jueves, 23 de abril de 2015

qué difícil es ser dios





Cuando leemos "adaptación" es casi inevitable pensar en "adopción". Y si ya tenemos bastantes problemas con los hijos biológicos no me imagino la complejidad de los culturales. Cuando se trata de las películas rusas de "ciencia ficción" toda cautela es poca, especialmente si se trata de autores como Tarkovski. En este caso el saber es beneficioso para el cine. De haber leído Picnic extraterrestre de A y B Strugatsky los globos metafísicos que se cogían los seminaristas (de Seminarios y seminarios) en la Zona de Stalker habrían sido menores. No es lo mismo una elucubración sobre los símbolos dejados por la supuesta visita de la meliflua divinidad que sobre los desperdicios abandonados por los guarros alienígenas después de su picnic. Solaris es muy diferente de la novela de Lem, lo cual no excusa su obligada lectura. Y qué decir de la novela de Dick, la lástima por las delicadas androides prevalece sobre el frenesí de la investigación erudita de las pistas que va dejando con ojo de águila comercial el director en la película: de momento Deckard es un Nexus 7 (!esa pajarita unamuniana del unicornio!) pero igual la cosa no acaba ahí. Estaremos atentos a la pantalla.

Para Ballard la ciencia ficción es el cálculo de los problemas del presente yendo hacia el futuro bajo la forma de remontarse al pasado. En la película de Aleksei German (a diferencia de la novela Qué difícil es ser dios de los mencionados autores) no se alude para nada a esos viajes espaciales pero la ucronía se comprueba desde las primeras imágenes. Aparece un individuo con gafapasta y se habla de fotos con toda naturalidad. Es un diálogo icónico entre épocas, pintores, directores de cine. 





Las primeras y últimas imágenes  recuerdan a escenas de Cazadores en la nieve de Brueghel (reproducido por Tarkovski en Solaris) y la ciudad de pesadilla, Arkanar, a la otra ciudad de sueño, Perla, de La otra parte, de Kubin. Las dos tienen en común el ser refugio de los que huyen de la modernidad y estar rodeadas de pantanos, de lo elemental, que se apodera de ellas a través de esa insana e incesante lluvia, marca registrada en todas las distopías. Se trata de una visión de la Edad Media, ciertamente, pero desde la época moderna, como sucede en los cuadros de El Bosco. Y no es extraño encontrar en la película a esa figura que contempla desde su ventanita el despliegue de la locura que se ofrece a sus pies. 


¿Qué opina la Edad Media del Renacimiento? La respuesta es el otro Renacimiento, la cara oscura de la modernidad, esa que responde anticipadamente a la pregunta frankfurtiana en la Dialéctica de la Ilustración ¿cómo es que viniendo de una época de la razón estamos en otra de barbarie?: es la misma. Para la historiografía renacentista la Edad Media es eso, una media aetas, de barbarie, una época intermedia entre la Antigüedad y el, su, Renacimiento. Pero el arte dice otra cosa. En la película se muestra en imágenes la decidida apuesta de la ilustración por la barbarie: los intelectuales son ejecutados y los poetas colgados, a iniciativa de la nobleza y apoyados por el hijo de Dios, el Führer de Arkanar, nada del pueblo de los pensadores y poetas, hay demasiados, se quejaba Hitler. El Hijo de Dios vaga aburrido entre los hombres, observándolo todo, pronunciando sentencias con voz ecuánime, evacuando disparates, contribuyendo arbitrariamente a la danza de la muerte que es la película.  



El Angelus novus, de la historia, de la modernidad, de Paul Klee, que contempla incrédulo la ruina causada por el viento del progreso que sopla desde el paraíso maldito, su hogar, es aquí la figura de Don Rumata, EL CREADOR, como le llaman, humano demasiado humano, que contempla impotente pero cooperante, recibiendo sus presentes, rechazándolos, emborrachándose, sin perder la cordura, loco entre locos, a esos infrahumanos que pululan por la ciudad  y su castillo, tocándolos, maltratándolos, borrando siempre con un pañuelo blanquísimo las huellas del contacto. Holbein dibujó así al tonto contemplando sus muñecos en una edición de Elogio de la locura de Erasmo de Rotterdam


Es un dios extraño, pero conocido. De ese tipo de dioses, de Solaris, habla Lem en su novela: 
“No,  no pienso en  dioses  nacidos del candor de los seres humanos, sino en dioses de una imperfección fundamental, inmanente. Un dios limitado, falible, incapaz de prever las consecuencias de un acto, creador de fenómenos que provocan horror. Es un dios...enfermo, de una ambición superior a sus propias fuerzas, y él no lo sabe. Un dios que ha creado relojes, pero no el tiempo que ellos miden. Ha creado sistemas o mecanismos, con fines específicos, que han sido traicionados.  Ha creado la eternidad, que sería la medida de un  poder infinito, y que mide sólo una infinita derrota [...]
“No sé. Me parece muy verosimil. Es el único dios en que yo podría creer, un dios cuya pasión no es una redención, un dios que no salva nada, que no sirve para nada: un dios que simplemente es”.

A este tipo de dioses no les afecta el "Dios ha muerto" de Nietzsche con que se especula en la película. Ellos han creado un tipo de seres humanos, nosotros, de los que también habla el Renacimiento. No nos hicieron con lo mejor del Universo, de la creación; microcosmos sí, pero de los restos y desperdicios de la misma, una misera que a veces nos convierte en miserables. Si de los otros dioses proviene la dignidad humana, de estos sale la indignidad humana, que tan bien describiera otro renacentista, Pérez de Oliva: 
“La niñez en breues días se nos va sin sentido: la mocedad se passa mientras nos instruymos y componemos para biuir en el mundo: pues la juuentud pocos días dura, y essos en pelea, que con la sensualidad entonces tenemos, o en darnos por vencidos della, que es peor. Luego viene la vejez, do en el hombre comiençan a hazerse los aparejos de la muerte. Entonces el calor se resfría, las fuerças lo desamparan, los dientes se le caen, como poco necessarios, la carne se le enxuga: y las otras cosas se van parando tales, quales han de estar en la sepultura: hasta que el fin llega bolando con alas, a quitarle de sus dulces miserias [...] Qué aprovecha a los huesos sepultados la gran fama de los hechos? ¿dónde está el /sentido ¿do el oyr, con que el hombre coge los fructos de ser alabado? Los cuerpos en la sepultura no son diferentes de las piedras que los cubren”. (Fernán Pérez de Oliva. Rector de la Universidad de Salamanca. Diálogo de la dignidad del hombre)



Sorprenden las imágenes de la muerte, por su cantidad, una suerte de epílogo del aquelarre final de Apocalipse now, pero golpean en la retina las de la vida, también de los cuerpos, en su descomposición de la composición animal, intestinos que cuelgan y se desparraman, lodo que vuelve al lodo. 

Nadie se queja: "¿Te pedí, por ventura, Creador que me crearas?". La película no cae en el ejercicio fácil de indagar la locura de la razón sino en mostrar la sinrazón de la locura, que El mundo es ansí, en términos barojianos: «La vida es esto, crueldad, ingratitud, inconsciencia, desdén de la fuerza por la debilidad... ¿Y qué hacer? No puede abstenerse de vivir. No se puede parar...» Don Rumata, el dios, precisa que de nada sirve descabezar a los fuertes pues el más fuerte de los débiles tomará su lugar. Es lo que tiene la corrupción.
Están aquí las imágenes obsesivas de los rostros de La conjura de los boyardos, las oníricas y surrealistas de la España de El manuscrito encontrado en Zaragoza. Y... no sé qué les parecerá a ustedes, en algunos momentos Don Rumata tiene el aire de los últimos presidentes españoles desde el supervisor de nubes al actual relajándose con el jazz.


martes, 14 de abril de 2015

lunes, 30 de marzo de 2015

trabajadores






"Me he dedicado a reunir, estudiar y comparar estas y muchas
otras imágenes que retoman el tema de la primera película de la
historia del cine y realicé con ellas una película: Trabajadores saliendo
de la fábrica (video, 37 minutos, blanco y negro y color,
1995). El montaje del film tuvo sobre mí un efecto totalizador:
una vez que tuve el montaje a la vista, me asaltó la idea de que el
cine había trabajado durante cien años sobre un único tema. Como
si un niño repitiera la primera palabra que aprende a decir durante
cien años para inmortalizar la alegría de poder hablar. O como
si el cine siguiera los pasos de los pintores del lejano oriente que
siempre pintan el mismo paisaje hasta alcanzar la perfección e incorporar
al artista. El cine se inventó cuando ya no se podía creer
en esa perfección" (Farocki. Desconfiar de las imágenes)



viernes, 20 de marzo de 2015

desaprensivos


A veces uno asiste con creciente desasosiego a "conversaciones" entre un director de cine invitado y un descuidero que hace el papel de entrevistador. Este ha sido el caso de Farocki, cuando le quedaba un año de vida, y también el de Benning, que le ofrecería un hermoso homenaje icónico. No hablo de Herzog que se defiende solo y, como Ángel Gabilondo, se da un festín con el Jordi Évole de turno.

Después de divagar durante varios minutos sobre cuerpo y tecnología le pregunta en unos segundos por su cosmovisión (la suya, la del entrevistador, parece sobreentenderse) a un perplejo Farocki. Más aún, le asegura que su cine es una "ontología del presente", por decirlo de manera suave, y le ahorra castigarle con el calificativo de "metafísico", de momento. El pobre director se escapa como puede. El otro se parte de risa.

Cuando uno no tiene nada que decir el recurso es infalible: "ontología del presente". Se pierde la ocasión de preguntarle en detalle por su obra, sus características técnicas, cómo la montó, lo que solo él sabe y quizá está dispuesto a compartir... que para eso ha venido.

¿Cuándo el discurso metafísico de la imagen dejará paso a las descripciones empíricas de las imágenes?

viernes, 13 de marzo de 2015

viernes, 20 de febrero de 2015

viernes, 13 de febrero de 2015

la isla mínima



Para los aficionados al thriller nórdico (atmósferas humanas asfixiantes en grandes espacios abiertos, crímenes excesivos en pueblos perdidos) es muy grato encontrar una obra que concentra todos los tópicos del género pero con toque latino. Lo que solía faltar al cine español, ritmo y guión, que no excelentes actores, está aquí magníficamente resuelto. En los grandes picados y planos generales la inmensidad de los arrozales sustituye con ventaja al hielo, los (las) policías traumatizados pero eficaces tienen una réplica adecuada en el superviviente de la España negra encarnado con una cierta dignidad y picaresca debajo de la gomina y el bigotito,español sí, pero coqueto. Hasta el maestro de ¿quién mató a...? recibe algún guiño con el pájaro y el caballo extemporáneos. Por no faltar no falta ni el solitario niño de Accattone que se distrae jugando con el cangrejo. Si siguen así estamos de enhorabuena todos.

domingo, 8 de febrero de 2015

Luck

Hay series en las que los tráileres no se limitan a su condición semántica de “avance” sino que configuran un núcleo de claves cerrado en sí mismo que no garantiza se vayan a ir resolviendo conforme avanza la temporada. Quizá porque esta no es su finalidad, no son claves narrativas sino icónicas. Son los tráileres autorreferenciales. Aquí la hermenéutica deja paso a la percepción. El conjunto son unas imágenes visuales y sonoras que, no solamente rompen los esquemas lineales y en bucle, sino que tienen autonomía propia, vuelven constantemente sobre sí mismas, al hilo de su propio paso, son el tráiler bien temperado. 




Este parece ser el caso de Luck. Un tráiler Chris Marker. Con instantáneas líquidas, autorreferenciales, el parpadeo de felicidad aleatorio, y un color que empieza a ser habitual en series para un futuro que se escribe con colores de crepúsculo ensimismado en el presente y, sin embargo, tenso, no vintage. El tráiler de Luck juega con los primeros planos y las veladuras en la poesía sonora de Splitting The Atom (Massive Attack): “The summer's gone before you know”; con lo sublime apagado de la ciudad que arde como el ascua fría en la noche de una isla, a lo lejos; con la cercanía deslumbrante de los iconos de neón en los casinos, moteles, que palidecen ante la ternura de los ojos de los caballos; con el desvalimiento melancólico de los perdedores que se esfuerzan por estar a la altura de una racha de buena suerte. 

Para seguir leyendo aquí 

sábado, 31 de enero de 2015

¿comprar el libro? "preferiría no hacerlo", recomienda Bartleby



Se ha presentado editorialmente este libro como un "panfleto" de denuncia, modestamente esta entrada quiere contribuir a denunciar ese panfleto. Me quedo con la primera acepción del término en la RAE, "libelo difamatorio", ya que se trata, efectivamente, de un libelo en toda regla contra la Estética; la segunda acepción, "opúsculo de carácter agresivo", parece convenirle menos ya que tiene sus cerca de 500 páginas (podía seguir caóticamente otros cientos más) y, por otra parte, el buenismo neocon de que hace gala transforma la agresividad en su contrario: este libro es un ejemplo meridiano de esa estetización cultural que dice denunciar. No está solo. Una de las cosas que más me duele es el poco caso que se le hace al sandunguero Papa Francisco (no me atrevo a llamarle Francisco a secas como hacen algunos católicos de confianza sobona) cuando recomienda no "procrear como conejos". ¿Se imaginan a un Bauman y al mismo Lipovetsky teniendo solo los tres hijos (culturales) que recomienda el Papa? Parece que la "modernidad líquida" y la "era hipermoderna" generan incontinencia espermática cultural. 

Comencemos por el fenómeno de la estetización para finalizar con unas consideraciones sobre la Estética. 

De manera efectista los autores comienzan con una crítica al esteticismo desde la más pura ortodoxia situacionista para luego retroceder y asegurar que esa no es exactamente su postura, ya que el objetivo del libro es más imparcial: reconocer las aportaciones del capitalismo artístico y también sus fracasos, puntualizan. En realidad, de las primeras apenas hay noticia mientras que se da cumplida cuenta de los segundos: ya no estamos en la sociedad del espectáculo sino del "hiperespectáculo", en que no se acentúan las diferencias, sino que se borran. El capitalismo artístico sería la fase final de un proceso histórico de estetización (arte para los dioses, para el Príncipe, arte por el arte y, ahora, arte para el mercado) en el que se ha sacrificado el arte al mercado estetizando la vida diaria. En resumen: el capitalismo artístico no solo es el arte como mercado sino también y, sobre todo, el mercado como arte, la estetización de la mercancía. Las socorridas "denuncias" (parecen agentes a sueldo de Jeff Koons y Damien Hirst) a los camelos del arte contemporáneo, que los hay, dejan como poso la sospecha de que todo el arte contemporáneo es un camelo, que no lo es, con la intención, no de proponer algo, sino de exponer la nostalgia por un arte esencialista, el verdadero arte, y no los adefesios que comisarios de estetica vaporosa y marchantes sin escrúpulos (a veces los mismos) venden en las subastas y catalogan en las exposiciones. Al fin y al cabo, todo se publicita como diferente, como pos o post, pero todo acaba dando igual en esta sociedad hiperconsumista, hipermoderna, transestética..., bueno pueden seguir acumulando prefijos y leyendo variaciones de lo mismo hasta el infinito en un bucle al más puro estilo de las jeremíadas made in Vargas Llosa. Aunque, no todo parece estar perdido, y con un golpe de dramatismo retórico a la vieja usanza deslizan la gran pregunta, envidia de cualquier tertulia insustancial:

"¿Puede salvar la belleza al mundo?"

 Silencio recogido. Con el "alma bella" esteticista hemos topado. Naturalmente no hay una respuesta en el libro sino suspiros y nostalgias de la importancia de la belleza para la vida, aunque la haya perdido para el arte, todo ello cortesía de la marca Danto. La autopregunta es una memez. Si hay que "salvar" al mundo se supone que tendrán que hacerlo seres humanos con la ayuda de otros seres humanos y de otros seres humanos, y no entidades abstractas, más propias de totalitarismos que de socidades democráticas. De hecho, era la pregunta favorita de Leni Riefenstahl. Además, quizá no sea ocioso inquirir a qué clase de belleza se refieren (aparte del buenismo de que sea "armoniosa" y no "competitiva") ya que los seres humanos tienen distintos cánones de la misma. En todo caso, esa autopregunta es una forma de esteticismo ya que es estetizar la vida diaria asegurar que la solución a sus problemas viene por una estética que, para rematarlo, se confunde con la cosmética, aunque se denuncie a la falsa "dictadura de la belleza". O, peor aún, a la que se sigue endosando la tarea de "sensibilizar" ideas políticas, morales y religiosas, ignorando irresponsablemente que este es el verdadero esteticismo en Estética. Esto ya no es solo cosmética, es pornografía emocional. Con estas premisas no es extraño que concluyan que "la era transestética en camino es planetaria". Solo falta la otra palabra que hace unos años "ponía" tanto, especialmente al público latinoamericano: "ontológica". 

Este libro es como la pesadilla de la peor de las tesis doctorales: cuatro ideas y cuatro mil fichas de citas irrelevantes. Así nos llegamos a enterar de lo que cobró Bruce Willis por su papel en El sexto sentido. Por mucho "hiper" que anteponga, sus dos ideas centrales (una dividida en dos como Jesulín de Ubrique) tuvo a bien anunciarlas al personal un profesor español con voz resacosa en uno de aquellos inolvidables cursos de verano de la Menéndez Pelayo: del Dasein al Design. Excuso decir si los ojos como platos de los oyentes eran debidos a la gravedad de la revelación o a los excesos nocturnos de todo tipo. Leyendo este libro me ha parecido estar revisitando la inolvidable película Golfus de Roma de Richard Lester. Por él desfilan en plan vodevil especímenes de nombres tan bizarros como homo consumericus, homo automobilis, homo festivus, que llevan, al final, una "ética estetizada de la vida". ¿En qué consiste esta? No se sabe muy bien, pero una palabra se repite con frecuencia: hedonismo. Su significado es tan confuso como sugerentes sus connotaciones (pecaminosas). No sé, en su crítica a las producciones de los artistas uno tiene la sensación de que no les enfada tanto a estos autores el que hagan lo que hacen como el que cobren lo que cobran; que están condenando culturalmente simple y llanamente un tipo de conductas que a ellos les prohibe ya más la biología que la ética. Qué se la va a hacer si el filósofo, como deploran, ya no expresa el Absoluto y se ha convertido en un animador cultural. Pero no es cierto, y se equivocan históricamente, al afirmar que lo que llaman "era hipermoderna" ha supuesto el fin de "la religión romántica del arte". El romanticismo sigue triunfando en el tecnorromanticismo. Otro error, este sí garrafal, es la confusión a lo largo del libro entre Arte y Estética. Pero no solo es cosa suya. 

La Estética es conocimiento, una teoría de la sensibilidad solidaria. Esto implica varias cosas. En su faceta cognitiva evita emplear una terminología de sociedades simples cuando vivimos en sociedades complejas. Aquí se maneja una terminología trasnochada de capitalismo artístico, emocional, inmaterial, hasta ecológico, de consumo de masas, a cargo de individuos híbridos, nómadas... Le asocia inevitablemente a un proceso de estetización de la vida diaria cuando lo cierto es que desde los situacionistas mismos ese discurso anticapitalista (que tenía sentido en la política de bloques entonces, hoy no) es esteticista por globalizador. Con ello llegamos al meollo del asunto: decir que vivimos en un mundo estetizado es una banalidad parecida a afirmar que vivimos en un mundo globalizado, haciendo un gesto circular con la mano, a ser posible. Pero, en este caso, no es solo una banalidad, es una frivolidad rayana en la maldad. Porque, al final de la lectura, uno no puede por menos de exclamar abrumado por la riña: vale, estamos arrepentidos y, ahora, ¿qué hacemos? Nada, excepto cuatro páginas finales de a ver si se arreglan las cosas con un poco de buena voluntad. Son nómadas, no tienen tiempo para más.  

Antes, ahora menos, había unos "no lugares", en los que gentes como estos autores llevaban a cabo sus "moralidades posmodernas", al decir de su compañero de "juegos" Lyotard. Eran los aeropuertos donde enlazaban un avión con otro para llegar agitados a otros "no lugares" donde daban la misma conferencia. Del otro mundo real, ni noticia, bueno sí, lo declaraban ficción, ya se sabe "lo poco real es lo real" que uno no quiere ver. Su mundo es el mundo de las generalizaciones, del "diseño" que critican en la medida en que fervorosamente practican. Hay estetización en el mundo, sí, y mucho de lo que denuncian es cierto, ¿vivimos en un mundo estetizado? Ustedes sí, mucha gente no. Permítanme unas pinceladas de ese otro mundo, ciertamente parciales y solo de lo que más conozco. Seguro que otros pueden completarlas con más datos. 


A pesar de la desidia ministerial hacia la cultura (su aportación más notable es una ley antidescargas) hay otras instancias, como universidades, a través de servicios de actividades culturales, másteres en cultura, actividades musicales y teatrales, que promueven una cultura crítica y de calidad; hay salteadores de caminos autodenominados artistas pero también en el otro extremo los numerosos estudiantes de Bellas Artes que exponen una obra en proceso muy interesante; como nunca florecen las revistas de cultura (de "alta" cultura, no se inquieten) en las Facultades de Humanidades promovidas por los alumnos; hay movimientos culturales ciudadanos a través de asociaciones que, por ejemplo, y a diferencia del ombliguismo del ser o no ser de los grandes museos, ponen en valor recursos locales; hay numerosos profesores que, ignorando las vaciedades sobre el homo aestheticus y el homo pantalicus de estos "colegas", promueven un cambio en la educación al alcance de sus medios y con los medios, como este profesor de filosofía en Extremadura del que adjunto la portada de su libro. Lamentablemente sus valiosas aportaciones no llegan a las llamadas editoriales de prestigio. Es una pena, y en buena medida la creciente desafección al papel viene dada por la ausencia de acogimiento de este tipo de verdaderas alternativas, no de vocingleros repetidores de eslóganes publicitarios.

Hay mucho más, la enumeración sería muy larga,  y seguramente cualquiera de los lectores conoce más casos, aunque entiendo que precisar aburre; que,  frente al confortable vivir en el "hotel abismo" del catastrofismo esteticista, estas aportaciones ciudadanas no son mas que el humilde chocolate del loro. De todas formas, no vamos a esperar a que nos salve la belleza o el dios de Heidegger al que se encomiendan los autores, una suerte de venta de acciones preferentes; ofrece mas confianza ver que son, somos, muchos loros intentando crear esa cultura que ayude, quizá, a cambiar algunas cosas, en todo caso a percibirlas de modo distinto. Que no se consigue, al menos se incordia un rato, que para eso también están los loros.

sábado, 24 de enero de 2015

viernes, 9 de enero de 2015

sumisión


La novela de Houllebecq esboza un futuro posible desde un pasado plausible. Si Europa se ha suicidado hace largo tiempo en la autocrítica y está desprovista de convicciones firmes más allá de tácticas políticas de supervivencia ¿no es sensato desear una Europa de creencias seguras bajo la égida de un islamismo de rostro humano? Si Europa ha traicionado su herencia cristiana ¿no merecería la pena volver nuevamente a la grandeza de la Europa romana y medieval bajo la religión? El título de la novela lo dice todo: la sumisión a Dios forma parte del estado de cosas biológico que no debe desnaturalizar la cultura, como la sumisión de la mujer al hombre. Aderezada la reflexión con una cita de La marquesa de O, a François no le empieza a parecer tan mal la cosa. 

Este libro es puro veneno y depende de los lectores que pueda convertirse o no en un pharmacon. Bien es cierto que la habitual estolidez de los comentaristas televisivos y las ocurrencias de los picaflores en las redes sociales no dan muchas esperanzas. Todo parece reducirse a una cuestión política, tanto en la propuesta como en la circunstancia: la posibilidad de que un partido islamista tome el poder en Europa vendría avalada por los temores que nutren la ola creciente de islamofobia favorecida por los crímenes de Al Qaeda y el reciente atentado en París.

Pero este no es el planteamiento de la novela. No se trata de la imposición violenta del Islam sino del suicidio de Europa. Después de la autocrítica feroz, de haberse autodestruido en las carnicerías de las guerras mundiales, Europa está exangüe culturalmente y ello explica que se ofrezca al Islam, y él acepta, llenar políticamente ese hueco, tras un pacto contra natura de los grandes partidos politicos para que no gobierne la ultraderecha. Eurabia acaba siendo la salvación y el futuro de lo que queda de Eurofilia.

A estas alturas los improbables lectores del blog estarán ya cabeceando: este pobre hombre no ha "pillado" la ironía, la sátira, que se esconde en la escritura. Se nota que no es posmoderno. Pues no, y me lo he tomado muy en serio.

Houellebecq ha elegido una tesis similar a la planteada por Kundera en La Broma:  estamos en la época de las paradojas terminales de la modernidad, lo que significa que se han realizado sus propuestas, solo que a la inversa: el progreso ha mutado en paro, la emancipación en feminismo. El Islam de rostro humano pone otra vez en orden las cosas: manda a las mujeres a casa, el paro baja; inunda de petroeuros Europa favoreciendo el que los jóvenes se conviertan en emprendedores; cuatro intelectuales subvencionados protestan adecuadamente y todos contentos. Y es ahora donde se destila el veneno: no pasa nada, todo sigue igual, incluso mejor. Porque, ¿quién mejor que ellos para controlar y hacer que desaparezcan los tumultos en les banlieues? Por eso las conversiones se producen en masa. El Islam ya no es el fantasma del Gran Hermano al que se teme, sino al que se ama. El fin de Europa, de la Europa "moderna", como diría Kundera, es "apacible", no una catástrofe. 

¿Y qué pasa con el protagonista, con François-Houellebecq? Esta novela supone un cambio de registro y da una respuesta al interrogante con que se cierra la anterior. Las primeras novelas utilizaban la provocación, bastante inocua, esta propone una disolución, letal. Mantiene las pinceladas gruesas de erotismo de burdel que puede permitirse ya una escort, pero más fuerte todavía es la nostalgia de la religión perdida. Las digresiones neocon de Houellebec propician que no solo sean objeto de innumerables seminarios sino que se le estudie con aplicación en los Seminarios que todavía quedan. 

Es la consecuencia de la educación sentimental de sus personajes en la estela no deseada de Goethe y Flaubert: la novela de formación como novela de deformación. Llenos al comienzo de ilusiones (al personaje de esta novela se le acaban con la finalización de la tesis doctoral), se van desilusionando, a eso se le llama madurar, aprenden de las decepciones, hasta ser declarados, integrados, como ciudadanos en la sociedad, es decir, aptos para convivir ya que, en el fondo, no importan realmente los demás. Es el conformista. Y en esa atmófera de nihilismo, nietzscheanamente, "el más inquietante de los huéspedes llama a la puerta", el islamismo. 

A la puerta de un profesor universitario de la Sorbona. Siguiendo la estela de las novelas de campus Houellebecq no pierde el tiempo criticando a la casta universitaria, simplemente se cachondea de ella. La deriva de François es previsible: si no se cree en nada, al menos no creer en algo que compense. El ciclo de las novelas de Houellebecq se cierra: consumo inmoderado de alcohol que tolera el nuevo Islam europeo, sexo gratis complaciente, debido a los "macho alfa" de la casta universitaria (esto último le encanta, ya no está para trotar detrás de las alumnas). ¿Hay La posibilidad de una isla? Sí, en el Islam.