Los
abajo firmantes son un meme que se replica desde la resistencia al franquismo,
los avatares de la Transición, la azarosa democracia hasta el sindiós actual.
Los abajo firmantes conminan al presidente del gobierno a que ni se le ocurra
pactar con Podemos mientras que otros abajo firmantes le apremian para que se
deje de mandangas y lo haga, pero ya. Unos y otros argumentan con ideas y
principios sin desdeñar la oportunidad del momento histórico. Lo cierto es que
la cosa es mucho más seria: se trata lisa y llanamente de poder, antes llamado
servicio público y ahora sillones. El posfascismo posmoderno en el que estamos
instalados muestra sus dientes y se deja de remilgos cuando se llega al límite de
conquistarlo o defenderlo tal como lo hacía el fascismo clásico. Las llamadas
gentes de la cultura y el espectáculo (¿No son lo mismo?) habituales abajo
firmantes se sienten todavía obligados a ejercer ese papel de mediadores
ilustrados que les atribuía Kant en supuesta representación de un pueblo sin
voz. Claro que antes no había redes sociales gritonas ni se podía montar una consulta a
las bases en unas horas para que avalaran lo decidido por el líder único. Son
los beneficios telemáticos de la democracia directa. Con ella no hacen falta
los intermediarios y certifica el ocaso de los abajo firmantes que solo se
representan a sí mismos y, a veces, ni eso.
Las NNTT
han acabado con el intelectual clásico y dado paso al influencer; la tribuna de
papel a la tertulia audiovisual; la idea a la ocurrencia; los hechos al relato.
Lo importante es ganar el relato, es decir, presentarse como víctima de la
maldad del otro, de su ansia de poder y de sillones. A Pablo Iglesias se le ha
debido quedar cara de Urdangarin cuando este recriminado por su augusto suegro
(él por Sánchez) debido a su falta de ejemplaridad contestaba que es lo que
hacen todos. Eso es ejemplaridad, seguir y dar ejemplo. Un español bien nacido
es un español ontológicamente indignado al que la vida, la administración, los
vecinos y el Estado en cualquiera de sus manifestaciones hará una o muchas
faenas a lo largo de su vida, especialmente a través de la agencia tributaria y
que, en cuanto puede, se lo cobra. Sin remordimientos, porque se le debe todo,
sin matices. La herencia del fascismo en el posfascismo posmoderno de la
democracia española es la ausencia del sentido de lo público, no la confusión
de lo privado y lo público, como se dice. Desde esta ausencia del sentido de lo
público se explica mejor el caos político en el que todos los partidos se
apresuran a construir el relato de que ellos no han sido, pero todos quieren su
parte. Todos son las víctimas de un combate de egos. Pobres…de nosotros.