Parece ser
un destino de la estética el tener que estar siempre ligada a los populismos, es
decir, a los significantes vacíos, pero de una gran carga emocional capaces de
conmover, de mover a la gente a hacer algo. Cuando una delegación de eximios
humanistas alemanes, autores de ediciones y monografías sobre clásicos
grecolatinos de las que se han alimentado generaciones, ofreció sus servicios a
Goebbels para fabricar el Humanismo del Tercer Reich, éste declino la oferta por
considerarla inoportuna con la observación de que las palabras se discuten,
pero los símbolos se siguen. Sin embargo, la estética clásica, ya sea desde las
presuntas “ideas estéticas” en sus orígenes a su nacimiento como disciplina en
la modernidad y hasta hoy mismo, ha sido una suministradora incansable y sufrida
de metáforas y símbolos religiosos, éticos, políticos, económicos, publicitarios, en nombre
de un difuso humanismo buenista. No detuvo este proceso la ruptura
de los trascendentales, de la interesada unión de lo verdadero, bueno y bello,
tampoco el surgimiento de los “artes ya no bellos”, siendo utilizado este giro con
fruición por el marketing inverso. La
estética sirve para un cosido (esto puede ser ético y legal, pero no es
estético) y un descosido (es solo estética, postureo). Su mayor desgracia tiene
un nombre en el que se condensan todos los populismos y esteticismos de la
manipulación emocional, ya sea en el ámbito teórico o práctico: ejemplaridad. Es la muerte de éxito.
Pero no
quisiera detenerme en estas reflexiones veraniegas sobre las derivas de la
estética clásica sino, más bien, en tratar de esbozar dos apuntes melancólicos sobre
los avatares de la “nueva estética”, de cómo la pobre ha tenido que legitimar
dos bastardos teóricos, dos significantes vacíos, uno en el siglo XX, la posmodernidad,
devenida condición posmoderna, y otro en el siglo XXI, lo Posdigital, mutado en
la condición posdigital. Me detendré especialmente en este último. A la vuelta del verano las universidades, para asegurarse la presencia, ofrecen una presencia segura, aunque bien pensado, ¿hay algo más seguro que la condición posdigital contra el coronavirus?
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