jueves, 19 de julio de 2007

La metamorfosis del yo. Soledad y dulzura.1.















Al leer las novelas de Murakami se tiene “…la sensación de colgar un audaz cuadro surrealista en una pared inmaculada”[1]. Repiten un esquema parecido: el peregrinaje circular en torno al agujero negro del destino de un doble hambriento de yo.
Un personaje masculino joven, casi idéntico en todas y con diferentes nombres en cada entrega, corriente pero distinto a los demás, de apariencia inocente pero próximo a la tragedia, es víctima del destino, de una fatalidad. Esta tiene rostro y nombre de mujer y es fatal, sí, pero en el sentido de que también se ceba en ella el destino arrebatándola siempre la inocencia y a veces la vida.
El destino se cumple pero no se cierra, ya que es un enigma sin resolver. En ese sentido, y a diferencia de la tradición clásica, camina un tanto despegado de la vida de sus personajes. Cuando se vuelve la última página, ella ha desaparecido, pero él sigue siendo un interrogante que no ha hecho sino empezar. Es como una mano tentativa que nos obliga a desandar el camino, a abrir las hojas ya cerradas. Esto causa un cierto desasosiego en el lector, pues ella arrastra el ser como es sin la posibilidad de cambiarlo, mientras que a él parece ofrecerse una cierta oportunidad.
La atracción que él experimenta por ella, la compasión por sus desgracias cuya causa ignora, la capacidad de sacrificio en el amar sin poder entender, que condena a relaciones intermitentes, todo ello desemboca en unas conductas delicadas y en unos diálogos llenos de ternura, en los que apenas aflora algún reproche, aunque estén siempre coloreados de nostalgia por el tiempo perdido. Al final, el amor no se consuma porque el destino no permite intercambiar dos soledades
[2]. Como las de los personajes de la bellísima Deseando amar (Wong Kar-Wai, 2000).
O, más bien, es porque ella, en un acto supremo de generosidad, no quiere arrastrarle a su enigmática enfermedad de ser. Por lo que el otro debe girar en torno al agujero negro de su mejor yo esquivo en manifestarse. Es un juego de dobles: él se siente inquieto, porque está vacío de su auténtico yo que no sabe cuál es, y ella, su mejor yo, no puede reflejarse en él.
[1] Crónica del pájaro que da cuerda al mundo. Tusquets, Barcelona, 2006, p. 320. (En adelante, Crónica)
[2] La canción favorita de Hajime es Star-Crossed Lovers. De Ellington y Strayhorn, 1957. “Habla de unos amantes que nacieron bajo el signo de la fatalidad. Amantes desdichados. Eso es lo que significa en inglés […] –Amantes que nacieron bajo el signo de la fatalidad –repitió Shimamoto-. Parece compuesto expresamente para nosotros dos, ¿no?”. Al sur de la frontera, al oeste del sol. Tusquets, Barcelona, 2007, p. 210. (En adelante, Al Sur)