Una de las
mejores maneras de demostrar algo es mostrarlo cuando se trata de imágenes. Sin
perder de vista el nexo de estas entradas, la genealogía de lo Postdigital en
lo posdigital, quisiera hacer una referencia a lo que me ha parecido como los American
Graffiti de lo Postdigital: la serie Upload estrenada en mayo de
2020. Cumple a rajatabla la regla no escrita en estética de las nuevas
tecnologías desde los años 80 del siglo pasado: no se innova casi nada, pero se
recicla todo. Así en las prácticas como en la teoría. De la second life
a la afterlife y vuelta, de lo Postdigital que va en pos de (buscando)
lo digital, otro retrofuturo.
Lo propio de
las estéticas del reciclaje no son los ingredientes sino los aderezos, que se
repita hasta el aburrimiento el tópico, pero no los efectos especiales. Es puro
tecnorromanticismo ochentero basado en su tradición platónica: el placer que
genera el supuesto conocer algo nuevo en el reconocer lo antiguo. Así las citas
recurrentes de pensadores de otras épocas en los libros sobre tecnologías
audiovisuales, vengan o no a cuento. Generalmente no, borroso retropresente. Así
series mediocres pero efectistas como Black Mirror y Westwordl, a
la postre aburridas cuando se empeñan en soltar píldoras metafísicas
trasnochadas, por otra parte, requisito indispensable en este tipo de
producciones. Dan una pátina de profundidad a la simpleza de los planteamientos.
Se puede argüir que solo se trata de entretenimiento, pero no funciona así, ya
que han condicionado los imaginarios estéticos de las prácticas ciudadanas en
nuevas tecnologías que hace tiempo van por otro lado. Lo binario dialéctico
tiene ahora una salida irónica edificante.