sábado, 10 de mayo de 2008

viernes, 9 de mayo de 2008

Debbie

Comentario icónico al post de Agustín Fernández Mallo






“Así pues el rostro de Debbie fue atravesado por las agujas, y fue
después cuando descubrí lo que simbolizaban: la que atravesaba los ojos, el fuego;
la de la nariz, el aire; la de la boca, el agua; y la del cuello, la tierra; la quinta que se ve en el vídeo representa el espíritu. Había trabajado surrealísticamente sindarme cuenta. Sólo después uno entiende el significado y puede explicarlo” (Giger).
(Tomado del excelente trabajo de Carlos Arenas Orient)






Satanismo harkonnen de bajo consumo

miércoles, 7 de mayo de 2008

Tecnologías cartesianas en versión New Age

"So you want to write a completely new metaphysics? Why don't you use FreeMind? You have a tool at hand that remarkably resembles the tray slips of Robert Pirsig, described in his sequel to Zen and the Art of Motorcycle Maintenance called Lila".

Pirsig's pearls
· "The Buddha resides as comfortably in the circuits of a digital computer or the gears of a cycle transmission as he does at the top of a mountain.
· Metaphysics is a restaurant where they give you a 30,000 page menu and no food".
(Nuevo método de adelgazamiento para el sujeto posmoderno.

domingo, 4 de mayo de 2008

Democracia, ciudadanía y nuevas tecnologías



Es recomendable la lectura del libro de Cleia Colombo Vilarrasa, titulado e-Participación. Las TIC al servicio de la innovación democrática, y que edita la UOC en la colección TIC.CERO, de la que sobresalen algunos ejemplares realmente interesantes, alguno de los cuales ya he comentado en este blog. Es un librito claro, bien informado, pedagógico, de juicio ponderado y que no obvia el debe y haber en los temas tratados.

Todo ello se pone de manifiesto si, como sugiero, se empieza a leer por el último epígrafe: “¿Nuevas prácticas participativas o herramientas al servicio de las viejas formas?". Como ya me ha ocurrido con otros libros de la colección de la UOC lo último debería ser lo primero, ya que de lo contrario o bien predomina el recorrido histórico o se queda en lo descriptivo, pero faltan las propuestas vinculadas a la situación actual. Hay que reconocer, no obstante, que en este caso, como en los otros, el problema no está en el libro (excelente) sino en las expectativas que despierta un título tan amplio como atractivo, obligadas a satisfacer en un espacio relativamente breve.

El núcleo del problema me parece estar en qué se entiende por participación y desde qué perspectiva, lo que afecta decisivamente al balance de la innovación democrática. Pues no es lo mismo el enfoque de la Administración que el de los ciudadanos, y aquí se echa un poco de menos la recogida de iniciativas que partan de estos últimos.

La autora confiesa que se “centra en los procesos participativos impulsados desde las administraciones públicas”, de los que analiza algunos ejemplos. Más concretamente en los referidos a la democracia representativa, teniendo en cuenta las oportunidades que ofrecen las TIC, y en un contexto generalizado de desafección democrática. Se declara “optimista moderada”, ya que no resuelven los problemas de la democracia representativa, pero contribuyen a minorarlos. Hay avances en lo referente a la información y la comunicación, menos en cuanto a la deliberación y prácticamente nulos en cuanto a la decisión. Todo se vuelve más ágil, transparente y cercano.

Pero, ¿cambian las formas? ¿Es casual este balance? Me temo que no. El punto de vista de la Administración con las TIC es bíblico: dejad que los ciudadanos se acerquen a mí. Lo que está muy bien, pero no basta y, sobre todo, no debería confundir. Pues no se sale de un “minoría de edad” que el ciudadano ilustrado debería combatir como sucedáneo. Desde el punto de vista del ciudadano la cuestión es si las TIC nos permiten hacer cosas distintas o las mismas cosas de manera distinta. Si no se pasa de lo administrativo a lo político, de recibir información a participar en la decisión, entonces es mejor llamar a las cosas por su nombre, y dejar los deseos participación y la innovación democrática para tiempos mejores.Las TIC no sólo servirían para saber lo mucho que la Administración y el Gobierno se preocupan de los ciudadanos, sino también para aumentar las posibilidades que tienen éstos de hacer algo por y para sí mismos.

domingo, 27 de abril de 2008

De La Capella a La Catedral

Tarde en La Capella, espacio de arte emergente de Barcelona, dirigido por Oriol Gual i Dalmau, en la compañía lúcida y entrañable de Eloy Fernández Porta. Mesa Redonda sobre la obra de Job Ramos, coordinados eficaz y discretamente por Martí Manen, el que más sabe del tema. Antes, en otra Mesa, Agustín Fernández Mallo ha puesto el contrapunto inquietante de Robert Smithson, con fotos de su vuelta por los monumentos de Passaic, a bellas imágenes de descampados en los que campa la nostalgia. De la obra de Job destacan unos textos, unas imágenes pero, sobre todo, la tensión en salas contiguas entre un video de imágenes con subtítulos y diálogos que a menudo las cuestionan, y un audio subyugante de contenido agridulce sobre la familia. Este es el tema central, construido en sentido cubista con imágenes de dudas, sonidos paradójicos y textos incisivos. En un momento dado, Roger Bernat, el otro miembro de la Mesa, apunta el carácter teatral de la experiencia. Efectivamente, una de las imágenes más atractivas del vídeo corresponde a una pareja feliz como pocas en medio de la naturaleza y, sin embargo, el subtítulo traidor nos advierte que ya estaba rota, y que no es lo que parece. Roger tiene razón, las preguntas se suceden, y empieza a entrar en calor una capilla fría en una tarde calurosa fuera, y con un público atento y participativo dentro.

Mañana en la Catedral. Abriéndome paso entre los turistas, constato una vez más la verdad que encierra la sugerencia de Eisenstein: no hay mayor instalación multimedia que una catedral de la Edad Media. Aquí no hay competencia posible. El órgano acompaña y disloca los cantos naturales o grabados que atronan el espacio sagrado, elevándose sobre los ruidos paganos. Un pope de barba florida escancia un humo espeso que sabe a licor de incienso. Es la hora de las sinestesias. La luz tamizada por las vidrieras ilumina a oficiantes solemnes de blancas vestiduras. No todos pueden verlos en las naves laterales, el coro se lo impide, pero ¡oh milagro!, pantallas de plasma colocadas estratégicamente en las paredes permiten ser testigos en primera fila. Y, al final, una enorme pantalla logra que los últimos sean de verdad los primeros.

Sin embargo, en esta pantalla aparecen de repente unos como subtítulos que casi nos advierten, como en el cuadro de Magritte, que esto no es una pipa, o como en la obra de Job, que no nos fiemos de las apariencias. Hay algo que distorsiona la sublime escena, y es la increíble figura de un monaguillo que, junto al oficiante principal, se hurga la nariz, bosteza sin cesar frotándose los ojos mal dormidos, se contorsiona para rascarse partes más o menos nobles, y al final recibe un ligero empellón para que se ponga en marcha y cumpla con sus sagrados menesteres. Todo en directo, en tiempo real, y así todo empieza a encajar.

miércoles, 23 de abril de 2008

Pasadizos



¿Qué se puede decir de un último libro que, sin embargo, es precursor de los anteriores? Dice el autor que pertenece a su yo moderno, al que siguieron el posmoderno y el pangeico. Quizá lo último engloba a lo otro. Se preguntaba Odo Maquard ¿qué viene después de la posmodernidad? Y se respondía: la modernidad.

En efecto, al leer este último libro de Vicente Luis Mora nadie diría que su autor ha sido o tendría que ser un posmoderno. No sólo por las agudas críticas que les hace sino por una cuestión de estilo: no es lo mismo ser consumidor de rizomas que arquitecto de pasadizos. Los primeros (quizá para quitarse otros olores) se citan en perfumerías de mezclas repetitivas donde practican el juego de la Oca de la hermenéutica (de Oca a Oca y tiro porque me toca). Son los “hombres póstumos” que sólo viven de sobrevivirse en “topomaquias” babélicas de ocupación de espacio, no ya para ser como dios sino para ponerse en su lugar.

Los pasadizos del libro forman un laberinto cuyo centro espacio-temporal es “aquella tarde francesa” (magistralmente plegada) de la habitación en que Paul Valéry asiste a la lectura por Mallarmé de su libro Un golpe de dados, a partir del cual el espacio literario ya no sería el mismo. Será tridimensional. En clave posmoderna podíamos decir que este libro de Vicente Luis Mora no tiene otro objeto, como exposición de su yo moderno, que hacernos asistir al origen de ese acontecimiento que es, a su vez, el acontecimiento ignoto del origen de su propia poesía.

Pasadizos es una obra de arquitectura mínima, una búsqueda de espacio existencial que permite encontrar un lugar propio en el vacío blanco de quien vive entre líneas. Una sugerente poética del espacio sin Bachelard. Del empeño romántico de escribir el libro del mundo quedan esos miles de papeles que son las teselas de las obras a través de las cuales el mundo se hace más poroso en su opaca falta de sentido. Suena obsceno, pero el literato de raza, desde Homero hasta aquí, no puede dejar de convenir en la frase de Mallarmé que cita Vicente: “Todo existe para estar en un libro”. ¿Hay mejor definición de lo virtual antes de que lo cosificaran algunos en lo digital?.

Porque se trata de una excelente obra de estética conocemos en sus ejemplos de lo que habla, se nutre de experiencias, y así, como decía el clásico, sus palabras saben a la fuente. Una de las obras de arte elegidas por Vicente Luis Mora me parece especialmente afortunada: El metro cúbico de infinito de Pistoletto. En buena medida los Pasadizos son una creación, pero también una ruptura del vacío solipsista, del metro cúbico de infinito, como recomendaba el mismo Pistoletto.

Los diálogos que configuran la escritura del lugar son, a la vez, el modo de localizar la escritura. Y así los pasadizos acaban siendo una poética de la arquitectura. Están hechos de vacío, y son la entraña de una “ciudad sincrónica” construida en lucha noble con las obras de los coetáneos, pero se sostienen con las vigas de otra ciudad, la “ciudad diacrónica”, de la tradición asumida críticamente. Ambas ciudades forman una red, quizá son la morada de una generación red, de mutantes que administran de nueva manera el antiguo vacío. Libros como éste reconcilian con una cultura que hace tiempo ha dejado de ser en el arte civilización.

miércoles, 16 de abril de 2008

El poder de las imágenes


He leído este libro casi de un tirón, en los intervalos de un corto viaje. Promete en la banda publicitaria que lo rodea decir la verdad sobre Leni Riefenstahl. ¡Qué mejor reclamo para volver sobre uno de los mayores enigmas de la relación entre arte y política en el III Reich!. En un extremo están sus Memorias y en el otro el ensayo que más le dolió, el “Fascinante fascismo” de Susan Sontag; está la imagen de Junta, personaje central de su película La luz azul, al que quiso convertir en emblema de su carrera, y que sirve de portada al libro: una artista ingenua, mártir de su búsqueda de la belleza. Hay otra imagen, al final de su vida, con 98 años, en el año 2000, ésa en la que te mira fijamente, devorándote, con rostro de Medusa vestida de safari y rejuvenecida por el lifting.


El libro muestra las imágenes del poder ya conocidas o sospechadas, más los documentos y cotilleos oportunos. Es duro decirlo, pero sirve de poco, sigue ganando Leni, y jamás quedará reducida a pinturera vestal de culebrón venezolano. Al contrario de otro “gran filósofo” de la época, del que cada vez que tenemos noticias sobre su vida no hace sino confirmarnos que sólo dio la talla de un pequeño canalla académico, apenas redimido por ser objeto de un gran amor respecto al que, según dicen, no supo estar a la altura. No, por ahí no parece ir el “fascinante fascismo”.


Iba leyendo en el tren y, de pronto, volví a recordar una conversación mantenida hace años con compañeros del Área de Estética, y de la que fue testigo (un tanto perplejo por su viveza creciente) un alto cargo hoy del Ministerio de Cultura (no el que están pensando). Tenía como protagonistas a los dos personajes mencionados, la artista y el filósofo, y fue suscitada por la posible visita de Leni a España con motivo de un homenaje a su obra. Ya se habían anunciado manifestaciones de gitanos, para protestar por el empleo como extras de compañeros suyos sacados por ella en su momento de los campos de concentración para el rodaje de ese bodrio estético con momentos sublimes en la fotografía que es Tierra baja. En la claridad que teníamos sobre cómo debían ser las relaciones entre Arte y Política se nos atravesaba la sombra del hecho, fácilmente comprobable , de que la grandeza estética va acompañada con frecuencia por la miseria ética en los creadores. ¿Cómo establecer un criterio? Discutimos apasionadamente.



Seguí leyendo y, casi al final, me quedé literalmente helado cuando, por fin, apareció la clave: unos ojos y a su derecha un texto.






Propongo que se vea como ilustración de la última imagen (no al revés, abstenerse filósofos) antes mencionada el siguiente texto. Se refiere a la visita que Leni hace a Sudán buscando los restos de sus amigos nubas, acompañada de Ray Müller, autor del documental sobre ella titulado El poder de las imágenes (de quien he tomando el título del post), muy recomendable, a pesar de las limitaciones impuestas.



El texto dice así: “Poco después de llegar al lugar, mientras Müller se tomaba un descanso entre filmaciones y Leni charlaba con un grupito de nubas ancianos, él escuchó un grito. Al levantar los ojos vio con alarma que Leni se dirigía hacia él con furia. Ella acababa de preguntar por dos de sus más antiguos amigos nubas y, al enterarse de que habían muerto, se había puesto a llorar y de pronto se había dado cuenta de que las cámaras de Müller estaban apagadas. Él se había perdido el momento dramático, había dejado de registrar la emoción que la había embargado, se había perdido el ángulo adecuado para captar las lágrimas que descendían por sus mejillas. Su furia aumentó mientras lo regañaba, pero después se volvió y se apartó de él, temblando de furia y de frustración. Müller se apresuró a tranquilizarla, a explicarle que no podía haber sabido lo que ella iba a escuchar, y mucho menos podía haberse anticipado a la reacción que iba a tener. Ella se aplacó y le brindó una última oportunidad para rectificar su inexcusable ineptitud con las cámaras. Volvió al grupito de ancianos y, sin dejar pasar ni un segundo, repitió sus preguntas, su conmoción y sus lágrimas como si el momento fuera la espontaneidad en sí. Müller recordó: “Yo estaba fascinado. Incluso estando apenada, esta mujer ya había calculado el efecto dramático de su pena. El límite entre la vida y las películas de Leni Riefenstahl oscila constantemente. Y era una escena clave. En eso tenía razón”.


Pero no es todo. Al pasar la página se nos cuenta que el helicóptero en que emprende el viaje de regreso, un cacharro soviético de desguace, es tiroteado por la guerrilla, cayendo al suelo:
“Cuatro de los pasajeros resultaron gravemente heridos, aunque ninguno de carácter fatal, pero todos peligraban porque las pérdidas de gasolina amenazaban con incendiar el helicóptero. Entre esos cuatro se contaba Leni, [98 años] que tenía unas costillas rotas, la espalda dañada y cortes y abrasiones en la cara y que, inconsciente, tuvo que ser llevada en camión a un hospital de Jartum y luego a Alemania, donde recuperó el conocimiento varios días después, tras figurar en la portada de todos los diarios del mundo. Cuando Leni despertó de su inconsciencia, preguntó a Müller si la había filmado cuando la sacaban de entre los escombros del helicóptero. Él le respondió que no. Abatida, Leni se preguntó si no podrían simular el incidente cuando estuviesen en Munich, empleando técnicas de pantalla azul. “Típico de Leni”, pensó Muller”.

Pues eso.


Nos equivocamos. Estamos más pendientes de las imágenes del poder que del poder de las imágenes. Y ellas tienen un discurso propio. Algunas nos dominan. Y aquí está la clave del “fascismo fascinante”.

jueves, 3 de abril de 2008

La otra clave de la metamorfosis del paisaje



Hay una secuencia de cinco cuadros de Thomas Cole titulada “El curso del Imperio”, que van de 1834 a 1836. El primero tiene como título “El estado salvaje”: rocas afiladas con ralos árboles, cielo agitado con nieblas que suben del mar, conforman un paisaje de lo elemental en el que sobrevive el ser humano, por el que se afanan algunos cazadores, cuyas humildes moradas adivinamos al fondo.



El segundo (pintado en primer lugar) lleva por título “El estado pastoril o arcádico”, y es la perfecta muestra de la identidad entre naturaleza y espíritu. Si el cuadro anterior era sublime este es bello, con una naturaleza de suaves contornos, cielo despejado y suave color verde en los grandes árboles y pequeños prados, en los que pastorean, meditan, juegan o descansan algunos seres humanos, contagiados por la quietud de la escena en la que se advierte la presencia de un templo clásico.



El tercer cuadro lleva por título “La consumación del Imperio”. Apenas hay naturaleza, apartada por las esplendorosas construcciones de los hombres, palacios, templos, que casi recubren la primitiva ensenada convertida ahora en puerto de placer. Toda la escena, con reminiscencias clásicas del Imperio romano, es un canto y celebración del poder del hombre.



El cuarto cuadro lleva por título “Destrucción” y es, efectivamente, una escena dantesca de incendio, destrucción y muerte, presididos por una estatua gigantesca de guerrero que sustituye la pacífica femenina del cuadro anterior.



El último cuadro lleva por título “Desolación”. Es el paisaje de la ruina. Todo va volviendo a la naturaleza y ésta va emergiendo de aquella a una luz incierta.


Hay un elemento común a todos los cuadros, algo que no cambia: tienen un espectador de sus paisajes (un centinela que diría Clarke-Kubrick) en el promontorio que, con una gran roca en la cumbre, parece observar todo inmutable a través de las edades de los hombres. Con o sin espíritu la naturaleza permanece a lo largo de los tiempos que se miden ya con otro tiempo distinto del humano, con el tiempo de lo elemental. El hombre no es la medida de las cosas. Este último cuadro es el paisaje del triunfo de lo elemental, de la vuelta futura al primer estado, en una metamorfosis sin fin. La ruina no es ya fragmento que hace añorar una totalidad perdida sino el primer paisaje vacío de hombres.

Hay una clave icónica en otro (pequeño) cuadro de Cole reproducido en un post anterior.

jueves, 27 de marzo de 2008

Correspondencias

Inspirado por el estupendo comentario de Jose aquí van algunas otras correspondencias












Uno de los destinos hoy del árbol caído de lo sublime: servir de soporte para grafiteros. Aunque también a esto lo llaman postproducción.

miércoles, 26 de marzo de 2008

El arte del paisaje





Este es un libro excelente de una meritoria colección como hay pocas sobre estos temas.



El paisaje no es aquí el espacio físico en que estamos, sino el objeto de una experiencia estética en la que se funden naturaleza y cultura. El paisaje es el límite móvil de una existencia. Al acariciar con la mirada los contornos físicos de las cosas estamos creando la geografía sentimental de nuestra alma. Proyectando sobre él dudas y pasiones emborrascamos el horizonte del cielo.



Sin embargo el arte del paisaje no debe reducirse al paisaje del arte, por muy bello y sublime sea.



“Numerosos parques y jardines son re-creaciones del Paraíso perdido, o del Edén, y no los sitios dialécticos del presente.....Sin embargo, al lado de esos jardines ideales del pasado y de sus homólogos contemporáneos – los parques nacionales y los grandes parques urbanos-, están esas regiones infernales que son los vertederos, las canteras, los ríos contaminados...Debido a su profunda inclinación hacia un idealismo puro y abstracto, la sociedad ignora qué es lo que conviene hacer con dichos lugares. Nadie quiere ir a pasar sus vacaciones a un vertedero público” ( Smithson. En Maderuelo, Javier. Nuevas visiones de lo pintoresco: el paisaje como arte, Fundación César Manrique, Lanzarote, 1996, p.28).




“Ahí, en el paisaje infinito de los espacios abiertos del campo y la montaña, en la naturaleza creada, manipulada o destruida por el hombre y en las zonas donde la ciudad pierde su nombre y se convierte en vertederos y construcciones obsoletas, es desde donde debe reflexionar y para donde debe presentar sus propuestas el artista actual”[1] .
[1] Manuel García Guatas: “Paisaje, tradición y memoria”. En Maderuelo, Javier. El paisaje. Arte y naturaleza. Huesca, 1997, p. 91.

Y está también el otro paisaje, el de la nueva Heimat, la ciudad, que contempla el último romántico.


Cortesía de un amigo de Cáceres, sin rostro todavía.

jueves, 20 de marzo de 2008

Arthur A. Clarke

Una poesía visual de lo sublime tecnológico



“Confiado de nuevo, como un buceador de grandes profundidades que ha recuperado el dominio de sus nervios y su ánimo, lanzóse a través de los años-luz. Estalló la galaxia del marco mental en que la había encerrado; estrellas y nebulosas se derramaron, pasando ante él en ilusión de infinita velocidad. Soles fantasmales explotaron y quedaron atrás, mientras él se deslizaba como una sombra a través de sus núcleos; la fría y oscura inmensidad del polvo cósmico que antes tanto temiera, parecía sólo el batir del ala de un cuervo a través de la cara del sol[...]Ante él, como esplendente juguete que ningún hijo de las estrellas podría resistir, flotaba el planeta Tierra con todos sus pueblos[...]Luego esperó, poniendo en orden sus pensamientos y cavilando sobre sus poderes, aún no probados. Pues aunque era el amo del mundo, no estaba muy seguro de qué hacer a continuación
Mas ya pensaría algo”
Arthur C. Clarke. Una odisea espacial. 2001. (Más allá del infinito)

sábado, 15 de marzo de 2008

Arte, eternidad, tiempo, redes sociales




"La eternidad está enamorada de los frutos del tiempo" (William Blake)

La "correspondencia" nos lleva a

• “Ha buscado por todas partes la belleza pasajera, fugaz, de la vida presente, el carácter de lo que el lector nos ha permitido llamar la modernidad. Con frecuencia raro, violento, excesivo, pero siempre poético, ha sabido concentrar en sus dibujos el sabor amargo o embriagador del vino de la Vida"
• “La modernidad es lo transitorio, lo fugitivo, lo contingente, la mitad del arte, cuya otra mitad es lo eterno, lo inmutable”. (Baudelaire. El pintor de la vida moderna.

Baudelaire es también el "pintor de la vida contemporánea", de la cibercultura, del cyberpunk.

Me parece muy bien la propuesta de R. Knodt de un "nuevo" pensamiento estético como "correspondencia" en el espíritu de Baumgarten y para la actual época técnica, habida cuenta de que "el espacio técnico se ha convertido hoy en el mundo de la vida". Se saldría del binomio información-producción para entrar en el de la "correspondencia", entendida como la capacidad de percibir y de plasmar la exigencia estética que emana de lo que acontece.

Desde este punto de vista, me resulta mucho más interesante el arte de la red que el arte en la red.

Especialmente cuando se trata de las redes sociales.

Algo de esto, y mucho más de otras cosas, hay en el estupendo post de Luis Lucena Canales Estilo y estética en la Web. 2.0.

lunes, 10 de marzo de 2008

Humanismo de la vulgaridad, ¿humanismo de la democracia?

Javier Gomá ha publicado en el suplemento cultural ABCD, nº 840, un ensayo en el que, como reza su título, “La vulgaridad, un respeto”, pide un respeto para la vulgaridad. En cierto modo, el ensayo es una buena muestra de ella ya que trata de elevar al lector (rebajando su gusto) desde los tópicos vulgares de la subjetividad moderna y el narcisismo romántico a un sublime, mejor bello, estadio ético-político democrático, adornado con una “estética democrática” descrita con trémolos propios de uno de los ejemplos de prosa kitsch más lamentables, aunque respetables. Su propuesta de celebrar “la bella vulgaridad de la vida”, recuerda lo que Kundera denominó “el acuerdo categórico con el ser” y una marca de bebidas con el “viva [beba] la vida”.


En este sacrificio a la vulgaridad el cordero sacrificado son los textos de Ortega y Gasset, que se aducen repetidamente (en una descontextualización selectiva) como ejemplo de alguien que no supo estar a la altura de su tiempo y menos todavía del nuestro. Al parecer, nada menos compatible con la democracia que los aires aristocráticos del señorito madrileño, su estética de la vida en forma, su ética de la excelencia y su (vergüenza da siquiera decirlo) teoría de las “minorías selectas”, que no son, ¡horror!, fruto de un voto cuantitativo, sino de una exigencia personal y compromiso ciudadano. Hay que aprender de la suerte de Ortega, condenado a no disfrutar de los placeres de la vida vulgar en la España de entonces, y confinado por vicioso a un merecido exilio. ¿También ahora?.


Porque, se nos dice, este recomendar a la gente que dé lo mejor de sí, al provocar desigualdades, debe quedar en el “ámbito privado”, mientras que es en el ambito público de la democracia donde se determina el “estatus ontológico del hombre”, su “esencial mismidad”, a lo que no se llega si no es en una “cancelación pública de la individualidad” , que “es la mejor prenda y la más preciada gala de la democracia, porque a cambio de la reducción política del yo a una dimensión cuantitativa -"un hombre, un voto", en la conocida fórmula- se asegura el reconocimiento de la misma esencia a todo ser humano por igual…”. Ciertamente, estos argumentos escolásticos de corte esencialista son un tanto ajenos al espíritu orteguiano.


Uno de los problemas de la vulgaridad es que no distingue, es decir, no tiene la distinción de la distancia. Una cosa es la democracia como sistema político y otro hablar de democracia cultural, ética y estética. Lo primero, en el ensayo, es asunto de número que se torna en imposición cualitativa cuando se emplea la palabra “democracia” (indebidamente) en lo segundo. No hay una democracia cultural. El loable deseo de acceso y participación ciudadanas no es lo mismo que decidir a mano alzada sobre la calidad de una obra de arte, o suponer un buen gusto ético y estético a todo el mundo. Otra cosa es que, como ciudadanos tengan derecho a decidir en qué y cómo se emplea el dinero público.


Pero con ello entramos en el nudo de la cuestión, y es en lo que significa la palabra “ciudadano” que, por cierto, brilla por su ausencia en el texto. El ciudadano no es (no debería ser) un número, un voto, si no queremos caer en una “democracia morbosa”. Para Ortega la tragedia de España ha sido que triunfa el héroe cuando fracasa el ciudadano. Y ser ciudadano es algo tan simple como hacer cada uno lo que tiene que hacer. El ciudadano es la gente corriente (no vulgar) que no renuncia a ser excelente, es decir, a ser y dar lo mejor de sí mismo; que no está dispuesta al sacrificio cuantitativo de su yo y su individualidad; que no identifica la ciudadanía con los partidos políticos y puede realizar su aportación con o al margen de ellos. Más aún, que estima que la ciudadanía es un valor prepolítico. Y por ello, a la vez que reclama participar eficazmente en el diseño social, inventa nuevas formas de acción y participación ciudadana. Como, por ejemplo, los diversos movimientos agrupados en torno a la llamada “ciudadanía digital”.


En esa línea, mi propuesta de “humanismo tecnológico”, (y espero que a los ojos de los comisarios políticos pase la prueba de la democracia) está basado en Ortega. En principio, nada que ver con esa propuesta de humanismo de la vulgaridad como humanismo de la democracia. A diferencia de lo que piensa el autor, Prometeo no trae el fuego de los dioses a la tierra para incendiarla de vulgaridad. Los ciudadanos no son ni quieren ser vulgares, tan sólo algunos bien situados que, como María Antonieta, se dedican irresponsablemente a juegos pastoriles de recuperación de una vulgaridad postiza.


Es posible que, en el fondo, el autor del ensayo apuntara también a algo de esto. Si es así, no se ha equivocado disparando contra Ortega.

viernes, 7 de marzo de 2008

Nocilla Experience


He pasado un buen rato visitando una Oficina de Objetos Perdidos. Está situada en una caseta de latas construida en lo alto de un rascacielos. Al abrir la puerta he tenido un momento de perplejidad, sólo un momento, pues no era la primera vez que entraba. Enseguida he reconocido la disposición cubista de los planos que no permitía adivinar, ni esperar, una totalidad narrativa, aunque sí una continuidad indefinida.

Tiene gracia que al lugar de los objetos encontrados se le llame de objetos perdidos. Son objetos que se reconocen, pero que no resultan familiares, y extrañan porque no son propios, asombran al adivinarse ajenos. Por ello, a ratos, la visita se convierte en la travesía de un Gabinete de Curiosidades a la antigua usanza.

En el lugar de los objetos perdidos siempre encuentras algo: una botella de agua mineral con aire místico, discos duros insertados como cuentas en un hilo de plata, programas amarillentos de homenajes literarios, la blanca tela con etiqueta de Christo que recubre una miniatura del Reichstag, estampitas con las caras de Bélmez, los espeluznantes despojos de un cadáver aderezados por un sacamantecas que atiende al nombre de Gunther von Hagens, recortes de prensa con noticias de sucesos y peregrinos inventos, indicios salteados de vidas cuyo hilo rebuscas vanamente en las estanterías, historias sincopadas de desconocidos que se cruzan y separan siguiendo extrañas afinidades electivas, y muchas, muchas revistas ilustradas de viajes con rarezas megalómanas en desuso presentadas al estilo minimalista.

En las casas de nuestra infancia cultural, “puestas” ya desde la entrada, se amontonaban los objetos que hablaban del (mal) gusto del dueño. Eran trofeos de una tenaz búsqueda en la que el tener era la apariencia de ser. Ahora, esta casa del libro tiene la propiedad de estar llena de lo que otros han olvidado, perdido o no querido. Y en ese abandono reside su singularidad, la soledad de lo encontrado, frente a la compañía pegajosa de lo buscado.

Al acabar, tengo la sensación de como si Agustín hubiera pintado algunos de estos fragmentos en las paredes desnudas de su particular Quinta del Sordo. La galería de tullidos espirituales desborda de humanidad y la búsqueda de roce, de intercambio de soledades, despierta una insólita ternura. Dibujo y color están ahora equilibrados en esa simbiosis de ciencia y literatura al servicio de lo que Adorno, siguiendo a Kierkegaard, denominó “fantasía exacta”.

jueves, 6 de marzo de 2008

El enigma de una tarde de otoño



“Permítaseme relatar cómo tuve la revelación de un una pintura que presentaré este año en el Salón de Otoño, titulada Enigma de una tarde de otoño. En una límpida tarde otoñal estaba sentado en un banco en el centro de la plaza de Santa Cruz, en Florencia. Naturalmente, no era la primera vez que veía aquella plaza: pero acababa de salir de una larga y dolorosa enfermedad intestinal, y me hallaba como en un estado de mórbida sensibilidad. Todo el mundo que me rodeaba, incluso el mármol de los edificios y de las fuentes, me parecía convaleciente. En el centro de la plaza se alza una estatua de Dante, vestida con una larga túnica, con sus obras pegadas al cuerpo y la cabeza, coronada de laurel, pensativamente reclinada….El sol otoñal, cálido y fuerte, aclaraba la estatura y la fachada de la iglesia. Tuve entonces la extraña impresión de mirar aquellas cosas por primera vez, y la composición del cuadro se reveló a los ojos de mi mente”. (Giorgio de Chirico)


•“Tenemos el arte para no perecer en la verdad”.

•“ !El arte y nada más que el arte! Es el gran posibilitador de la vida, el gran seductor de la vida, el gran estimulante de la vida”. (Nietzsche)