Si al comienzo
de este comentario dije que me iba a acercar desde la estética política al
tratamiento filosófico de los dilemas
por parte de Habermas no ha sido por falsa modestia ni por abordarlo de modo
lateral y en escorzo. Todo lo contrario. No es para aventurar una frágil
hipótesis, sino para sustentar una tesis fuerte: los contenidos del artículo
vienen determinados por el lenguaje empleado y de ahí la importancia del
análisis del primer párrafo. O para decirlo en otros términos: Habermas emplea
un lenguaje emocional para verter unas reflexiones pretendidamente solo
racionales. Está en su derecho, pero no en censurar entonces su uso en los
demás. Pide sosiego a los otros, pero como reza ya en el título del artículo
(“Guerra e indignación”) él también está “indignado”.
El lenguaje que
emplea Habermas en este primer párrafo entra de lleno en algo que conoce muy
bien de la Escuela de Frankfurt y es, en palabras de Adorno, la “jerga de la
autenticidad”, título además de un opúsculo suyo. Aunque en él se analiza la “jerga”
de Heidegger como paradigma de un nazismo vacuo y decisionista, lo cierto es que
la “jerga de la autenticidad” es un procedimiento de manipulación emocional
usado tanto por Sartre como Heidegger, por dictaduras y democracias, derechas e
izquierdas. Es el reino de lo que se ha denominado como los “significantes
vacíos”. Con la jerga de la autenticidad uno puede estar mucho tiempo (yo lo he
comprobado) haciendo afirmaciones contundentes, cuanto más abstractas, mejor,
que hacen vibrar a un público, mientras que a otro le resultan ininteligibles e
indiferentes. El objetivo no es informar, sino conmover, mover para hacer algo. Por
eso es una jerga, es decir, inclusiva y excluyente, solo para los que están
sintonizados en la misma onda emocional, que no tiene que coincidir con la reflexiva.
La pregunta ahora es la siguiente: ¿Cuáles son esas frases en el texto de
Habermas? ¿Cuál es la sintonía?
Vayamos a los tres ejemplos que cité en el post anterior. Tras unas líneas no exentas de palabras grandilocuentes vienen: “La presencia mediática de los acontecimientos de esta contienda domina nuestra vida”. La traducción está bien, pero hay dos palabras que suenan más fuerte en alemán, “beherrscht”, domina en el sentido de control total, y “Kriegsgeschehen”, contienda, pero no se trata de una cualquiera, sino de acontecimiento bélico, como luego precisará el traductor en nueva versión de la misma palabra alemana. Cuando habla Habermas de presencia mediática suena algo así como en general, pero se está refiriendo a algo concreto, no a la presencia mediática de los periódicos, que él mismo suele utilizar, sino de las imágenes y las redes sociales. Habermas, como otros, no está en contra de la presencia del intelectual en (esos) los medios, sino del intelectual mediático, el que utiliza los nuevos medios. Por tanto, la palabra “presencia” se refiere al modo de “presentación” de esos acontecimientos en el sentido de “mediático”, domina de tal forma que no da lugar a la información, ni a la reflexión, ni a tomar decisiones adecuadas. Lo mediático unido, pues, a los nuevos medios y especialmente al “poder de las imágenes”.
La
descalificación de Habermas encuentra una sintonía, no solo en los “más viejos”,
a los que se refiere al final del párrafo, sino en todos aquellos que han empleado
y emplean la “jerga de la autenticidad” cuando se refieren a los nuevos medios,
y que puede resumirse en una palabra que emplea Habermas y otros muchos, “impacto”:
información apabullante y desinformadora, “poder de las imágenes” que se
traduce en la famosa expresión de que padecemos una “sobredosis de imágenes”. Bukovski
se asombraría ahora de que su feliz asociación de imagen y droga continuara
teniendo tanto éxito. La emplearon en los años 80 del siglo pasado con lo
digital y lo emplean ahora viejos conservadores y nuevos conversos de la
izquierda que antes defendían lo contrario, ya se sabe, de la vida en la
pantalla a la soledad de todos juntos en la pantalla. Nuevamente, el uso se
descalifica como abuso, el proceder como totalitario, heredero de otros
totalitarismos.
En esto coincide Habermas con ellos, con más
conocimiento de causa, justamente por ese factor generacional. La utilización
del “poder de las imágenes” ha sido el proceder favorito del nazismo en Alemania.
La frase “el poder de las imágenes” tiene una siniestra historia en Alemana
unida al nazismo y la Segunda Guerra Mundial. En 1993 se estrenó el
impresionante documental El poder de las imágenes de Ray Müller sobre
Leni Riefensthal, la tildada como cineasta del Tercer Reich. La frase ha
quedado asociada a la manipulación emocional icónica propia de los
totalitarismos. El documental de la directora, ya sea sobre el Congreso del
Partido o los Juegos Olímpicos, se convierte en publicidad y esta se revela
como un instrumento eficaz de la propaganda política. El pobre presidente
ucraniano, que se defiende desesperadamente con el único “poder de las imágenes”
para pedir ayuda, no sale bien parado en esta asociación de Habermas. La posible
razón de sus demandas queda contaminada por la supuesta irracionalidad del instrumento
utilizado. ¿Irracionalidad?
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