La palabra “metáfora” aparece una y otra vez en las novelas de Murakami y es la puerta de entrada y de salida de mundos, de lo real y lo ideal, de los muertos y de los vivos, de la metamorfosis de una piel a otra del yo. Tiene un referente concreto que nos lleva a un contexto más amplio.
En Kafka en la orilla encontramos la cita de Goethe: “Todas las cosas de este mundo son una metáfora”[1]. Es una de las mejores expresiones del primer romanticismo alemán. Porque subyace a concepciones como el “realismo mágico” de Novalis que, a su vez, tienen mucho que ver con el romanticismo animista de Murakami. Pero estas “afinidades electivas” no esconden las diferencias irreductibles entre los dos romanticismos,. Y no es la menor de ellas el diferente significado de aquello a lo que apunta la potentísima metáfora de la "flor azul". Lo que en Novalis es un romanticismo de la noche en Murakami es un romanticismo negro. Tienen en común que en ambos se trata de la luz de la oscuridad, fuente de vida y de muerte.
A modo de ejemplo, y como guía, he elegido un texto relativo a los que podríamos llamar como “los santos inocentes”, que también los hay en las novelas de Murakami, y que son los auténticos mediadores en ese espacio del ENTRE que es la existencia metafórica. Se trata del personaje de Nakata en Kafka en la orilla.
“Nakata relajó todos los músculos, apagó el interruptor de su mente y entró en una especie de estado de conexión panorámica. Para él, aquello era algo normal desde su infancia, una práctica cotidiana que realizaba sin darse cuenta apenas. Poco después estaba errando ya como una mariposa por las lindes del ámbito de la conciencia. Más allá se extendía un negro abismo. A veces trascendía la frontera y flotaba por encima de ese abismo, negro y vertiginoso. Pero Nakata no temía ni la profundidad ni la negrura de éste. ¿Por qué había de temerlas? Aquel mundo oscuro sin fondo, aquel silencio opresivo, aquel caos, eran sus queridos amigos de siempre, ya habían pasado a formar parte de él. Y eso Nakata lo sabía muy bien. En ese mundo no existen las letras, ni existen los días de la semana, ni existe el temible señor gobernador, ni existe la ópera, ni existen los BMW. Tampoco existen las tijeras, ni los sombreros de copa. Pero, por otro lado, tampoco existe la anguila, y tampoco existen los bollos. Allí está todo. Pero no hay partes. Y como no hay partes no hay ninguna necesidad de reemplazar una cosa por otra. Tampoco es preciso quitar o añadir nada. Basta con que el cuerpo se sumerja en el todo. Sin necesidad de razonamientos complicados. Y para Nakata no podía haber nada mejor” (Kafka, p.113).
Hay puertas para la inmersión en el todo como, por ejemplo, los nombres: “el pájaro-que-da-cuerda-al mundo”. Y también objetos que funcionan como metáforas. Aunque parezca arriesgado, cabe suponer que la doble faz de la “flor azul” de Novalis se muestra en la imagen del “carnero salvaje” de Murakami. En el lomo tiene un lunar en forma de estrella que le muestra como único. Se aparece obsesivamente en sueños, y quien lo elige es porque es elegido, quien le busca, en realidad, es buscado. Es la encarnación de la vida, del poder, de la destrucción. La breve posesión de la plenitud conduce a la muerte.
“No se puede explicar con palabras. Es justamente como un crisol que se lo tragara todo. Tan hermoso, que te hace perder el sentido, pero al mismo tiempo lleno de la más horrible maldad. Si te hundes en su seno, todo se extingue: la conciencia, el juicio, los sentimientos, las penalidades…Todo se extingue. Es algo remotamente comparable a la energía con que se debió de manifestar en algún punto del universo la fuente de la que procede la vida” [2].
Es otro yo, ese fundamento oscuro, hambriento de existencia, que Schelling intuyó en las visiones de Jacob Böhme. De una forma u otra los personajes de Murakami entran en contacto con él. Unos acaban destruidos, otros experimentan una suerte de escisión, origen de una extranjería más radical que la propia existencia.
[1] Kafka en la orilla. Trad., Lourdes Porta. Tusquets, 2006, p. 139. (En adelante, Kafka).
[2] La caza del carnero salvaje. Anagrama, Barcelona, 2006, p. 313. (En adelante, La caza).