"Falta por escribir la tragedia de la banalidad
producida por circunstancias normales que la vuelven por ello todavía más
inevitable”. Así acababa Houellebecq su ensayo sobre Schopenhauer y el
resultado bien podría ser su novela Serotonina.
En ella se narra en primera persona “mi camino hacia la aniquilación”. Un
camino propio de seres intermedios, “yo no era muy útil pero tampoco era
nefasto”. Un trayecto repleto de “movimientos en falso” conducentes a una
aniquilación que todavía está por ver/leer. Al final de la novela al
protagonista todavía le quedan algo más de 200.000 euros que pulir de la herencia
familiar. Calcula que haciendo pequeñas economías para mantener sus vicios
todavía puede aguantar diez años. Con la ayuda del Captorix que le regule la serotonina,
algo que aparezca para controlar el inesperado cortisol y, sobre todo, sus
favoritos, la botella de Gran Mendoza si veranea en España y el Grand Marnier
si hiberna en París, con todo eso, aunque se sienta “una mierda a la deriva” con
sobrepeso, podrá ir tirando con tiradas de ejemplares cada vez más grandes. Y
hacer frente al problema que desencadena la depresión en los personajes de sus
novelas: cómo sobrevivir a la Nochebuena y Nochevieja sin caer en la trampa de
la familia feliz pero tampoco en el extraño complejo de culpabilidad de la
soledad no buscada precisamente en esas fechas.
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