los pies no tocan suelo. Pero, lejos de sugerir la tragedia, trasladan al espectador una sensación de alivio, de que hay defensa en ese movimiento que no atrapa la totalidad envolvente.
(Texto de de José Luis Molinuevo para el catálogo de la exposición de Carmen González, Invertebradas, que tuvo lugar del 16 de marzo al 16 de abril en el Espacio Permanente de Arte Experimental II de la Hospedería Fonseca, Salamanca)
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