“- Sí. Es fantástico.-
-Nunca nadie me había dicho eso del interior de mi cuerpo hasta este momento.
-Debería haber concursos de belleza para el interior de los cuerpos. El mejor bazo, los riñones más perfectamente desarrollados. ¿Por qué no tenemos patrones de belleza para todo el cuerpo, por dentro y por fuera?
- Creo que usted los tiene."
Este es un fragmento del diálogo que mantiene uno de los dos ginecólogos (personajes gemelos) con su paciente en la película de Cronenberg, Inseparables. Una rara malformación interna despierta su entusiasmo y, en consonancia, la admirada respuesta de la mujer que, como en Las afinidades electivas de Goethe, acabará interponiéndose fatalmente entre ambos. En la retina quedan las escenas finales en que el fotograma pictórico evoca la composición y la belleza trágica de la Pietà de Miguel Ángel.
En la mitología se habla de los "dioses gemelos", que no podían existir el uno sin el otro. En la película, los gemelos entran en un proceso de autodestrucción al separarse. En el romanticismo negro se quedan fascinados con estas figuras del yo escindido en las dos mitades de sí mismo, la luminosa y la oscura. No sólo hacen imposible la construcción idealista del yo como identidad unitaria, sino que desmienten la afirmación de Don Quijote, que hizo vibrar al primer romanticismo (y también a Unamuno): "yo sé quién soy".
La mirada del médico descubre una belleza interna diferente de la expuesta en el post sobre el libro de Wagensberg. Es la belleza de la anomalía, próxima a la enfermedad, bien distinta del orden y armonía interior, propia de la tradición occidental, y orientada hacia el ideal de la salud. Aquí la apariencia bella no es sino el símbolo o trasunto de la belleza espiritual, de la hermosura del alma, lo verdaderamente real.
Y, sin embargo
Al tomar a lo bello, físico, como símbolo de lo moral, estamos ante una de las mayores falsificaciones de la cultura occidental. La historia de la idea de belleza (pues de idea se trata) es el índice de la hipocresía idealista que subyace a ella. En épocas recientes sirvió para la propaganda política de los totalitarismos y sigue siendo la piedra básica de la publicidad de mercado. La belleza sirve para vender ideas y productos éticos, políticos, religiosos, económicos…
Sabemos todo esto y, sin embargo, como decía Schiller, los ojos reclaman belleza ¿Por qué será?. Quizá porque se ha escrito la historia de la belleza admirable, pero falta todavía la de la belleza amable.
Todo se queda en la superficie, pero hipócritamente no quiere pasar por superficial. Aceptamos la belleza física exterior del cuerpo, pero su belleza interior tiene que ser espiritual, no física. La tradición platónico-cristiana ha privilegiado la palabra sobre la imagen y despreciado el cuerpo, a menos que su envoltura sirva para negar su contenido. Aunque lo apreciemos por fuera, sentimos vergüenza de él por dentro. Máxime cuando llama inoportunamente a la puerta con ruidos involuntarios.
La auténtica desnudez, la que nos averguenza, no parece estar tanto en la exhibición de lo que llamaban las partes pudendas, no en la piel, sino en la carne. La gente abre su interior, pero no abre su cuerpo. Es el miedo más recóndito a nosotros mismos, a las zonas oscuras del yo.
Hay un territorio al que no llegan los ojos, al menos los ojos de la mayoría, y es el del interior del cuerpo. Allí parece reinar otro orden y otra lógica. No lo conocemos y, cuando aparece, lo hace como disfunción y enfermedad que nos la tratan otros.
Algunos avispados se ofrecen a mostrarnos sus secretos y a eso le llaman arte.