viernes, 17 de julio de 2020

3. Estética de verano

No fue el inventor, pero sí que popularizó el término posmoderno, Jencks con su libro El lenguaje de la arquitectura posmoderna. Si la posmodernidad resultaba complicada de definir sin embargo no era difícil percibir la diferencia entre el “menos es más” de los rascacielos de Mies van der Rohe y el “menos es aburrido” de las Vegas de Venturi. En literatura la crítica a los grandes relatos del Yo con mayúscula dio paso a los microrrelatos del yo con minúscula, a la autoficción. Ha sido y sigue siendo una literatura para literatos y académicos, generalmente muy bien escrita, heredera de la ironía y tendencia hermenéutica romántica y entusiasta de la cita y la apropiación. No menciono el caso de la filosofía pues llegó tarde dando lugar, al menos en Europa, a una de las disputas más estériles sobre el fin de la modernidad. Pero donde alcanzó quizá su mayor proyección a todos los públicos fue en el terrero audiovisual, especialmente en el cine. Y es ahí, de la mano de excelentes libros en los que se inspira más que versiona, donde se impone un imaginario estético cuyo vocabulario servirá para denominar actividades de las nuevas tecnologías emergentes, por más que estas acaben yendo en otras direcciones de la vida cotidiana. En la mente de todos están palabras efímeras como ciberespacio, cyborg, tiempo real, democracia digital, ciudadanía digital. El gurú Negroponte será uno de los abanderados de ese imaginario de la digitalización de la existencia con el título de un libro que definirá esa nueva “condición”, Ser digital. Luego, como tantos otros, como Sherry Turkle (La vida en la pantalla) mutará por cambio de negocio, poniéndose a la cabeza de otra nueva “condición”. 

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