Hay un homenaje, un
lamento y una despedida. Homenaje al cine de Dreyer, de Ray, de Hawks, con canción
incluida, algo habitual desde la Nouvelle vague; un lamento por la
perdida de lo fotoquímico (“la imagen se ha ido a tomar por saco”, dice Max)
que ya le oímos a Herzog o a Wenders; una despedida porque se imponen los
nuevos soportes digitales, aunque él mismo los usa ahora, al igual que los
otros directores, por más baratos, manejables y que dan más independencia; una despedida a
las salas de cine de los pequeños pueblos en particular y de cine en general.
Se entiende perfectamente
todo esto en el contexto de la generación a la que pertenece Erice. En el doble
sentido de la teoría y de la experiencia. Y aquí la influencia de Bazin es total.
La idea de que el cine es una “momificación del cambio”, una detención del
tiempo; o, más apropiada todavía: “el cine sustituye nuestra mirada por un
mundo más en armonía con nuestros deseos”. Esto último es la experiencia de nuestra
generación en las salas de cine con programa doble, absortos en la
contemplación de una pantalla como puerta a otro mundo distinto del gris de la
dictadura. Eso se ha acabado, ya no es así. Buena parte del cine ya no es de
identificar e identificarse, de vivencias, sino de distancias. Y, desde luego,
no detiene el tiempo, sino que lo deja correr, como la vida misma.
La experiencia ha variado y el cine no ha muerto. A partir de los años setenta del siglo pasado se oye la queja (Pasolini escribió sobre ello) de que el espectador había sido sustituido por el consumidor, siendo el capitalismo la nueva cara de las viejas dictaduras. Una simplificación. Hay experiencias para todos, para los que disfrutamos del exceso autorreferencial de esta película y de los guiños al cine de las nuevas olas (clásico ahora) oficiado entonces en las salas, grutas, de arte y ensayo y para los que todo esto les deja, más bien, fríos al ser de generaciones distintas. A otros no, a pesar de ello. Pero, en todo caso, es innegable la pervivencia de una cinefilia bajo experiencias y soportes distintos.
De hecho, esta película no se puede apreciar
debidamente en salas de cine. No solo por su larga duración, sino que, por analogía misma con la pintura que suele destacar Erice, es preciso, no que el cine detenga al
tiempo, sino que la vida detenga al cine, pare de vez en cuando la narración
para apreciar los diálogos y, sobre todo, disfrute de las imágenes a sorbos,
embebiéndolas en el clic del ordenador, creando una iconoteca, una experiencia también háptica como la
del póster anunciador de la película.
No hay comentarios:
Publicar un comentario