Si en las anteriores versiones fílmicas y musicales han elegido los motivos que acompañan e identifican a los miserables, aquí, en los carteles promocionales, parecen haber optado por lo contrario pues la leyenda sobreimpresa con el título de la película lo es sobre una imagen de colectiva felicidad en los Campos Elíseos con el Arco de Triunfo al fondo. Nada en el vestido que revele la miseria de los guetos, nada en la mezcla de cuerpos y banderolas que indique segregación racial, nada en los gestos felices que permita sospechar la ira desatada de los marginados. Alegría, no violencia, riadas de gente que sin distinción de razas y clases sociales celebran la victoria en el campeonato del mundo de 2018. No se ven escenas de jugadas de futbol tan solo la reacción de las caras jóvenes, no se sabe si dentro o fuera. Son imágenes en que la recepción del acontecimiento es el acontecimiento mismo, de manual de estética de la recepción. Ida ilusionada y vuelta feliz. Todos son franceses. Imágenes visuales con fondo de la Torre Eiffel y sonoras cantando la Marsellesa, un himno de celebración ahora, de momento. Imágenes.
Pero…la banda musical de Pink Noise,
muy escasa en la película, no se limita a subrayar o acompañar a las imágenes
visuales. Acostumbrados a sobreentender que cuando se habla de imágenes son
siempre visuales con frecuencia perdemos la posibilidad de experimentar otro
tipo de cine. No ya el cine de James Benning en el que planos fijos de horas
dan la impresión de que no pasa nada a no ser por los insignificantes sonidos
que se deslizan a intervalos irregulares. Aquí la banda de Pin Noise introduce
en contrapunto a la euforia inicial una sordina tecno, una sospecha de oscuridad en lo icónico idílico, exagerándolo en el tráiler. El cerebro percibe a través del oído una cesura en la unidad que le sugieren los ojos, una distancia que precave de la identificación apresurada.
La música refuerza en ocasiones escenas de persecución y violencia, como es costumbre, pero, en otras, alienta una suave y sostenida inquietud que matiza la alegría e introduce insospechados tonos líricos de tristeza en la tragedia final. No son tanto contrastes como ambiguas posibilidades. A ello contribuye el manejo del relato icónico, con escenas iniciales desbordantes y contraplano seguido en negro desgranando los créditos. El resultado es la imagen del título que cierra la secuencia: filmada a contraluz la precisión de los detalles y la simetría de los contornos queda difuminada en la evocación de un recuerdo feliz desde un presente triste. No son imágenes dialécticas, son imágenes ambiguas.