Verlas
sí, pero no se pueden mirar hoy las imágenes sin sospechar. Es una de las
variantes (hay otras muy distintas) de la estética de la apariencia: el
fake. Esta serie confirmaría la sospecha
inserta en esa tradición platónica. Los millones de cámaras de vigilancia crean
una bóveda virtual en la que estaría, como antes y sin saberlo, el nuevo
prisionero de las imágenes digitales. Si se toma este camino el trayecto de la
caverna platónica a la posverdad es de éxito asegurado. Además, siempre hay un
salvador en oferta. Siempre hay un “denunciante” radical con discursos
binarios. El resultado es el mismo: fascismo posmoderno. Como señalaba Susan
Sontag, incapaces de “imaginar un futuro mejor” porque es más atractivo y
rentable estéticamente un futuro peor, acaban denunciando a este a la vez que
lo promueven. Pero con ello cierran el negocio redondo: crean apariencia, un
mundo de apariencia, y luego vuelven a cobrar desvelando el making of, como en
los antiguos DVD de versión extendida. Es el truco platónico del mito de la
caverna que comienza con “imagínate” para luego criticar lo que imagina y
ofrecerse como salvador. Es fascismo por determinismo esencialista y posmoderno
por el juego de lenguaje que aparentemente lo cuestiona, reforzándolo. Todavía
hay un paso más, como veremos.
La
manipulación de las imágenes se hace fuera de, con, desde, y en lugar de las
imágenes de las cámaras de vigilancia, llamadas de “seguridad”. Estas
suministran el material para proceder luego a la creación de las imágenes de
síntesis aprovechando cortes “invisibles” espaciotemporales para crearlas.
Utilizan, pues, esa sobredosis y ahora “basura” de las imágenes cotidianas que
captan esas cámaras. Es toda una industria del reciclaje dando un uso a esa
basura bastante distinto del posmoderno de las existencias terminales, de las
tecnologías del yo, de la querencia de filósofos y artistas por la basura. Esta,
ciertamente, “non olet” cuando se teoriza y frivoliza sobre ella, otra cosa es si
se tiene que vivir dentro. Es, más bien, un reciclaje ciudadano de identidades
cotidianas para crear luego un simulacro. Lo curioso es que se trata de un uso
posmoderno de las tecnologías del yo en nombre de una ideología moderna del
bien de la humanidad. Es, lo vamos a ver, un posfascismo posmoderno.