domingo, 29 de abril de 2018

Auschwitz: hace mucho, tan lejos




Una exposición que es una rareza por su formato y contenido: no concebida para indignar cuando se está dentro sino para pensar en lo visto cuando se sale fuera. Su amplitud de recorrido, la abundantísima información icónica y textual, las piezas originales que se exhiben, las reconstrucciones y maquetas, las fotografías envolventes que llenan una pared, no permiten ese recorrido de la mera identificación sino que obligan a la distancia, a preguntarse ¿cómo pudo pasar esto? Y así se comienza con el Auschwitz de la comunidad judía antes de que fuera el Auschwitz de su aniquilación. No hay una respuesta. La exposición se torna descriptiva más que explicativa, lo que creo es su gran acierto. A su final no hay una explicación de lo que pasó, no por falta de datos, sino todo lo contrario, más bien por la ausencia de tesis. Y eso es precisamente lo que la hace más inquietante, invita a cuestionarse: si no se sabe por qué pasó ese genocidio en términos de pueblo es que puede seguir pasando en costes de humanidad, y así “no hace mucho, no muy lejos”. No solo a recordar, esta exposición incita a saber. No es tanto una respuesta como una pregunta al espectador. Emplazado a la entrada de la exposición que se abre en forma de gruta, en los raíles, de camino a esa boca grotesca, todavía anestesiado por el tópico del alma bella, que siente y cree saber con ello, y así  "hace mucho, tan lejos". Es el mal de la banalidad emocional después de Auschwitz.

Se evitan en esta exposición tres de los mayores problemas que suelen acompañar a su tratamiento temático habitual y que se extiende también al ámbito fílmico y la fotografía: la estética inintencional de la fuerza de los verdugos, la doble humillación a las víctimas y la manipulación emocional del espectador.


Con frecuencia, las otras imágenes son capaces de mostrar el envés de las primeras, cauterizando. Y están donde menos se esperan. Una de las más ilustrativas es la gigantesca que amplía y revisa desde una perspectiva completamente distinta en la exposición uno de los tópicos más queridos de la estética nazi: las grandes manifestaciones en el congreso del partido. No se trata aquí de los picados y contrapicados de Leni Riefenstahl y su estética política de lo sublime sino que está tomada desde la trasera del acto, donde las filas marciales se deshilachan, los disfrazados miran para otro lado porque desde ahí se supone que no los miran. No se percibe el entusiasmo delirante e impostado de los primeros planos sino esa resignación vecina que proviene del tedio, como la de nuestro presidente del gobierno ante el desfile de las fuerzas armadas, al que se veía obligado asistir después de haber invitado calurosamente a la ciudadanía : "Mañana tengo el coñazo del desfile... en fin, un plan apasionante" (Rajoy desahogándose con Arenas en 2008). La teatralización de la política encuentra siempre sus límites a micrófono o imagen abierta.

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