Gente que se niega a ver la televisión salva a los anuncios y no perdona un videoclip.La publicidad, dicen, es el último refugio de la estética.Y no les falta razón.Cumple lo que Novalis reservaba para el romanticismo: hacer de lo cotidiano algo misterioso. Lo único que pedía Enrique de Ofterdingen era volver al lugar, a casa.
Los hombres errantes de tangueras sienes plateadas vuelven, por fin, a casa por Navidad, como cualquier estudiante, la inaccesible edelweiss de las montañas nevadas es ahora el asequible turrón el Lobo, la escalera de un adosado deviene en escalinata de Downton abbey, el look modosito de Natalia en ceñido vamp a lo Rita Hayworth y, cuando abre la puerta del lugar.... estamos ante el enigma del espacio.
jueves, 2 de febrero de 2012
martes, 31 de enero de 2012
apocalipsis familiar
Tengan cuidado, hay escenas inapropiadas para mayores.
Ha servido de material para uno de los mejores trabajos de Estética de las nuevas tecnologías.
domingo, 29 de enero de 2012
viernes, 27 de enero de 2012
mercantilización del buenismo
¿Cuándo los buenos sentimientos se convierten en pornografía emocional?
Cuando lo ven cinco millones y trescientos mil parados. Cuando la generación más preparada de España ve que no se aprecia su talento y no puede ejercer su derecho al trabajo. Se han esforzado pero se les cierra el futuro.
miércoles, 25 de enero de 2012
el lectoespectador
“Es innegable que hacer teoría en directo, en vivo, examinando fenómenos sobre los que no hay distancia histórica (ni distancia personal) es peligroso. Claro que sí, pero hay algo más peligroso aún: no hacerlo. Si no pensamos, nos estamos dejando mecer por las olas de la actualidad y del pensamiento, por lo común anacrónico o no especializado, de otros. Sólo con un espíritu crítico, equivocado o no, huimos de la inercia y alcanzamos la velocidad de escape, poniéndonos a salvo de lo trendy, de lo que es tendencia, de lo que se lleva. Reflexionar es nuestra obligación, porque no pensar es justo lo que se espera de nosotros. Es más preciosa una idea equivocada que ninguna” (118).
La figura del lectoespectador conserva las tradiciones del espectador en el arte e implica un punto de fuga de la obra respecto al que posicionarse, sin el cual no es accesible, por más que se le deje en aparente libertad. Este punto de fuga parece estar situado en la obra de VLM en el epígrafe “nuevo conceptualismo”. Allí se habla de cómo hacer en diferido esta teoría del directo, sorteando la peligrosidad que entraña mediante un paralelismo. En los años sesenta y setenta, tanto los artistas europeos como los estadounidenses, advirtieron el desajuste entre las teorías estéticas imperantes y sus prácticas artísticas. La no existencia de una teoría correspondiente les obligó a hacerla a ellos mismos. Y, al parecer, es lo mismo que sucede ahora con las prácticas narrativas actuales, por lo que el libro de VLM se ofrece como una contribución a la teoría que ilumine esas prácticas huérfanas de ella. El resultado, antes como ahora, es que “el arte en ellas se confunde con el pensamiento”. Y, por eso, VLM invita a leer su libro desde la perspectiva de la Estética: “la literatura pangeica es arte literario conceptual, como apuntamos más arriba” (p. 183).
De hecho, a VLM se le escapa a veces el nombre, y retrocede pudoroso, pero lo cierto es que tanto él como AFM se ven fundamentalmente como artistas, y no les falta razón. Ahora bien, eso que permite innegables libertades tiene también indudables ataduras, y resulta en todo caso muy clarificador. El libro es, en consecuencia, muy útil para comprender también la faceta de VLM como creador y teórico, aunque no se limita al ámbito personal, sino que pretende tener un alcance pangeico. Y es ahí donde, efectivamente, como nos advierte, puede estar el peligro, el de los amigos, se entiende. Porque no todos los contemporáneos son coetáneos, e incluso entre estos se encuentran los menos modernos.
El territorio pangeico abarca todo el planeta, pero el espacio narrativo de innovación del que habla VLM se refiere especialmente al de los comprendidos entre 25 y 45 años (p.128). Casi todos se hallan presentes, de una u otra manera. Este libro es un auténtico ejemplo de voluntad de integración expresado en la abundancia de citas, muestra de una erudición abrumadora y una generosidad extrema, incluso con los que dicen lo contrario, sin contradecirlos. No es un libro del VLM con fama de temprano destroyer en la crítica literaria, provocador en sus juicios, sus polémicas taxonomías literarias no son presentadas ahora de manera tan contundente, incluso su querida hipótesis Pangea se puede negociar, y si hace falta usar otras palabras…Todo sea por la urgencia de la teoría, de pensar el presente. Y su libro, sin lugar a dudas, es una valiosísima contribución a ello, máxime teniendo en cuenta el erial que hay ahora de teoría de las nuevas tecnologías, y que de hierbajos como el de Lanier, mejor no hablar más. ¿Será correspondido tanto esfuerzo? Creo que va por edades y gremios.
El paralelismo señalado antes no es gratuito, porque el libro desprende una estética vintage muy del agrado de la época. A quien le guste Mad men (y tiene fans de todas las edades) le encantará el libro de VLM pues, a la inversa, se trata de un análisis del presente con el aroma de la teoría de los pasados sesenta y setenta. No en vano desfilan por él los jóvenes teóricos Foucault, Derrida, Deleuze, Baudrillard, Virilio…Al parecer, con toda razón pues, si como piensan muchos todavía, ellos tenían la teoría, pero no los instrumentos de los que se dispone ahora, es lógico volver a su vera para explicar lo que se hace en este momento. Aunque, ¿no habíamos quedado en que las teorías se sacan de las prácticas y no al revés? ¿O es que las prácticas, al final, no son tan innovadoras?. El paralelismo que explica un origen corre el peligro de convertirse así en destino. Las metáforas de la confusión, con las que los teóricos de los sesenta y setenta abordaron las nuevas tecnologías de los 80, siguen apareciendo en el libro: nómadas, no lugares, ciberespacio, el panóptico en el “ojo divino de Google Earth”, la importancia ya desfasada del paradigma televisivo, el romanticismo del fragmento y el hipertexto...y a más de un@ de la franja de los 25 le pondrán de los nervios los ingeniosos juegos de palabras a cuenta de las redes sociales. En el lado opuesto, es de prever que el libro tenga mucha aceptación en una teoría de la literatura que acaba de descubrir el giro visual, y entusiasmará también a otra literatura comparada que se inspira en la antigua poshumana Hayles y se distribuye en Cataluña.
¿Eso es todo?
Francamente, me parece muy poco. Como no soy lectoespectador, renuncio a ese pie forzado de lectura del libro, a ese imaginarme las imágenes, me aparto de la línea de fuga y paso de lo visual a lo corporal, ensayando un recorrido por el mismo al estilo de Richard Long. Entonces, la cosa cambia.
La obra, ya no solo un libro, empieza a aparecer en toda su complejidad. No es la óptica sugerida del collage y la ironía de Hamilton, ahora un tanto naíf y camp. No es el paradigma la deconstrucción irónica del sueño americano con la que nos castigan periódicamente en España las contumaces exposiciones tan faltas de imaginación como de presupuesto. No. VLM es un rara avis que crea desde la información, cierto, pero sobre todo del conocimiento. Y eso no es fácil de encontrar y costoso de adquirir. La profusión de citas son la honestidad del camino recorrido en compañía, no lastre inútil de catálogos laudatorios o reseñas de groopies en forma de post. De los sesenta y setenta toma la dirección, más que el dedo de la cita, es decir, la creación en libertad de una literatura de la mirada y un pensamiento en imágenes. Avanzando más, pues uno de los dramas que observamos ahora en el retorno a la imagen de esos años, es que los teóricos estuvieron a años luz de las nuevas imágenes. Incluido Barthes. Las últimas páginas del libro son hermosas. Qué no hubiera dado Godard por encontrar un alma gemela como el VLM que escribe: cuando pienso veo una película.
A eso le llaman hoy, y VLM lo hace, nuevas humanidades, no importándole que tuerzan el gesto los ignorantes de turno en todas las edades. Para mostrarlo, aporta ideas originales sobre el uso de Google, la creación, edición y crítica en nube, tensa los límites entre poesía e imagen, hasta extremos que difícilmente encontrarán editor literario. Y es entonces cuando se comprende también su exigencia de que el arte sea algo más que el arte que es ahora, que vuelva a sus raíces como ars en las nuevas tecnologías: un saber hacer. Porque ya vamos teniendo los medios. Ese saber hacer requiere hoy una tarea de Sísifo: en la ola, pero controlándola. Sabiendo que lo que se hace es efímero, transitorio, arriesgándose incluso a la contradicción productiva que se advierte en VLM de instalarse en el fragmento pero aspirando al sistema. Este VLM de estilo directo, pero no agresivo, insiste una y otra vez en que no está imponiendo una postura, sino exponiendo y argumentando la suya, pidiendo a los demás que hagan lo mismo. Merece la pena caminar en esa dirección.
lunes, 23 de enero de 2012
incompetencia
No voy a hablar de la corrupción de los políticos, sino de otra mucho más extendida: la corrupción ciudadana de la política. Hay una sobredosis de la primera en las noticias, artículos de pensadores, griterío de pesebre en las tertulias. Las sesudas explicaciones abundan en el mal radical propio la condición humana, y la búsqueda de remedios les conduce hasta Grecia, ejercicios de cultura ficción que aportan poco al tema. Por otra parte, los políticos son los primeros en reconocerla, dan la razón y miran hacia otro partido. No andan descaminados quienes piensan que son ellos mismos los más interesados en que se hable de esto para que se aparte la vista de otra cosa.
Ya está asentada la creencia de que la corrupción económica de los políticos es la causa de su incompetencia y el fracaso de la política, idea tranquilizadora para todos, aunque no resuelve la crisis. Porque lo cierto es que sucede al revés: la incompetencia sostenida es la verdadera causa de la corrupción de la política. Y quienes la sostenemos, los culpables, somos nosotros, los ciudadanos. De ahí que, más grave que el descrédito de los políticos, acaba siendo el de la conducta de los ciudadanos respecto a la política, refugiados en una actitud nihilista respecto a ella. Y por eso se enciende la esperanza cada vez que se advierten movimientos ciudadanos de regeneración.
Si una de las características estéticas de lo totalitario es asistir fascinado a su propia autodestrucción, hay que estar prevenidos ante la deriva hacia el fascismo de lo ciudadano que ve normal, y elige, la incompetencia política. La justicia nos defiende de la corrupción política, a nosotros nos toca defendernos de la corrupción ciudadana de la política, de elegir la incompetencia. Puede que no guste la democracia directa, pero es necesario mantener la dirección ciudadana de la democracia.
Ya está asentada la creencia de que la corrupción económica de los políticos es la causa de su incompetencia y el fracaso de la política, idea tranquilizadora para todos, aunque no resuelve la crisis. Porque lo cierto es que sucede al revés: la incompetencia sostenida es la verdadera causa de la corrupción de la política. Y quienes la sostenemos, los culpables, somos nosotros, los ciudadanos. De ahí que, más grave que el descrédito de los políticos, acaba siendo el de la conducta de los ciudadanos respecto a la política, refugiados en una actitud nihilista respecto a ella. Y por eso se enciende la esperanza cada vez que se advierten movimientos ciudadanos de regeneración.
Si una de las características estéticas de lo totalitario es asistir fascinado a su propia autodestrucción, hay que estar prevenidos ante la deriva hacia el fascismo de lo ciudadano que ve normal, y elige, la incompetencia política. La justicia nos defiende de la corrupción política, a nosotros nos toca defendernos de la corrupción ciudadana de la política, de elegir la incompetencia. Puede que no guste la democracia directa, pero es necesario mantener la dirección ciudadana de la democracia.
domingo, 22 de enero de 2012
el otro nihilismo
El otro nihilismo comienza cuando Nietzsche se desploma abrazado al caballo, definitivamnete alienado. Finaliza el nihilismo germánico, empieza la nada mediterránea. Hay un nihilismo wagneriano, viscontiniano, que arrastra todo en su caída; hay otro nihilismo, el de Cézanne, Van Gogh, que renuncian a sí mismos para salvarse en los objetos, abrazándolos.
Esta extranjería de sí, este "yo es otro", tiene su gran literatura en El extrajero de Camus, pero la película de Visconti con el gran Mastroianni aquí perdido, es de pena. Para decirlo en términos de Baudelaire, el extranjero de sí tiene hambre de no-yo. Y solo puede responder como un alienado cuando le preguntan por qué lo hizo: el sol...La nada mediterránea.
Lejos de un tenebrismo espiritualista, me imagino al cochero comienzo ansioso la patata en un cuadro de Velázquez o, mejor, como una figura de los comedores de patatas de Van Gogh, de 1885, cuatro años antes del episodio del caballo en Turín. Tiene una gran fuerza moderna el estudio previo:
Solo he visto el primer día de la película de Béla Tarr El caballo de Turín. La voy viendo-bebiendo a sorbos, como los pájaros con las imágenes poéticas. Pero me falta la otra película, la de la nada mediterránea, sin niebla, con los objetos a pleno sol, la de la alegría de lo real, por el simple hecho de que existan. ¿Conocéis alguna?
miércoles, 18 de enero de 2012
página peligrosa
Según los expertos en Unamuno la peor distopía tecnológica se compone de una mezcla letal: gimnasios y Sabina.
Desde Inteligencia artificial no había visto un bodrio tan cursi sobre jergas de la autenticidad en la futura sociedad de las nuevas tecnologías como el segundo capítulo de Black mirror.
Para mayores con reparos y acompañados. O mejor, piérdanselo.
lunes, 16 de enero de 2012
emanciparse del espectador
En un momento de Boston legal, el atrabiliario Denny Crane le dice al trapacero Alan Shore: “no hay hechos, solo ficciones buenas o malas”. Son los dos personajes más simpáticos de la serie. Desde la maravillosa terraza de su rascacielos posmoderno filosofan al término de la jornada en lenguaje políticamente incorrecto, acompañados de un buen veguero y un Chivas sin hielo, mientras la ciudad se extiende a sus pies, que dirían en un mal culebrón. El uno es un ultrarreaccionario con principio de Alzheimer, que no da palo al agua, el otro sufre terrores nocturnos, le da igual todo y, por eso, acaba siendo una persona de fiar. Ambos son, o han sido, abogados de prestigio. Cómodamente sentados en la terraza, simplemente miran, la cámara les enfoca, ora en plan Friedrich, o en plano frontal, mientras el humo nubla sus ojos. Fundido en negro. Créditos.
Esta semana pasada tanto en el máster de Filosofía sobre estética de la sociedad de las nuevas tecnologías, como antes en el de Arte de noviembre en el Cegac de Santiago, salió a debate la figura del espectador. Mi postura es que, en este momento, es una mala ficción para comprender la sociedad de las nuevas tecnologías. No es útil. Va unida a una tradición occidental de la vista, como metáfora de lo mental, a imaginarios obsoletos como ciberespacio o cyborg, a las metáforas digitales, signo de puericia tecnológica. En definitiva, a la incipiente ideología de las nuevas tecnologías de los años 80 del siglo pasado, a su recorrido tecnorromántico platonizante del fragmento, a despropósitos como la literatura del hipertexto y similares. Podríamos seguir. Hay que actualizar los imaginarios.
De la figura del espectador solo quedaban unos harapos. Pero, miren ustedes, a un español decente le daría vergüenza vestirlos, ahora bien, si lo hace un clochard de las letras francesas, la cosa cambia. El libro de Rancière, El espectador emancipado, ha sido el panfleto de cabecera (en realidad, solo unas páginas) de comisarios de arte y directores de museos a la búsqueda de "usuarios". De acuerdo con el título, la palabra emancipación cuestiona la dicotomía entre ver y actuar, la pasividad y la actividad, lo que el espectador debe ver y lo que se le enseña. El espectador es ya activo, construye lo que ve, su propia historia. Es ya emancipado. ¿Seguro?
Entiendo, a diferencia del citado libro, que la labor de la crítica, de la educación estética y artística no consiste ya en emancipar al espectador, sino de emanciparse de una vez por todas de la figura del espectador, empezando por nosotros mismos. Pero no solo por la dicotomía mencionada, entre acción y contemplación, desde luego obsoleta, sino porque la misma palabra espectador es antinatural: el cerebro es siempre interactivo. Enlazo, mediante las synapsis, luego existo. Cuando hablamos de nuevas tecnologías no hay que limitarlas a las viejas TIC sino a las nuevas biotecnologías y neurociencias.
Si no hay esa emancipación del espectador, y lo que ello implica, entonces seguiremos viviendo en una época de imágenes zombies. Llevan una vida espectral: vivas en la práctica, muertas en la teoría. Mejor, entre la teoría de la imagen y la imagen de la teoría. De ahí la urgente necesidad, no sólo de sacar una teoría de las prácticas, sino de volver a la experiencia estética y artística. Tendría dos características: cuerpo y espacio, es decir, situación. No se trataría de crear espacios definidos por la posición de los espectadores sino de las situaciones creadas por los cuerpos. Es realmente entonces cuando se puede hablar de obras interactivas, no el sucedáneo a que estamos acostumbrados.
Unos estudiantes de cuarto de Filosofía en Salamanca han hecho el siguiente experimento de ilustración en imágenes: mandar y recibir imágenes en twitter entablando un verdadero diálogo icónico, comunicando experiencias, sin leer la imagen, sin literaturizarla. La experiencia, al parecer, está siendo todo un éxito. Lo que hacen, parafraseando a Kant, es atreverse a usar sus propias imágenes sin ayuda ajena.
¿Va usted a ser menos que un filósofo?
Esta semana pasada tanto en el máster de Filosofía sobre estética de la sociedad de las nuevas tecnologías, como antes en el de Arte de noviembre en el Cegac de Santiago, salió a debate la figura del espectador. Mi postura es que, en este momento, es una mala ficción para comprender la sociedad de las nuevas tecnologías. No es útil. Va unida a una tradición occidental de la vista, como metáfora de lo mental, a imaginarios obsoletos como ciberespacio o cyborg, a las metáforas digitales, signo de puericia tecnológica. En definitiva, a la incipiente ideología de las nuevas tecnologías de los años 80 del siglo pasado, a su recorrido tecnorromántico platonizante del fragmento, a despropósitos como la literatura del hipertexto y similares. Podríamos seguir. Hay que actualizar los imaginarios.
De la figura del espectador solo quedaban unos harapos. Pero, miren ustedes, a un español decente le daría vergüenza vestirlos, ahora bien, si lo hace un clochard de las letras francesas, la cosa cambia. El libro de Rancière, El espectador emancipado, ha sido el panfleto de cabecera (en realidad, solo unas páginas) de comisarios de arte y directores de museos a la búsqueda de "usuarios". De acuerdo con el título, la palabra emancipación cuestiona la dicotomía entre ver y actuar, la pasividad y la actividad, lo que el espectador debe ver y lo que se le enseña. El espectador es ya activo, construye lo que ve, su propia historia. Es ya emancipado. ¿Seguro?
Entiendo, a diferencia del citado libro, que la labor de la crítica, de la educación estética y artística no consiste ya en emancipar al espectador, sino de emanciparse de una vez por todas de la figura del espectador, empezando por nosotros mismos. Pero no solo por la dicotomía mencionada, entre acción y contemplación, desde luego obsoleta, sino porque la misma palabra espectador es antinatural: el cerebro es siempre interactivo. Enlazo, mediante las synapsis, luego existo. Cuando hablamos de nuevas tecnologías no hay que limitarlas a las viejas TIC sino a las nuevas biotecnologías y neurociencias.
Si no hay esa emancipación del espectador, y lo que ello implica, entonces seguiremos viviendo en una época de imágenes zombies. Llevan una vida espectral: vivas en la práctica, muertas en la teoría. Mejor, entre la teoría de la imagen y la imagen de la teoría. De ahí la urgente necesidad, no sólo de sacar una teoría de las prácticas, sino de volver a la experiencia estética y artística. Tendría dos características: cuerpo y espacio, es decir, situación. No se trataría de crear espacios definidos por la posición de los espectadores sino de las situaciones creadas por los cuerpos. Es realmente entonces cuando se puede hablar de obras interactivas, no el sucedáneo a que estamos acostumbrados.
Unos estudiantes de cuarto de Filosofía en Salamanca han hecho el siguiente experimento de ilustración en imágenes: mandar y recibir imágenes en twitter entablando un verdadero diálogo icónico, comunicando experiencias, sin leer la imagen, sin literaturizarla. La experiencia, al parecer, está siendo todo un éxito. Lo que hacen, parafraseando a Kant, es atreverse a usar sus propias imágenes sin ayuda ajena.
¿Va usted a ser menos que un filósofo?
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