sábado, 15 de septiembre de 2018

miércoles, 12 de septiembre de 2018

una tesis doctoral


Hoy hemos asistido en la sesión de control al gobierno en el Congreso de los Diputados a uno de los episodios más tristes de la vida política. La noticia estrella no ha sido el debate en torno al separatismo catalán, la desaceleración económica o cualquiera de los graves problemas que preocupan a los ciudadanos sino la tesis doctoral del presidente Sánchez. Como siempre la estrategia ha sido la del postureo y la guerra de desgaste: si no la presenta malo y si lo hace peor; trato de favor o plagio, a escoger, sin que sean excluyentes. Acababa de dimitir la ministra Montón y el líder del PP, Pablo Casado, repetía que él no había sido, que su caso era distinto.

Un alma bella celebraría que, por fin, se ocuparan de la Universidad. Nada más lejos. La realidad es que la clase política (pace Machado) envuelta en los andrajos de la mediocridad desprecia lo que ignora, es decir, ignora la excelencia en la Universidad y se beneficia de sus miserias. Esta vez no toca la endogamia, sin embargo a los políticos (también a otros) les pone ponerse como profesores de universidad para escarnio de los asociados esclavos. Esta vez son los títulos, esas plumas devaluadas que no pueden faltar en sus fantasiosos currículos.

Lo que se critica ahora no son tanto los contenidos como los procedimientos, el haberse beneficiado de una fórmula excesivamente abreviada, el no haber pagado el peaje correspondiente en tiempo y forma, como dice el lenguaje múrido burocrático. Así el presidente habría destino solo dos años y nueve meses a la tesis en vez de los seis años habituales, cifra que en términos de plazos académicos no es correcta, a partir de los tres hay que pedir prórrogas.

 Da igual, semejante estajanovismo (compaginando labores absorbentes de intriga política) debería ser bienvenido si tenemos en cuenta que informes publicados este mismo año alertan del peligro para la salud mental de la realización de tesis doctorales (https://elpais.com/elpais/2018/03/15/ciencia/1521113964_993420.html). Y en cuanto a la garantía que certifique la idoneidad de las mismas, qué quieren que les diga. Les cuento el procedimiento y seguro que al más humilde ciudadano se le ocurre el remedio.

El tribunal que ha de juzgar la tesis y calificarla se propone a sugerencia del doctorando (tómese como genérico), se oficializa en escrito por decisión última del director de la misma, siendo aprobado por el Departamento y Comisión de Doctorado correspondiente en el Rectorado, generalmente sin modificaciones, una vez comprobada la idoneidad formal (sexenios, publicaciones etc.,) de los miembros y la paridad de género. En tiempos de la para unos gloriosa y otros execrable Transición era de buen tono (al menos en Humanidades) que el tribunal no se leyera la tesis, limitándose su intervención a tan breves como inútiles consejos sobre los aspectos más peregrinos de la vida ante la estupefacción del candidato. Lo importante era la comida posterior, terror de bolsillos y alegría de restaurantes.

Ahora, víctima de los recortes, desmotivado, humillado por la Aneca, necesitado de desahogarse, el profesor que se sube a una tarima habla interminablemente, no sobre la tesis que se ha hecho sino sobre la que se podía haber hecho, en extrañas asociaciones sin rumbo fijo, ante la perplejidad del que ha dedicado varios años de su vida a la investigación del tema y promete tenerlas en cuenta para una futura publicación cuando al fin de la tormenta llega su confusa réplica. No falta el que refuerza la seriedad del examen con la exhaustiva enumeración de las erratas ortográficas que la impericia o la mala jugada del corrector de Windows ha propiciado. Tampoco puede faltar una referencia a la bibliografía y las citas a pie de página, lo primero que se lee. El límite de tan tediosas intervenciones sigue siendo la inmediatez del horario de la comida. Eso no se perdona.

En vista del procedimiento comprenderán, dadas las afinidades electivas (no precisamente las de Goethe), que los resultados son bastante predecibles.

Estas son algunas de las miserias antes anunciadas. Pero señalar vicios de procedimiento endogámico en su juicio no empaña la excelencia en la realización de tantas tesis y de tribunales que pierden dinero asistiendo a ellas y se las leen y preparan a fondo. Solo que si funcionara mejor la legalidad no haría falta apelar a la ejemplaridad, con tan dudosos resultados. 



miércoles, 5 de septiembre de 2018

ensayos de minima inmoralia



Este libro es una cosmogonía posmoderna del mito como chismorreo en la época, ya analizada en otros libros suyos, del capitalismo emocional (¿hay otro?); de Ra a Blade Runner, de las lágrimas de Isis a esas lágrimas que se deslizan en el tobogán de las temblorosas columnas digitales. El libro, una “cosmicómica" en palabras del autor, es la argumentación asociativa de la liana sobre vacíos de identidad.



El mito deviene chisme y el chisme está ya en el mito. Las Erinnias de la Orestíada persiguen al tuitero en forma de trolls más deseados que temidos. Todo el libro merece la pena por la página 70, por la revisión del mito de Narciso que lleva como conclusión a un nuevo imperativo para el narcisista self surfing: “Mírate: desconócete a ti mismo”.

Dice La Biblia que se juzgará al final por lo hecho mientras que en El libro de los muertos por lo no hecho; a lo primero lo llaman confesión positiva, a lo segundo confesión negativa; los cristianos posmodernos sufren por la insoportable levedad del ser mientras que los egipcios premodernos estaban encantados con la soportable levedad de ser; a diferencia de los otros el corazón era contrapesado con una pluma y solo perdían el juicio los pesados. Otros tiempos, ahora lo hacen perder.

Este libro es una soberbia muestra de ingenio, es decir, humor enhebrado con la inteligencia de la observación aguda y el tejido sutil de la reflexión sobre los matices del presente. Todo está en juego en esta voluntad de lucidez. Ya en obras anteriores, en el libro de ahora, Eloy Fernández Porta ha demostrado que es posible en y para el siglo XXI un tipo de ensayo diferente, entendido como ejercicios de minima inmoralia sobre las variadas producciones del homo sampler.



martes, 4 de septiembre de 2018

martes, 28 de agosto de 2018

lunes, 13 de agosto de 2018

4. La explotación compleja de lo sublime tecnológico en Las Médulas


“Ese panorama cero parecía contener ruinas al revés, es decir, toda la construcción nueva que finalmente se construiría. Esto es lo contrario de la «ruina romántica», porque los edificios no caen en ruinas después de haber sido construidos sino que crecen hasta la ruina conforme son erigidos. Esta mise-en-scene antirromántica sugiere la idea desacreditada del tiempo y muchas otras cosas «pasadas de moda». […]
Passaic parece estar lleno de «agujeros» en comparación con la ciudad de Nueva York, que parece compacta y sólida, y esos agujeros son, en cierto sentido, los vacíos monumentales que definen, sin pretenderlo, los vestigios de la memoria de un juego de futuros abandonado.[…]
Si el futuro está «pasado de moda» y «anticuado», entonces yo había estado en el futuro” (Smithson)



Esta fotografía se encuentra en la página oficial de la Unesco. La precede la siguiente descripción: “En el siglo I d.C., el poder imperial romano empezó a explotar el yacimiento aurífero de este sitio del noroeste de España recurriendo a una técnica basada en la fuerza hidráulica. Al cabo de dos siglos, la explotación se abandonó y el paisaje quedó devastado. Debido a la ausencia de actividades industriales posteriores, las espectaculares huellas del uso de la antigua tecnología romana son visibles por doquier, tanto en las pendientes montañosas desnudas como en las zonas de vertido de escorias, que hoy están cultivadas”. 

Entre los 10 criterios que maneja la Unesco, naturales y culturales, para declarar un bien Patrimonio de la Humanidad son los 4 primeros, culturales, los que han sido utilizados para tomar la decisión. En todos ellos la candidatura que se presenta tiene que ser “excepcional”, un ejemplo sobresaliente que no tiene por qué ser ejemplar. A menos que se rescate esta palabra con toda la riqueza de la ambigüedad que le corresponde.

 Así el criterio primero: “representa una obra maestra del genio creativo humano”. Pero, quizá, el que mejor se le adecua es el criterio 5 no aducido: “ser un ejemplo excepcional de una tradición de asentamiento humano, utilización del mar o de la tierra, que sea representativa de una cultura (o culturas), o de la interacción humana con el medio ambiente, especialmente cuando éste se vuelva vulnerable frente al impacto de cambios irreversibles”. Es la descripción de lo sublime tecnológico que va más allá de la consideración tradicional de lo sublime natural. Es lo sublime tecnorromántico.

Lo ejemplar se refiere aquí a lo excepcional y esto a lo espectacular, a su carácter de espectáculo organizado, lo que implica una conservación y gestión. Si Plinio hablaba de la maldita hambre del oro, de cómo el descubrir el oro fue la pérdida de la humanidad, en términos éticos, si el Angelus Novus de Paul Klee lamenta las ruinas del progreso en interpretación de Benjamin, no sucede lo mismo con Smithson quien ve lo inevitable de la explotación minera a la vez que el inconveniente de los residuos siendo aconsejable la intervención artística para crear un paisaje cultural estético. 

Lo natural y lo artificial se funden, confunden, creando ese paisaje cultural en el que un futuro abandonado es un pasado recuperado. Los criterios de la Unesco no aluden a políticas situacionistas simples, tampoco a políticas dialécticas edificantes sino a políticas ciudadanas complejas entre las que se incluyen la conservación y gestión del bien cultural.


Esa recuperación significa la posibilidad de la construcción de un futuro en una complejidad que reúne como en un puzle todos los elementos anteriores. Lejos del determinismo tecnológico, como del antropocentrismo, el humanismo tecnológico cree que el futuro humano está en las manos humanas, que todo depende de nosotros, frente a la irresponsabilidad edificante de las concepciones anteriores. En términos de Smithson los restos de los antiguos castaños introducidos por los romanos como alimentación energética de los trabajadores astures parecen decir: “si el futuro está «pasado de moda» y «anticuado», entonces yo había estado en el futuro”. 


Pero también hay otros futuros, algunos son “ruinas al revés” que echan brotes, futuros no previstos, construyen el monumento desde la ruina y ya no son entrópicos posmodernos sino modernos ciudadanos para vivir en, con y de ellos. Y en ese sentido Las Médulas no son solo el espectáculo de un pasado abandonado sino de un futuro recuperado en el abandono de ese pasado. Merece la pena estar ahí.

miércoles, 8 de agosto de 2018

3. Las Médulas o el paisaje cultural de la devastación.




"La gran tubería estaba conectada de algún modo enigmático con la fuente infernal. Era como si la tubería estuviera sodomizando secretamente algún orificio tecnológico oculto, y causando un orgasmo en un órgano sexual monstruoso (la fuente). Un psicoanalista podría decir que el paisaje mostraba «tendencias homosexuales», pero no sacaré una conclusión antropomórfica tan grosera. Diré tan solo: «Estaba ahí»" (Smithson).


"Jamás se da un documento cultural sin que lo sea al mismo tiempo de la barbarie. Ninguna historia de la cultura ha dado cuenta de este estado fundamental de cosas y tampoco tiene perspectivas fáciles para poder hacerlo[...]El concepto de cultura comporta a su entender un rasgo fetichista en tanto cifra de hechuras a las que se considera independientes no del proceso de producción en el que surgieron, pero sí de aquel en el que perduran. La cultura le parece entonces algo cosificado. Su historia no sería nada más que el poso formado por momentos memorables a los que no ha rozado en la consciencia de los hombres ni una sola experiencia auténtica, esto es política" (Benjamin).


Túneles, tuberías, “sodomizan” a la naturaleza en los textos de Plinio y Smithson, claros antecedentes de la interpretación sexual en las relaciones con la tecnología, como en el Crash de Ballard, a través del choque, la penetración, la herida y la mutilación. Lejos de los viejos tópicos que veían esto como algo antinatural ahora aparece como una tarea consumada de humanismo. Y así no extraña, pues, luego volveremos sobre ello, que la Unesco declarara en 1997 a Las Médulas como Patrimonio de la Humanidad. Si el oro es un dudoso símbolo de la dignidad humana su explotación es la otra cara jánica de la humanidad: su indignidad. Es decir, una muestra acendrada de humanismo tecnológico. Dicho sea en sentido positivo.

En su página web la Unesco valora cómo “al cabo de dos siglos, la explotación se abandonó y el paisaje quedó devastado”. Abandono y devastación como criterios culturales a tener en cuenta. Era una explotación a cielo abierto la que emprendieron los romanos con mano de obra astur en el siglo I a C y abandonaron por falta de rentabilidad el III d C. Llama la atención que la amable y competente guía (también lo oí en Egipto a propósito de la construcción de las pirámides) insistiera en que no era un trabajo de esclavos provocando el comentario escéptico de alguno de los oyentes. Ahora bien, ¿debería este sensato escepticismo dar pie a reflexiones edificantes de la memoria histórica basadas en el capitalismo del malestar, tan de moda hoy día?, ¿sería el documento cultural de las Médulas un documento de barbarie?, y si es así ¿en qué sentido?



Smithson no lamenta en su documentado recorrido por Passaic el abandono, la inactividad de las máquinas y la contaminación de la naturaleza. Lo interpreta en clave geológica como un lugar de encuentro entre el remoto futuro y el remoto pasado en el que el ser humano, como el artista, es solo un agente natural creador de monumentos. También hay naufragios en tierra firme, también la naturaleza provoca desastres.

El texto de Benjamin sugiere que la cultura cosificada, convertida en historia como espectáculo de momentos memorables, olvida otro tipo de experiencia, la auténtica, olvida la “política”. Pero, ¿qué política?, ¿tiene algo que ver el ángel con esa “sodomía”?, ¿acaso no proviene también de ese paraíso desde el que sopla el viento huracanado del progreso que amontona ruinas futuras, aunque no necesariamente del futuro?

lunes, 6 de agosto de 2018

2. Plinio Smithson en Las Médulas. Lo sublime de la explotación.





“En realidad, el paisaje no era un paisaje, sino un «tipo de heliotipia particular» (Nabokov), una especie de mundo autodestructor de inmortalidad fallida y grandeza opresiva de tarjeta postal” (Un recorrido por los monumentos de Passaic, Nueva Jersey. Robert Smithson).


El filtro sonoro de Twin Peaks se sobrepone al visual idílico creando ese mundo extraño de las tarjetas turísticas de hace años en que la luz y los colores adquieren en el papel impreso un cierto aire fantasmal y onírico. Los bordes dentados de la postal sugieren la frágil armazón de un cuadro en que los tiempos ondulan y se mezclan. En el reverso dos textos, uno de Plinio el Viejo y otro de Robert Smithson. En ambos se repite una palabra para describir lo que ven: ruina. Ya sea la “ruina montium” o “ruins in reverse”. Un parecido sentimiento estético late en ellos, el de lo sublime, trazando un arco hasta hoy: de lo sublime de la explotación a la explotación de lo sublime.

Es Plinio el Viejo quien ha documentado en el libro XXXIII de su Historia natural lo sublime de la explotación como “ruina montium”. Plinio que, al parecer, debía echar un ojo como procurador para que el negocio de la extracción del oro, transporte y llegada a Roma se realizara sin contratiempos, no es condescendiente. Señala la dureza de la vida de los trabajadores haciendo pasadizos en las minas, guiados por la luz de las lucernas, cuya medida de aceite era la de su jornada, no viendo en meses la luz del día; aplastados por el desplome súbito de los túneles hasta tal punto, reflexiona, que hemos hecho los seres humanos más peligrosa la tierra que el mar. La narración de Plinio es la de un naufragio planificado (“ruina naturae” lo llama) de la naturaleza según el acreditado método de la "ruina montium" mediante avanzados procedimientos hidráulicos que explotan, en todos los sentidos, la montaña con explosiones causadas por la presión del agua canalizada desde las cumbres.

Llama la atención Plinio sobre la dureza de este trabajo horadando rocas, sacándolas en cestos, quizá el último trabajador pueda ver la luz del sol, pero no es más duro, apostilla, que “aquello que es más duro que todas las cosas, el hambre de oro”, la “auri fames”, en otros textos llamada “sacra fames”. No hay que saber mucho latín para apreciar la ambigüedad ese sentimiento contenido en el “sacra” y que acompaña de una u otra manera al sentimiento de lo sublime. Más expresivo que el posterior “sed de oro” que, en todo caso, quedaba a medias saciado en el proceso de lavado y estancado del agua y sus materiales en las “agogas”. La montaña queda partida en sucesivos partos provocados en los que se le va sacando el oro.

Plinio admira el proceso, estima (quizá un tanto exageradamente) el monto en libras del oro en sus resultados pero no deja de señalar el precio material y humano: excesivo. No lo ha dejado de lamentar a lo largo del tratado sobre los metales enumerando la evolución humana en el manejo de los mismos hasta desembocar en la “fiebre del oro” en términos más actuales. Y, sin embargo, quizá por eso, no puede por menos de describir fascinado ese “método” de explotación que “supera al trabajo de los Gigantes”. El momento culminante llega cuando

“La montaña, resquebrajada, se derrumba por si misma a lo largo con un estruendo que la mente humana no puede imaginar y con una explosión increíble.
Victoriosos contemplan el derrumbe de la Naturaleza”.

Tómense las descripciones de lo sublime en Burke y en Kant y sigan su ruta estética en las Médulas. Del primero su resumen de que no hay nada más sublime que el PODER, así, con mayúsculas. El poder sobre la naturaleza y los demás. En Kant la elevación como seres racionales que produce el sentimiento de lo sublime es la de un placer que tiene su génesis en un dolor, es la capacidad de sobreponerse a ese desbordamiento físico y de la imaginación por la naturaleza amenazante consiguiéndola dominar dentro y fuera de nosotros. No hay sentimiento de lo sublime sin poder, dominio, llevando consigo en lo sublime luminoso una sublimación y en lo oscuro la destrucción. Es el rostro jánico de lo sublime. En ambos casos se paga un precio, el de la propia humanidad. Un sentimiento inquietante, contradictorio, interesante. 



Plinio no tenía tan claro que esa “fames” trajera nada bueno, aunque cumplía su trabajo como funcionario del Imperio, Kant, el profesor de filosofía, sin embargo, no dudó en señalarla a ella, a la codicia, como motor del progreso humano en su visión lineal de la historia, esa que escribe la Providencia, llámese también Razón, Dios en todo caso, con líneas torcidas. Una extraña virtud ejemplar.

domingo, 5 de agosto de 2018

1. Twin Peaks en Las Médulas



Momento tardío de reposo después de una mañana intensa con visita guiada al circuito de las Médulas, subida al mirador de Orellán, descenso ajetreado al lago de Carucedo. Estoy acabando de comer en la agradable terraza del complejo Agoga con un entorno idílico: jardincito rústico recogido en pequeñas cercas de madera, flores y plantas que se entretejen con ellas, sonido monótono y saltarín de dos pequeñas fuentes, una con pececillos rojos nadando en círculo, césped bien cuidado, un airecillo que acaricia alejando el bochorno del mediodía, cantos de pájaros, sonido envolvente, familiar, tranquilizador, de animadas conversaciones en una sobremesa que prolongan, algunos se demoran y amodorran con los chupitos de avellanas. Levantando la vista, al fondo, arriba, sobre los árboles una de las médulas, junto a ella otro símbolo de la placidez de los días al aire libre, la estela de un avión a reacción, bien definida como una flecha hacia su blanco y tan natural como las pequeñas nubecillas que se deshilachan en el cielo a su alrededor. 


Y de pronto, antes no había prestado atención a ese ruido, emerge del hilo musical el tema de Twin Peaks. Los bajos sostenidos arrojan un velo de irrealidad sobre la naturaleza luminosa. Es como si el filtro sonoro matizara la imagen visual. Y todo lo visto, oído, leído, sentido hace unas horas vuelve a desfilar como en una película de imágenes complejas. Es el momento de los sentimientos ambiguos.


viernes, 20 de julio de 2018

intervalo



"Dejad de contaros cuentos. Este mundo está jodido. El que hemos conocido. Todo eso de lo que habláis ya se ha acabado. Los subnormales que campan a sus anchas exigiendo la vuelta a las misas en latín, la lapidación de las putas y el restablecimiento del servicio militar… todo eso se acabó. Se aferran a un mundo que ha desaparecido. Dejad de decir que ayer era mejor, y que mañana será peor. Estamos en el intervalo. Hay que aprovechar. Mañana habrá que rehacerlo todo.»
  Se ha acostumbrado a escuchar este tipo de discursos en el desayuno" .
(Virginie Despentes. Vernon Subutex 2)






miércoles, 18 de julio de 2018

sábado, 14 de julio de 2018

sábado, 30 de junio de 2018

viernes, 15 de junio de 2018

viernes, 8 de junio de 2018

belleza inteligente


La belleza admirable viene de los griegos, la belleza amable de la posmodernidad, faltaba la belleza inteligente que viene…de las clínicas de estética.  

Todas ellas tienen un componente identitario: la primera con los ideales, la segunda con su nostalgia desencantada, la tercera con una mezcla de ambas: es la publicidad. No directa, sino ambigua, incluso inversa, contradicctoria, interesante. 

El gigantesco anuncio que se contempla en la Gran Vía madrileña tiene, al menos, un doble mensaje: visual, oferta corporeizada de un ideal de mujer (tipo choni), textual, negación de ello en nombre de la inteligencia. La vulgaridad de la imagen queda neutralizada por un texto que no se corresponde, o sí. La imagen dice una cosa, el texto otra. Son los dobles discursos, a ser posible contradictorios, sobre los que se asienta la publicidad y la propaganda política eficaces. La estética tradicional y la hermenéutica casposa están ahí para soldarlos. La estética como el arte de dar trascendencia a lo intrascendente y la hermenéutica como el arte de hacer decir a cualquiera o a cualquier cosa lo que queremos que diga sin tenerlo en cuenta, citándolo por supuesto. Esto, en el caso de las imágenes, es lo habitual. 

Por si no ha quedado claro se recomienda acudir a la página web de las clínicas donde lo que se publicita no es lo que muestra y dice el cartel, a saber, aumento de pecho por 75 euros al mes, una vulgaridad, junto a una imagen cosificada de mujer, políticamente incorrecta, sino todo lo contrario, un alegato a favor del feminismo y beyond...porque el actual no es demasiado radical y se queda corto. 



La página web no tiene desperdicio y es una buena muestra de la estetización (manipulación emocional) imperante: apropiación del feminismo, por si acaso llueven las críticas, mencionando una brecha de género que ellos han cerrado con creces en sus clínicas. Lo que en realidad pretenden, y les ha llevado a ser líderes nacionales, es la creación de una nueva identidad: LA MUJER DORSIA: "Para nosotros esto es belleza inteligente, y no pasa por operarse, pero si por sentirse bien y tomar las decisiones que considere para ello. Mi mundo, mi cuerpo, mi decisión. Nadie más tiene ese derecho". Después de esto vean con otros ojos, es decir, miren el anuncio: es una anunciación, no te venden un producto sino que te regalan una vida mejor ¿O es todo lo contrario? ¿Las dos cosas? Ahora entra en juego la estética cognitiva.

jueves, 17 de mayo de 2018

ficciones de Salamanca























La capitalidad cultural europea de Salamanca en el 2002 y la conmemoración del VIII centenario de la Universidad en 2018 comparten un imaginario estético en algunas de sus ficciones más significativas: el barroco. Así la película Octavia (2002) de Basilio Martín Patino y la novela histórica El manuscrito de fuego (2018) de Luis García Jambrina. Una película de encargo, una novela de homenaje, tienen en común ser dos ficciones salmantinas de mirada crepuscular hacia el pasado, desgarrada la una, irónica y humorística a la postre la otra, ambas ambiguas, lo que las hace si cabe más interesantes. Amor y muerte se entremezclan en dos regresos cansinos a Salamanca, el de Rojas por motivos imperiales algo evanescentes y en razón de su antiguo oficio de pesquisidor para investigar un asesinato; el otro, un Maldonado, para asistir a un congreso de espías en la Universidad, es decir, de contrainteligencia, y ser golpeado por el suicidio de su nieta, Octavia. Mirada crepuscular hacia el pasado, ausencia de futuro en ambos casos. Retirada sesentera a la emboscadura en la nueva (no antigua) familia de Maldonado con su hija todavía niña, de Rojas con un Alonso Jambrina, más talludo, adoptado.

El particular memento barroco hispánico tiene una querencia, más que por el oro retorcido de las columnas salomónicas con las uvas de la alegría de vivir, habitual en otros países, por el pudridero de las relaciones humanas cuyas intrigas terminan en el osario festoneado con las leyendas que advierten de la inutilidad de las mismas. Su éxito parece más bien escaso. Tanto Octavia como El manuscrito de fuego son dos ajustes barrocos de cuentas. Tomada esta última palabra en el sentido humanista, como apuntaba Hobbes: “Los latinos daban a las cuentas el nombre de rationes, y al contar ratiocinatio”. En el caso de Patino la voz en off desgrana una argumentación en forma de memoria icónica y sentimental, poliestética, de colores verdes claros en la hierba de la dehesa, el olor a la madera en las encinas, de una niñez recuperada y una juventud que no acepta la culpa familiar: “yo elegí respetarlos desapareciendo”. El regreso es así en ambos, el espía y el pesquisidor, una crónica de la desaparición, de antes, de ahora. Queda aparcada la respuesta a la pregunta de Octavia, la estudiante universitaria, “¿Qué es lo que queréis de mí?”, antes de su drástica desaparición porque no puede más, no consigue respetarlos. Su abuelo cuenta el terrible tormento otomano de encadenar un vivo a un muerto de por vida y reflexiona que Octavia “pudo por fin desatarse” de una genealogía.

La novela culmina destacando la irónica ambigüedad de la Fachada Rica convertida en símbolo de la Universidad y que nace, en realidad, para compensar una deficiencia arquitectónica, convirtiéndose en un bosque de símbolos de incierta interpretación. El medallón del bufón, obra del despecho palaciego y de la intriga política universitaria preside todo, invisible allí donde todos los ven. La fachada acaba siendo un texto vital de los dobles discursos renacentistas: el bufón que se ríe arriba de la defensa del imperio que se hace abajo. Jambrina ha hecho una lectura posmoderna de la modernidad salmantina. A diferencia de la película de Patino ha gustado a todos.