jueves, 4 de enero de 2024

Cerrar los ojos 3.

 


Si Julio Arenas, actor, estaba desesperado por el declive, no como actor, sino como hombre al que ya no le hacían caso las jóvenes, este Gardel encarna, no tanto, la falta de memoria, sino, a diferencia de los planteamientos en otras películas, el nulo deseo de tenerla, ni tampoco de establecer nuevas relaciones con los que le rodean. Otra vez, la imagen jánica de perfil, fuera de la dialéctica memoria y amnesia. Para ser feliz no le basta con no reconocer a los otros, estar solo, sino que es necesario no tener conciencia de nadie. Este término, conciencia, percepción de sí mismo y de los otros, es lo que utilizan los neurólogos para saber el estado del paciente. Solo que en este caso no es signo de alienación o enfermedad, sino de vacío elegido. No hay un reconocer en su pleno sentido: no saber y no aceptar tampoco. Mira la fotografía y dice: “Ese no soy yo y ese otro tampoco eres tú. No soy yo”. En El teatro de marionetas Kleist recomendaba volver a comer del árbol del conocimiento para deshacer el hechizo de la conciencia, volviendo a hacer el viaje inverso, es decir, hacia el paraíso: de la inconsciencia se va a la conciencia y de esta a la inconsciencia. La conciencia es atributo de lo humano, la inconsciencia de lo divino, de la vida en el paraíso. 

Escuchamos en la película otra de las frases oraculares: “una persona no es solo memoria, es sentimiento, sensibilidad”. Hay mucho de esto en las películas de Erice, quizá más que el elemento conceptual al que pueden dar pie los diálogos. Ha subrayado el componente de misterio subyacente a todas ellas. Cierto, pero se trata de un misterio nada enigmático y tampoco misterioso, más bien al estilo de los románticos: ser capaz de asombrarse de lo cotidiano. Pero no solo de manera contemplativa, ya que el romanticismo es un verbo. Decía Novalis que romantizar es introducir el misterio en lo cotidiano. Y es entonces cuando el sentimiento conoce, es un modo de conocimiento, no solo el concepto. El cine, este cine, es una forma de romantizar lo cotidiano, de conocerlo, de saber, en el sentido de degustarlo. Y el ritmo lo marcan los fundidos en negro, marca de la casa.


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