lunes, 22 de febrero de 2021

poética de la caverna "crítica" (3)

 

Verlas sí, pero no se pueden mirar hoy las imágenes sin sospechar. Es una de las variantes (hay otras muy distintas) de la estética de la apariencia: el fake.  Esta serie confirmaría la sospecha inserta en esa tradición platónica. Los millones de cámaras de vigilancia crean una bóveda virtual en la que estaría, como antes y sin saberlo, el nuevo prisionero de las imágenes digitales. Si se toma este camino el trayecto de la caverna platónica a la posverdad es de éxito asegurado. Además, siempre hay un salvador en oferta. Siempre hay un “denunciante” radical con discursos binarios. El resultado es el mismo: fascismo posmoderno. Como señalaba Susan Sontag, incapaces de “imaginar un futuro mejor” porque es más atractivo y rentable estéticamente un futuro peor, acaban denunciando a este a la vez que lo promueven. Pero con ello cierran el negocio redondo: crean apariencia, un mundo de apariencia, y luego vuelven a cobrar desvelando el making of, como en los antiguos DVD de versión extendida. Es el truco platónico del mito de la caverna que comienza con “imagínate” para luego criticar lo que imagina y ofrecerse como salvador. Es fascismo por determinismo esencialista y posmoderno por el juego de lenguaje que aparentemente lo cuestiona, reforzándolo. Todavía hay un paso más, como veremos.









La variante en esta serie del viejo discurso es que ya no se insiste en que las imágenes, ellas, nos engañan, propio de las tecnologías del yo de corte tecnorromántico, sino que somos nosotros los que engañamos con las imágenes, propio de las tecnologías ciudadanas. Se trata de colocar el sujeto en su sitio para asumir responsabilidades. Somos nosotros los que manipulamos, no ellas las que nos manipulan. Los términos “realidad” y “verdad” quedan desplazados por el de responsabilidad en la serie. Esto es ya avanzar mucho, pero no es todo, ni mucho menos. De Platón a Kant la condición humana aparece descrita como una “minoría de edad”, que es culpable cuando al menor de edad o al prisionero se le ha advertido por parte del filósofo mediador sobre ello y no hace nada teniendo a mano la solución crítica que se le ofrece. La lástima hoy día es que dentro de esta tradición quizá se le anima a “atreverse a pensar por sí mismo” (lo dudo) pero desde luego no a “atreverse a usar sus propias imágenes” porque desde entonces hasta ahora las imágenes no son de fiar y el pensamiento, léase razón, sí. No se le enseña a “orientarse” (por utilizar la terminología kantiana) en y con imágenes en este mundo. El resultado es una trampa: sigue en la caverna “crítica”.






La manipulación de las imágenes se hace fuera de, con, desde, y en lugar de las imágenes de las cámaras de vigilancia, llamadas de “seguridad”. Estas suministran el material para proceder luego a la creación de las imágenes de síntesis aprovechando cortes “invisibles” espaciotemporales para crearlas. Utilizan, pues, esa sobredosis y ahora “basura” de las imágenes cotidianas que captan esas cámaras. Es toda una industria del reciclaje dando un uso a esa basura bastante distinto del posmoderno de las existencias terminales, de las tecnologías del yo, de la querencia de filósofos y artistas por la basura. Esta, ciertamente, “non olet” cuando se teoriza y frivoliza sobre ella, otra cosa es si se tiene que vivir dentro. Es, más bien, un reciclaje ciudadano de identidades cotidianas para crear luego un simulacro. Lo curioso es que se trata de un uso posmoderno de las tecnologías del yo en nombre de una ideología moderna del bien de la humanidad. Es, lo vamos a ver, un posfascismo posmoderno.


viernes, 19 de febrero de 2021

poética de la caverna y las sombras (2)

 


En el siglo pasado se planteó una antinomia entre esos dos tipos de tecnologías, las del yo y las ciudadanas, las del ensimismamiento y el autismo interactivo y las de la responsabilidad y compromiso ciudadanos. Ahora no. La paradoja es que estas últimas no han construido todavía sus propios imaginarios y funcionan con los tecnorrománticos de raíz platónica. El resultado es una ambigüedad que, en vez de aprovechar, descoloca a muchos. Es el caso de la serie The capture. El espectador avezado reconoce enseguida de qué va, la vigilancia y manipulación de las imágenes, pero no le salen las cuentas y que hasta el capítulo final no se prodiguen los diálogos de los que pueda extraer alguna moralina salvífica. Y tampoco eso, no hay una “denuncia” clara y se pierden cinco capítulos en prolijas descripciones técnicas de cómo tienen lugar esos procesos  en vez de centrarse en lo que importa,  en las reflexiones edificantes. El pequeño inquisidor platónico que todos llevamos dentro se remueve al final insatisfecho.

Añádase a esto que, a diferencia de la infantiloide Black mirror, aquí no se regalan caramelos audiovisuales. El tráiler es de los más sosos que se puedan ver, la música ramplona, de acompañamiento, y a veces ni siquiera eso. Lo que predomina es la tensión causada por la ambigüedad y hace que la serie sea de una intriga creciente y adictiva. Es como una muñeca rusa de secuencias que van saliendo una de otra. Buenos diálogos, cuando los hay, buen guion, entretejido, tiene lo mejor de una serie, el tiempo de sobra, su manejo sin premura. A los que se desesperan con la escasa definición ideológica hay que advertirles que tampoco funcionan los procesos de identificación con los personajes: los dos protagonistas repelen, el uno perdido y la otra trepa, o quizá no, y el resto son impresentables, pero eficaces.

Hay series que después de haber acabado merece la pena volver a verlas por la belleza de las imágenes, la complejidad de los diálogos, la empatía con los personajes. Esta no es de esas. Los spoilers o haberla visto eliminan la mayor parte de su atractivo. Basta una imagen, la que faltaba en el video, para que se desvele la intriga, se confirme la sospecha. El slogan del póster de la serie “ver es engañar” se aplica en primer lugar a ella, ya que el espectador es engañado hasta el capítulo final por un sistema infalible: muchas imágenes para atender ocultando algunas que faltan. Como en la vida diaria.

Bueno, entonces, ¿merece o no la pena verla? No, pero sí mirarla, y se sacan conclusiones interesantes.








viernes, 12 de febrero de 2021

una cita, un tópico (1)

 


“The safest general characterization of the European philosophical tradition is that it consists of a series of footnotes to Plato. I do not mean the systematic scheme of thought which scholars have doubtfully extracted from his writings. I allude to the wealth of general ideas scattered through them” (Whitehead).

A veces solo merece la pena citar algo más para deshacer un malentendido no para apoyarse en otro. El conocido texto de Whitehead se ha convertido en un tópico abreviándolo así “La historia de la filosofía occidental es una serie de notas a pie de página de Platón”. Y no se pasa de ahí, lo que conlleva una simplificación muy empobrecedora. Por el contrario, lo que viene a continuación (incluso más allá del texto citado) explica que el autor no quiere entrar en una discusión académica con la historia de la filosofía académica sobre Platón, sino únicamente subrayar lo fructíferas que han sido todas esas “ideas generales” que salen de sus textos llegando hasta hoy. Pertenecen a la tradición filosófica europea, según él, y para no entrar en conflictos territoriales con la Academia me atrevería a sugerir que también forman parte de algo más acorde con esas “ideas generales” como es el pensamiento occidental. Aunque parezca mentira, el pensamiento no es patrimonio de la filosofía. 


En esa línea cabría decir que los imaginarios estéticos de las nuevas tecnologías elaborados en el pasado siglo y todavía en este tienen una gran dependencia de Platón y en concreto del mito de la caverna, descripción seminal de la condición humana. La caverna digital es ya un tópico al alcance de todos. En estética de las nuevas tecnologías sus imaginarios no son verdaderos o falsos sino ficciones que son operativas o no. Y es indudable que la poética platónica sobre las imágenes expresada en el citado mito ha tenido una gran influencia. Me remito a lo fácil, a la asimilación que se hizo entre el mito y el mundo Matrix, vía Baudrillard, cuyo ejemplar está en la biblioteca de Neo. La expresión de Burroughs “sobredosis de imágenes” en Expreso Nova hizo fortuna para caracterizar el agobio de la multiplicación de imágenes tecnológicas que conducían inoculadas como virus a una “existencia terminal”. El aparente mundo feliz del inconsciente “prisionero de las imágenes” en la caverna audiovisual se escenifica en El show de Truman y así sucesivamente… Para no perdernos (en) el Ciberpunk.

Hay todo un imaginario ligado a la poética platónica de la imagen que la ve como símbolo engañoso de una realidad oculta o inexistente. Ha sido una idea fecunda de gran fuerza operativa en los imaginarios estéticos de las nuevas tecnologías y no tiene sentido discutir académicamente si es correcta o no esa interpretación en este caso. Funciona. Pero con matices. Y son precisamente esos matices los que me interesa destacar en una serie de post sobre la primera temporada de la serie The capture. La razón principal es que hay un choque inesperado. Pocas veces encontramos un punto de confluencia entre las tecnologías del yo de tradición platónica y las tecnologías ciudadanas a propósito de las imágenes. Y aquí saltan chispas de inteligencia en la confrontación.


miércoles, 30 de diciembre de 2020

jueves, 10 de diciembre de 2020

domingo, 15 de noviembre de 2020

Señor Derrida, ¿cree usted en fantasmas?



                                                    Respuesta






"Recorres Europa, los continentes, aviones, fax, teléfonos, correo en las cuatro
esquinas del mundo. Es duro, es duro. Es agradable, pero es duro.
También hay que trabajar a pesar de todo, además. No se puede
vender siempre la misma mercancía. Hay que inventar, leer, imaginar. Porque sin eso, no están contentos, dicen que los tomas por
imbéciles. O que vas para abajo". 

martes, 27 de octubre de 2020

el humanismo digital de bankia












"De eso se desprende que el ideal estético del acuerdo categórico con el ser es un mundo en el que la mierda es negada y todos se comportan como si no existiese. Este ideal estético se llama kitsch.
Es una palabra alemana que nació en medio del sentimental siglo XIX y se extendió después a todos los idiomas. Pero la frecuencia del uso dejó borroso su original sentido metafísico, es decir: el kitsch es la negación absoluta de la mierda; en sentido literal y figurado: el kitsch elimina de su punto de vista todo lo que en la existencia humana es esencialmente inaceptable." (Kundera. La insoportable levedad del ser)

Trabajando sobre textos de la última moda, no ya "Humanidades digitales", tampoco "Humanidades postdigitales"  sino Poshumanidades digitales, que es lo que parece se lleva ahora (18.51 horas), vuelvo a tener la misma impresión de siempre cuando se trata de humanismo y nuevas tecnologías: trabajan con un tópico de humanismo sesgado, idealista, antropocéntrico y de estética kitsch que no tiene nada que ver con la complejidad del otro humanismo, el de la indignidad humana, el humanismo del límite, que arranca desde el Renacimiento, inmune a las simplezas de Heidegger y copistas pero oscurecido por ellas.

martes, 13 de octubre de 2020

jueves, 8 de octubre de 2020

éxito




“La mañana del 16 de abril, el doctor Bernard Rieux, al salir de su habitación, tropezó con una rata muerta en medio del rellano de la escalera” (Camus. La peste)