Hasta ahora
había una media veda sobre un tema: corrupción en la Universidad. De vez en cuando aparecían artículos
indignados sobre algunos de los males universitarios a la cabeza de los cuales
estaba ¡cómo no! la endogamia, sin que importara mucho la crítica al sospecharse
obra de resentidos o tocapelotas ociosos, ya les caería alguna migaja o hueso
académico; periódicamente se sacudía la cabeza con tristeza ante el penoso lugar que ocupaban
las universidades españolas en el ranking internacional, cuando aparecían: la
vieja alma máter no daba para más; sucesivas reformas intentaron
“mercantilizarla” (no caerá esa breva) en medio de la indignación humanística
para dar luego paso tras la escandalera de rigor a la modorra habitual. Media
veda pues como, en el fondo, la Universidad
no ha interesado nunca a la sociedad española (excepto como arma política
arrojadiza) se dejaba a la propia universidad la autocrítica, menor dentro,
feroz en los periódicos, patética en las redes sociales, foro de los abusos; mientras
hubiera dinero y estuvieran callados, no incordiaran más, que se las arreglaran
como pudieran y se pudrieran en esas guarderías juveniles (iuvenes dum sumus,
cantan los pobres) en que la complicidad de todos han acabado por convertirla.
Esa media veda
estaba pactada. Los mejores y más brillantes artículos apocalípticos sobre la Universidad pertenecían a profesores
universitarios…a tiempo parcial, que vivían de ella a salario total. La mejor
visión sobre el centro se tiene en la periferia del centro, el diagnóstico más
acerado, no exento de humor, sobre lo mal que trabajan los demás es cuando uno
no da palo al agua, sin dejar por ello de pontificar sobre una institución que
apenas pisa. De este modo se pueden ridiculizar con elocuencia esas
interminables reuniones departamentales sobre la coma de un reglamento para
distribución de mesas de becarios cuando ya casi no los hay y sobra sitio por
todas partes. Hay piezas literarias memorables sobre la incontinencia verbal de
especímenes con poca vida social que intervienen una y otra vez, “a mayor
abundamiento”, sobre temas archidebatidos, y “para que conste en acta”, en
medio de la desesperación impotente de los sufridos asistentes que esperan en
vano llegue el punto del orden del día que les concierne. Pues, digámoslo de
una vez, no se espera ya que las cosas vayan a mejor sino que los infinitos
formularios que deben presentarse/sacrificarse al Gran Hermano lo sean en “tiempo
y forma” (el lenguaje preferido del múrido burócrata). Los problemas reales de
planes de estudios demenciales, falta de coordinación entre el profesorado,
trato irrespetuoso a un alumnado ilusionado (que no se merece) mediante la
sobrecarga de mal llamados “trabajos” absurdos, multiplicación de “exposiciones”
en clase que ahorran que el profesor (se) exponga, cuando no la infantilización
(pedofilia intelectual) a través de un colegueo casposo unidireccional, se
evitan como la peste. Nadie cree ya en Bolonia, pero se explotan sus miserias.
Se acabó la
media veda. Se ha abierto la veda total, no solo en la Universidad, sino de
la Universidad, en consonancia con la situación política del país. Es decir,
que ya no solo se afirma que hay corrupción en la Universidad sino que la
Universidad misma está corrupta. Esa generalización tiene sus consecuencias. Antes
la corrupción señalaba al profesorado, su forma de acceso y sus prácticas.
Ahora no se libra nadie. Con motivo de las huelgas estudiantiles por los
recortes de becas, se certificaba en radios y periódicos que habían devenido
poco menos que en una pandilla de gandules que, a despecho de la crisis económica
general, pretendían seguir subvencionados con poco esfuerzo y dejando cada año
un reguero de asignaturas; las asociaciones estudiantiles, antaño belicosas,
ramoneaban ahora afablemente como el resto de la “casta” universitaria en sus
despachos bien informatizados, reuniéndose para reunirse. El abnegado personal
de administración y servicios ha visto como en medios periodísticos se les
acusaba de llevar una vida regalada estirando con hábil secuenciación de fechas
las vacaciones gracias a los elásticos moscosos, ejerciendo una presión bien
temperada sobre los atemorizados Gerentes, recordando a los aspirantes a Rector
cada cuatro años dónde está el granero del voto. Decir que trabajas hoy en la
Universidad empieza a convertirte en sospechoso. Algunos ya te miran mal, otros
se acercan y con gracejo porteño te palmean la espalda inquiriendo ¿Y cómo
estás vos, delincuente?
¡Ya está bien! La
Universidad no es corrupta. Empleo el ser en vez del estar porque refleja la
forma verbal en que suelen deponer los ganapanes tertulianos vocingleros. España
se ha convertido en un país de tertulianos y no es la menor de nuestras
desgracias que uno de ellos sea el ministro del ramo. Pretender analizar es muy
aburrido, argumentar poco publicitario, distinguir resulta banal. Ya sabemos
que no todos, pero lo otro no tiene gracia… ¿Quieren afirmaciones generales? Si,
parafraseando a Ortega, hubiera que generalizar diciendo cuál es la misión de
la Universidad hoy (al menos en el área de Humanidades) me atrevería a afirmar que
es la de ahogar toda forma de creatividad naciente en el estudiante con la
almohada asfixiante de los reglamentos. Y, parafraseando a Benjamin, diría
también que la Universidad en una deriva de estética totalitaria contempla
fascinada su propia autodestrucción.
Pagado el peaje
generalista de la periferia vayamos a los detalles, ya que trabajo en el
centro. ¿Hay endogamia? Sí ¿Hay que reformar los sistemas de acceso,
acreditación y concurso? Radicalmente. Pero, ¿me pueden explicar los señores
tertulianos y firmantes de tribunas de periódicos qué hacemos con los cientos,
miles, de profesores asociados que sostienen la docencia universitaria a tiempo
completo, intentando que no se degrade más, mejorándola, cobrando 600 euros al
mes, año tras año, cumpliendo, gastando sus años y en una precariedad laboral
tal que el próximo pueden estar en la calle, cortando de raíz sus proyectos y
los de los alumnos? Gente muy preparada, muchos con sus doctorados, estancias
en el extranjero, publicaciones sacando tiempo donde no lo hay, acomodándose a
unos índices de evaluación y acreditación científicamente discutibles ¿Los
dejamos en daños colaterales de la crisis? Si alguna vez tienen la posibilidad
de optar a una plaza en la universidad en la que trabajan ¿Sería una injusticia
reconocerles los servicios prestados durante años? ¿Sería eso repugnante endogamia?
No todo ejercicio de autonomía universitaria tiene que consistir forzosamente en
la capacidad distópica de autodestruirse.
La Universidad
está, es, corrupta, es un cadáver, pero ¡ojo! exquisito todavía. En otros lugares
de Europa por un plagio, falsedad curricular se tiene el buen tono de dimitir.
Aquí, muchos de los que critican a la Universidad están piando por unas
clasecillas en un Máster, una conferencia, lo que sea, con tal de adosarse,
mejor endosarse, en su curriculum la vitola de Profesor de Universidad. Tal cual. Decía antes
que las más brillantes descalificaciones de la Universidad provienen de
catedráticos universitarios sede vacante. En honor a la verdad si las
Humanidades han progresado en creatividad en buena medida se debe a ellos que
han desarrollado una labor creativa en libros, conferencias, artículos, digna
de admiración y elogio. Ellos han podido pensar mientras otros trabajaban. En
su momento la Universidad les miró con recelo, hoy se hacen tesis doctorales
sobre su obra. Al parecer Schopenhauer tenía razón en esto: si no eres rentista
acabas siendo un resentido. No hay reproches. Pero también debería haber una oportunidad para los
que trabajan y no afanan, ni son una mafia, que los hay, de hecho la casi totalidad, aunque parezca mentira y nunca sea un titular.