Una de las razones que dieron los críticos franceses para la enésima muerte del arte es que se había disuelto ya en lo “gaseoso” de la experiencia estética. Y citaban como ejemplo las noticias (que no críticas) de las exposiciones, los textos de los catálogos sin (con) los cuales era (todavía más) ininteligible, y las numerosas obras de literatura que, con espíritu tardorromántico y llenas de buenos sentimientos, lo tomaban como pretexto. En resumen: lo esencial del arte habría desaparecido en lo insustancial de lo estético. Ello no obsta (o quizá es debido) para que el llamado “esencialismo blockbuster” de la literatura con arte obtenga hoy día buenos éxitos de crítica y de mercado.
Entre las obras que han aparecido recientemente cabe destacar dos: La luz es más antigua que el amor, de Menéndez Salmón, y La carte et le territoire, de Houellebecq. Los libros de Menéndez Salmón parecen haber sido escritos en la oscura cueva de un eremita cuya cabeza ha pasado demasiado tiempo expuesta al sol. Restos de las tremendas tentaciones de la carne que ha debido sufrir se advierten en terribles palabras que a veces se le escapan aquí, como polla y cabrón. En este libro el lector tiene subidas y caídas de tensión frecuentes, ya que se trata de una escritura en noria con momentos sublimes y depresiones cursis (p.51), propias de un barroco hispano, mestizo de expresionismo alemán, cuyo vértice apunta a Schopenhauer. La crítica y el mercado no se resisten a este cobrador del frac, cultivador de una coprofilia relacionada con el Mal y la Nada, rebosante de profundos y torturados sentimientos, siempre con el maletín de la cita oportuna. No me gusta, (y eso que nuestros acuerdos no son menores: “nuestra enfermedad, Alphonse, la heredada del siglo más terrible, es la hermenéutica”) pero reconozco que es bueno, muy bueno, en lo que hace, y una fuente inestimable de información sobre qué hay en realidad de nuevo en parte de la llamada “nueva literatura”, que tanto se publicita.
Las Escuelas de Creadores han dado con la fórmula de éxito para tiempos de crisis: sobras románticas pasadas por la turmix del acreditado método chino de escritura: guardias de 24h y el todo a 1€ de los blogs. Lo invaden todo, ocupando los nichos editoriales y de la crítica, y encima a estas alturas todavía se quejan de incomprendidos. Son unos genios, la hormiga atómica. En las conferencias de congresos llamados informales (pero con créditos académicos) ya leen de corrido aferrados a papeles, como Habermas en persona, y con parecida dificultad de entendimiento. Es lo que hay, quizá lo mejor que tenemos…
Aparentemente nada en común con el libro de Houellebecq, un Nietzsche de secano para clases medias. Si acaso ese yo unamuniano de autor, que Ortega calificaba de ornitorrinco, ahora menguado en chiguagua, y que no deja de aparecer en cualquier libro de literatura que se precie de tal, autoficción, creo que lo llaman. ¿No era personalísima la obra de los autores del de nobis ipsis silemus, Bacon y Kant, sin tener que estar refiriéndose todo el rato, en medio de mohines irónicos y graciosos, de risillas monjiles, a sí mismos? No es este el caso y, en los excesos retóricos de Salmón y la inhumana frialdad de Houellebecq, lo que se advierte detrás de la pantalla del yo es una ternura por la desdichada condición humana, capaz de las mayores indignidades pero también de la más conmovedora belleza. Pero no es mi intención el celestineo de posible afinidades sentimentales, sino más bien apuntar una sensación nacida de lecturas paralelas.
Cuando se habla con amigos del nuevo cine español hay algo que siempre sale a relucir expresado de distintas maneras. Lo que le diferencia del extranjero, salvadas las excepciones, ya no son los temas, la técnica e incluso, a pesar de que se mantiene una considerable distancia, los medios. Es, más bien, un punto de irregularidad en las películas que no se sabe muy bien de dónde proviene, si del guión, los actores o el pulso del director. Pero la diferencia se nota y la conexión decae momentáneamente. Y es inútil que clamen por las salas semivacías y las películas descargadas. (Continuará).
Antes que el guión, la puesta en escena o los medios técnicos, lo que más me chirría en el cine español, en la mayoría de los casos, son las interpretaciones de los actores, a los que noto poco creíbles en sus papeles, y sospecho que esto se debe, la mayor parte de las veces, a desaciertos del casting (no sé por qué, siempre me imagino al productor soplagaitas de turno imponiento a tal actor o tal actriz no porque les pegue el papel, sino sencillamente porque son los nombres de moda). Por otro lado, también percibo unas descompesaciones brutales en las interpretaciones (un diálogo cara a cara entre, pongamos por caso, Fernando Fernán-Gómez y cualquier niñato de una serie para adolescentes de TV). Aunque no sea un fanático de su cine -lo consumo, sin más-, debo reconocer que uno de los directores que casi siempre acierta en el casting y que logra mantener un cierto equilibrio en las interpretaciones es Pedro Almodóvar -director al que, no en vano, halagan todos los actores precisamente por la manera que tiene de cuidar este aspecto tan decisivo de la película-. Otro director que también conseguía esto, a mi entender, era el recientemente fallecido Luis García Berlanga.
ResponderEliminarSaludos.
B.
¿Hay alguna obra de Houellebecq que tenga valores literarios?
ResponderEliminarLos términos "provocativos" de su vocabulario no aportan nada artísticamente.
"Aparentemente nada en común con el libro de Houellebecq, un Nietzsche de secano para clases medias"
ResponderEliminarAfortunadamente muchos nos pensamos lo mismo.
por cierto, qué cosas eso de "para clases medias". hay alguno para "clases altas"? querría leer esto, claro...
Contestando al anterior comentario.
ResponderEliminarEn mi humilde opinión el snobismo, del que todo el mundo quiere hacer gala hoy, hace difícil hablar de producción de literatura para "espíritus nobles" "clases altas" o "lectores de alta cultura". Todo entra en el saco de la producción en cadena: copy and paste de la literatura (ciertamente alienación de quien la escribe y de quien la lee), en la que ya da igual leer el libro editado este mes o el que se editará el mes que viene. El que todo se identifique con todo tiene por consecuencia de que ya nada se identifique consigo mismo. Así la literatura ya no tiene identidad artística, sólo comercial, en la que el dinero es el "ens realissimum" intercambiable por todo. La literatura se identifica con él, y es intercambiable en identidad por cualquier otra cosa: también la alta cultura.
Un saludo.