https://elpais.com/elpais/2018/10/18/opinion/1539881021_551338.html
viernes, 19 de octubre de 2018
martes, 2 de octubre de 2018
sábado, 29 de septiembre de 2018
sábado, 15 de septiembre de 2018
miércoles, 12 de septiembre de 2018
una tesis doctoral
Hoy hemos asistido en la sesión de control al gobierno en el
Congreso de los Diputados a uno de los episodios más tristes de la vida
política. La noticia estrella no ha sido el debate en torno al separatismo
catalán, la desaceleración económica o cualquiera de los graves problemas que
preocupan a los ciudadanos sino la tesis doctoral del presidente Sánchez. Como
siempre la estrategia ha sido la del postureo y la guerra de desgaste: si no la
presenta malo y si lo hace peor; trato de favor o plagio, a escoger, sin que
sean excluyentes. Acababa de dimitir la ministra Montón y el líder del PP, Pablo
Casado, repetía que él no había sido, que su caso era distinto.
Un alma bella celebraría que, por fin, se ocuparan de la
Universidad. Nada más lejos. La realidad es que la clase política (pace Machado) envuelta en los andrajos de
la mediocridad desprecia lo que ignora, es decir, ignora la excelencia en la
Universidad y se beneficia de sus miserias. Esta vez no toca la endogamia, sin
embargo a los políticos (también a otros) les pone ponerse como profesores de
universidad para escarnio de los asociados esclavos. Esta vez son los títulos,
esas plumas devaluadas que no pueden faltar en sus fantasiosos currículos.
Lo que se critica ahora no son tanto los contenidos como los
procedimientos, el haberse beneficiado de una fórmula excesivamente abreviada,
el no haber pagado el peaje correspondiente en tiempo y forma, como dice el
lenguaje múrido burocrático. Así el presidente habría destino solo dos años y
nueve meses a la tesis en vez de los seis años habituales, cifra que en
términos de plazos académicos no es correcta, a partir de los tres hay que
pedir prórrogas.
Da igual, semejante
estajanovismo (compaginando labores absorbentes de intriga política) debería ser
bienvenido si tenemos en cuenta que informes publicados este mismo año alertan
del peligro para la salud mental de la realización de tesis doctorales (https://elpais.com/elpais/2018/03/15/ciencia/1521113964_993420.html).
Y en cuanto a la garantía que certifique la idoneidad de las mismas, qué
quieren que les diga. Les cuento el procedimiento y seguro que al más humilde
ciudadano se le ocurre el remedio.
El tribunal que ha de juzgar la tesis y calificarla se
propone a sugerencia del doctorando (tómese como genérico), se oficializa en escrito
por decisión última del director de la misma, siendo aprobado por el
Departamento y Comisión de Doctorado correspondiente en el Rectorado,
generalmente sin modificaciones, una vez comprobada la idoneidad formal (sexenios,
publicaciones etc.,) de los miembros y la paridad de género. En tiempos de la
para unos gloriosa y otros execrable Transición era de buen tono (al menos en
Humanidades) que el tribunal no se leyera la tesis, limitándose su intervención
a tan breves como inútiles consejos sobre los aspectos más peregrinos de la
vida ante la estupefacción del candidato. Lo importante era la comida
posterior, terror de bolsillos y alegría de restaurantes.
Ahora, víctima de los recortes, desmotivado, humillado por
la Aneca, necesitado de desahogarse, el profesor que se sube a una tarima habla
interminablemente, no sobre la tesis que se ha hecho sino sobre la que se podía
haber hecho, en extrañas asociaciones sin rumbo fijo, ante la perplejidad del
que ha dedicado varios años de su vida a la investigación del tema y promete
tenerlas en cuenta para una futura publicación cuando al fin de la tormenta
llega su confusa réplica. No falta el que refuerza la seriedad del examen con
la exhaustiva enumeración de las erratas ortográficas que la impericia o la
mala jugada del corrector de Windows ha propiciado. Tampoco puede faltar una
referencia a la bibliografía y las citas a pie de página, lo primero que se
lee. El límite de tan tediosas intervenciones sigue siendo la inmediatez del
horario de la comida. Eso no se perdona.
En vista del procedimiento comprenderán, dadas las
afinidades electivas (no precisamente las de Goethe), que los resultados son
bastante predecibles.
Estas son algunas de las miserias antes anunciadas. Pero señalar vicios de procedimiento endogámico en su juicio no empaña la excelencia en la realización de tantas tesis y de tribunales que pierden dinero asistiendo a ellas y se las leen y preparan a fondo. Solo que si funcionara mejor la legalidad no haría falta apelar a la ejemplaridad, con tan dudosos resultados.
Estas son algunas de las miserias antes anunciadas. Pero señalar vicios de procedimiento endogámico en su juicio no empaña la excelencia en la realización de tantas tesis y de tribunales que pierden dinero asistiendo a ellas y se las leen y preparan a fondo. Solo que si funcionara mejor la legalidad no haría falta apelar a la ejemplaridad, con tan dudosos resultados.
miércoles, 5 de septiembre de 2018
ensayos de minima inmoralia
Este libro es una cosmogonía posmoderna del mito como
chismorreo en la época, ya analizada en otros libros suyos, del capitalismo
emocional (¿hay otro?); de Ra a Blade
Runner, de las lágrimas de Isis a esas lágrimas que se deslizan en el tobogán
de las temblorosas columnas digitales. El libro, una “cosmicómica" en palabras
del autor, es la argumentación asociativa de la liana sobre vacíos de
identidad.
El mito deviene chisme y el chisme está ya en el mito. Las
Erinnias de la Orestíada persiguen al
tuitero en forma de trolls más deseados que temidos. Todo el libro merece la
pena por la página 70, por la revisión del mito de Narciso que lleva como
conclusión a un nuevo imperativo para el narcisista self surfing: “Mírate: desconócete a ti mismo”.
Dice La Biblia que
se juzgará al final por lo hecho mientras que en El libro de los muertos por lo no hecho; a lo primero lo llaman
confesión positiva, a lo segundo confesión negativa; los cristianos posmodernos
sufren por la insoportable levedad del ser mientras que los egipcios
premodernos estaban encantados con la soportable levedad de ser; a diferencia
de los otros el corazón era contrapesado con una pluma y solo perdían el juicio
los pesados. Otros tiempos, ahora lo hacen perder.
Este libro es una soberbia muestra de ingenio, es decir,
humor enhebrado con la inteligencia de la observación aguda y el tejido sutil
de la reflexión sobre los matices del presente. Todo está en juego en esta
voluntad de lucidez. Ya en obras anteriores, en el libro de ahora, Eloy
Fernández Porta ha demostrado que es posible en y para el siglo XXI un tipo de ensayo
diferente, entendido como ejercicios de minima
inmoralia sobre las variadas producciones del homo sampler.
martes, 4 de septiembre de 2018
martes, 28 de agosto de 2018
lunes, 13 de agosto de 2018
4. La explotación compleja de lo sublime tecnológico en Las Médulas
“Ese panorama cero parecía contener ruinas
al revés, es decir, toda la construcción nueva que finalmente se
construiría. Esto es lo contrario de la «ruina romántica», porque los edificios
no caen en ruinas después de haber sido construidos sino que crecen hasta la
ruina conforme son erigidos. Esta mise-en-scene
antirromántica sugiere la idea desacreditada del tiempo y muchas otras cosas
«pasadas de moda». […]
Passaic parece estar lleno de «agujeros» en comparación con la ciudad de
Nueva York, que parece compacta y sólida, y esos agujeros son, en cierto
sentido, los vacíos monumentales que definen, sin pretenderlo, los vestigios de
la memoria de un juego de futuros abandonado.[…]
Esta fotografía se encuentra en la página oficial de la
Unesco. La precede la siguiente descripción: “En el siglo I d.C., el poder
imperial romano empezó a explotar el yacimiento aurífero de este sitio del
noroeste de España recurriendo a una técnica basada en la fuerza hidráulica. Al
cabo de dos siglos, la explotación se abandonó y el paisaje quedó devastado.
Debido a la ausencia de actividades industriales posteriores, las
espectaculares huellas del uso de la antigua tecnología romana son visibles por
doquier, tanto en las pendientes montañosas desnudas como en las zonas de
vertido de escorias, que hoy están cultivadas”.
Entre los 10 criterios que maneja la Unesco, naturales y
culturales, para declarar un bien Patrimonio de la Humanidad son los 4 primeros, culturales, los que han sido utilizados para tomar la decisión. En todos ellos la
candidatura que se presenta tiene que ser “excepcional”, un ejemplo
sobresaliente que no tiene por qué ser ejemplar. A menos que se rescate esta
palabra con toda la riqueza de la ambigüedad que le corresponde.
Así el
criterio primero: “representa una obra maestra del genio creativo humano”. Pero,
quizá, el que mejor se le adecua es el criterio 5 no aducido: “ser un ejemplo
excepcional de una tradición de asentamiento humano, utilización del mar o de
la tierra, que sea representativa de una cultura (o culturas), o de la
interacción humana con el medio ambiente, especialmente cuando éste se vuelva
vulnerable frente al impacto de cambios irreversibles”. Es la descripción de lo
sublime tecnológico que va más allá de la consideración tradicional de lo
sublime natural. Es lo sublime tecnorromántico.
Lo ejemplar se refiere aquí a lo excepcional y esto a lo
espectacular, a su carácter de espectáculo organizado, lo que implica una conservación y gestión. Si Plinio hablaba de la maldita hambre del oro, de cómo el
descubrir el oro fue la pérdida de la humanidad, en términos éticos, si el Angelus Novus de Paul Klee lamenta las
ruinas del progreso en interpretación de Benjamin, no sucede lo mismo con
Smithson quien ve lo inevitable de la explotación minera a la vez que el
inconveniente de los residuos siendo aconsejable la intervención artística para
crear un paisaje cultural estético.
Lo natural y lo artificial se funden,
confunden, creando ese paisaje cultural en el que un futuro abandonado es un
pasado recuperado. Los criterios de la Unesco no aluden a políticas
situacionistas simples, tampoco a políticas dialécticas edificantes sino a políticas
ciudadanas complejas entre las que se incluyen la conservación y gestión del
bien cultural.
Esa recuperación significa la posibilidad de la construcción
de un futuro en una complejidad que reúne como en un puzle todos los elementos
anteriores. Lejos del determinismo tecnológico, como del antropocentrismo, el
humanismo tecnológico cree que el futuro humano está en las manos humanas, que todo
depende de nosotros, frente a la irresponsabilidad edificante de las
concepciones anteriores. En términos de Smithson los restos de los antiguos
castaños introducidos por los romanos como alimentación energética de los
trabajadores astures parecen decir: “si el futuro está «pasado de moda» y
«anticuado», entonces yo había estado en el futuro”.
Pero también hay otros futuros,
algunos son “ruinas al revés” que echan brotes, futuros no previstos, construyen
el monumento desde la ruina y ya no son entrópicos posmodernos sino modernos
ciudadanos para vivir en, con y de ellos. Y en ese sentido Las Médulas no son
solo el espectáculo de un pasado abandonado sino de un futuro recuperado en el
abandono de ese pasado. Merece la pena estar ahí.
miércoles, 8 de agosto de 2018
3. Las Médulas o el paisaje cultural de la devastación.
"La gran tubería estaba conectada de algún modo enigmático
con la fuente infernal. Era como si la tubería estuviera sodomizando
secretamente algún orificio tecnológico oculto, y causando un orgasmo en un
órgano sexual monstruoso (la fuente). Un psicoanalista podría decir que el
paisaje mostraba «tendencias homosexuales», pero no sacaré una conclusión
antropomórfica tan grosera. Diré tan solo: «Estaba ahí»" (Smithson).
Túneles, tuberías, “sodomizan” a la naturaleza en los
textos de Plinio y Smithson, claros antecedentes de la interpretación sexual en las
relaciones con la tecnología, como en el Crash
de Ballard, a través del choque, la penetración, la herida y la mutilación.
Lejos de los viejos tópicos que veían esto como algo antinatural ahora aparece
como una tarea consumada de humanismo. Y así no extraña, pues, luego volveremos
sobre ello, que la Unesco declarara en 1997 a Las Médulas como Patrimonio de la
Humanidad. Si el oro es un dudoso símbolo de la dignidad humana su explotación
es la otra cara jánica de la humanidad: su indignidad. Es decir, una muestra
acendrada de humanismo tecnológico. Dicho sea en sentido positivo.
En su página web la Unesco valora cómo “al cabo de dos
siglos, la explotación se abandonó y el paisaje quedó devastado”. Abandono y devastación como criterios culturales a tener en cuenta. Era una
explotación a cielo abierto la que emprendieron los romanos con mano de obra
astur en el siglo I a C y abandonaron por falta de rentabilidad el III d C.
Llama la atención que la amable y competente guía (también lo oí en Egipto a propósito
de la construcción de las pirámides) insistiera en que no era un trabajo de
esclavos provocando el comentario escéptico de alguno de los oyentes. Ahora
bien, ¿debería este sensato escepticismo dar pie a reflexiones edificantes de la memoria histórica
basadas en el capitalismo del malestar, tan de moda hoy día?, ¿sería el documento cultural de las Médulas un
documento de barbarie?, y si es así ¿en
qué sentido?
Smithson no lamenta en su documentado recorrido por Passaic el
abandono, la inactividad de las máquinas y la contaminación de la naturaleza.
Lo interpreta en clave geológica como un lugar de encuentro entre el remoto
futuro y el remoto pasado en el que el ser humano, como el artista, es solo un
agente natural creador de monumentos. También hay naufragios en tierra firme,
también la naturaleza provoca desastres.
El texto de Benjamin sugiere que la cultura cosificada,
convertida en historia como espectáculo de momentos memorables, olvida otro
tipo de experiencia, la auténtica, olvida la “política”. Pero, ¿qué política?, ¿tiene
algo que ver el ángel con esa “sodomía”?, ¿acaso no proviene también de ese
paraíso desde el que sopla el viento huracanado del progreso que amontona
ruinas futuras, aunque no necesariamente del futuro?
lunes, 6 de agosto de 2018
2. Plinio Smithson en Las Médulas. Lo sublime de la explotación.
“En realidad, el paisaje no era un
paisaje, sino un «tipo de heliotipia particular» (Nabokov), una especie de
mundo autodestructor de inmortalidad fallida y grandeza opresiva de tarjeta
postal” (Un recorrido por los monumentos
de Passaic, Nueva Jersey. Robert Smithson).
El filtro sonoro de Twin Peaks se sobrepone al visual idílico
creando ese mundo extraño de las tarjetas turísticas de hace años en que la luz
y los colores adquieren en el papel impreso un cierto aire fantasmal y onírico.
Los bordes dentados de la postal sugieren la frágil armazón de un cuadro en que
los tiempos ondulan y se mezclan. En el reverso dos textos, uno de Plinio el Viejo
y otro de Robert Smithson. En ambos se repite una palabra para describir lo que
ven: ruina. Ya sea la “ruina montium” o “ruins in reverse”. Un parecido
sentimiento estético late en ellos, el de lo sublime, trazando un arco
hasta hoy: de lo sublime de la explotación a la explotación de lo sublime.
Es Plinio el Viejo quien ha documentado en el libro XXXIII
de su Historia natural lo sublime de
la explotación como “ruina montium”. Plinio que, al parecer, debía echar un ojo
como procurador para que el negocio de la extracción del oro, transporte y
llegada a Roma se realizara sin contratiempos, no es condescendiente. Señala la
dureza de la vida de los trabajadores haciendo pasadizos en las minas, guiados
por la luz de las lucernas, cuya medida de aceite era la de su jornada, no
viendo en meses la luz del día; aplastados por el desplome súbito de los
túneles hasta tal punto, reflexiona, que hemos hecho los seres humanos más
peligrosa la tierra que el mar. La narración de Plinio es la de un naufragio
planificado (“ruina naturae” lo llama) de la naturaleza según el acreditado
método de la "ruina montium" mediante avanzados procedimientos hidráulicos que
explotan, en todos los sentidos, la montaña con explosiones causadas por la
presión del agua canalizada desde las cumbres.
Llama la atención Plinio sobre la dureza de este trabajo
horadando rocas, sacándolas en cestos, quizá el último trabajador pueda ver la
luz del sol, pero no es más duro, apostilla, que “aquello que es más duro que
todas las cosas, el hambre de oro”, la “auri fames”, en otros textos llamada
“sacra fames”. No hay que saber mucho latín para apreciar la ambigüedad ese
sentimiento contenido en el “sacra” y que acompaña de una u otra manera al
sentimiento de lo sublime. Más expresivo que el posterior “sed de oro” que, en
todo caso, quedaba a medias saciado en el proceso de lavado y estancado del
agua y sus materiales en las “agogas”. La montaña queda partida en sucesivos
partos provocados en los que se le va sacando el oro.
Plinio admira el proceso, estima (quizá un tanto exageradamente)
el monto en libras del oro en sus resultados pero no deja de señalar el precio
material y humano: excesivo. No lo ha dejado de lamentar a lo largo del tratado
sobre los metales enumerando la evolución humana en el manejo de los mismos hasta desembocar en la “fiebre del oro” en términos más actuales. Y, sin
embargo, quizá por eso, no puede por menos de describir fascinado ese “método” de
explotación que “supera al trabajo de los Gigantes”. El momento culminante
llega cuando
“La montaña, resquebrajada, se
derrumba por si misma a lo largo con un estruendo que la mente humana no puede
imaginar y con una explosión increíble.
Victoriosos contemplan el derrumbe
de la Naturaleza”.
Tómense las descripciones de lo sublime en Burke y en Kant y
sigan su ruta estética en las Médulas. Del primero su resumen de que no hay
nada más sublime que el PODER, así, con mayúsculas. El poder sobre la
naturaleza y los demás. En Kant la elevación como seres racionales que produce
el sentimiento de lo sublime es la de un placer que tiene su génesis en un
dolor, es la capacidad de sobreponerse a ese desbordamiento físico y de la
imaginación por la naturaleza amenazante consiguiéndola dominar dentro y fuera
de nosotros. No hay sentimiento de lo sublime sin poder, dominio, llevando consigo
en lo sublime luminoso una sublimación y en lo oscuro la destrucción. Es el
rostro jánico de lo sublime. En ambos casos se paga un precio, el de la propia
humanidad. Un sentimiento inquietante, contradictorio, interesante.
Plinio no
tenía tan claro que esa “fames” trajera nada bueno, aunque cumplía su trabajo
como funcionario del Imperio, Kant, el profesor de filosofía, sin embargo, no
dudó en señalarla a ella, a la codicia, como motor del progreso humano en su visión lineal de la historia,
esa que escribe la Providencia, llámese también Razón, Dios en todo caso, con líneas
torcidas. Una extraña virtud ejemplar.
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