Hace muchos años
se publicitó el “nuevo realismo”, es decir, el nuevo idealismo, pero sin las ideas
e ideales del antiguo, descafeinado. Tan solo ocurrencias de tertuliano filosófico
que adora las citas para llenar el vacío como buen posmoderno renegado. La
novela de Víctor Hugo ha sido clasificada como “realista”. Lo que viene a decir
que hay una intención moral y un apunte de denuncia social que despiertan la
compasión del lector. Algo es algo ¿Y la película? ¿A qué obedece su éxito
sobre un tema tan escabroso? No proporciona la moralina identificatoria del
reparto entre buenos y malos y la última imagen, la que (se) incendia (en) la
retina, no se presta a lo que algún grillado benjaminiano secularizado podría
despachar como “dialéctica en estado de suspensión”. Es decir, una nada
museística parasitaria.
La conseguida ambigüedad
icónica, abierta a las posibilidades más contrapuestas, me parece ser una de
las claves del éxito de la película. Responde a un tipo de cine que pretende lo
que podría denominarse la “nueva visibilidad”. No moraliza, no denuncia,
simplemente hace visible. Los policías cazan a los jóvenes porque no se
resisten a subir los vídeos de sus fechorías a las redes sociales, pero esa
peligrosa visibilidad es la misma que amenaza también sus abusos. En ese contexto, la
figura que observa la marabunta en los cuadros de los pintores flamencos es
ahora un adolescente que espía con su dron a las chicas y se pasea por los
tejados de su barrio. Esos planos generales difuminan la miseria de los bloques
en una blancura caliza pero también ofrecen picados de las calles en las que se
desarrolla la violencia dando la sensación en picados y contrapicados de juegos
de abismos que suben o bajan. No son imágenes suspendidas sino imágenes a la
espera de acontecimientos que se siguen repitiendo, en bucle, como pasa cuando las imágenes no esconden, como dicen, sino que se esconden las imágenes haciendo necesaria esa nueva visibilidad de
lo que hay, pero falta. Al final, sabemos más, aunque no por ello tenemos que
sentirnos mejor y, desde luego, no mejores. Ellos tampoco. A los que tienen algo diferente que mostrar les agradecemos que nos ayuden a conocer, más que comprender, el mundo en que vivimos, de ser peores ya nos encargamos nosotros.