Decision to leave (2022) dirigida por Park Chan-wook.
¿“Amour fou”, “femme fatale”? Nada de
eso. A quienes lo enfoquen así no extraña que se le hagan largas las dos horas
y veinte que dura la película. Una vez traducida a esas categorías occidentales
parecen sobrar muchas escenas despachadas como “virtuosismo visual”. No son el
“noir” ni tampoco el “rouge” los colores de la película, sino algo etéreo que
impregna la ciudad y que los personajes subrayan: la neblina. No una niebla
espesa que impide ver sino esa neblina delgada y sucia que no permite la
definición, los perfiles acusados. La neblina es la metáfora de la indefinición
de los personajes y la ambigüedad de las situaciones. Las palabras son
incapaces de penetrarla y no será por falta de recursos, ya que el director ha
estudiado filosofía.
El director propone otro camino, el de las imágenes. En la comisaría el detective (Hae-Joon) le ofrece a la mujer ( Sore) la posibilidad de explicarle la muerte de su marido mediante palabras o fotos y ella elige fotos. Esto tiene sus consecuencias. Pocas veces se tiene la ocasión de ver un thriller cuyo protagonismo no está en la acción, sino en las imágenes, que no solo la documentan, sino que la interrumpen y desvían.
Se trata
de microimágenes, no imágenes pequeñas (de hecho abundan los primerísimos
planos) sino imágenes de lo pequeño, de
lo cotidiano, como las muestras de la violencia misma. El otro aspecto
importante es que se trata de imágenes de tecnología háptica: manos y teléfono
móvil, uno como prolongación de las otras.
El misterio se hace cotidiano a través de
las imágenes que tienen su tiempo, un tiempo lento, se demoran en la pantalla
para ser vistas en detalle. En ese sentido estorban, si se trata de verlo todo solo
bajo la óptica de la narratividad, de contar una historia. Esto hace que la
película no pueda ser catalogada sin más como un thriller, la acción, que la
hay, cede su protagonismo a las imágenes ensimismadas. Las más potentes y
poéticas de todas son las que al final dan el título a la película, ajustado,
no esteticista.
Hay mar y montaña, pero no son imágenes
espléndidas porque reflejen una naturaleza sublime. Todo lo contrario. Vemos
por la lente del móvil. Omnipresente. Son imágenes técnicas, de primerísimos
planos y con una alta resolución, pero en la mayor parte de los casos
recortadas, encuadradas. Cuando ascienden a la montaña hay un contrapicado del
móvil en busca de cobertura que se convierte en un ídolo de recurrencia.
Esto corta cualquier sentimentalismo romántico al uso. Y, al mismo tiempo, en
la comunicación a través de los breves caracteres muestra la soledad en cada
momento y el deseo y la imposibilidad de amar. Lo que predominan son silencios,
en que no saben qué decirse, quizá tampoco porque no saben lo que pasa, lo que
les pasa. Al igual que el espectador, asisten perplejos a unos episodios que
van teniendo lugar sin ellos. Los dos
personajes centrales siguen unas pautas de extrañeza propias de
Murakami o el cine de Wong kar wai.
Él, pasivo, atraído por algo que no comprende,
que se sustrae al trabajo de análisis de la policía. Y ella, con unas capas de
cebolla de misterio que no se desvelan al final. No hay salida, de ahí la
decisión de dejarlo, de abandonar. No es el detective al uso, hiperactivo,
cínico y con restos de moral propia, sino un hombre melancólico, silencioso, al
que le suceden cosas. La protagonista femenina responde al tipo de personajes inasibles
de ese tipo de cine oriental mucho más interesantes que los masculinos. Ellas misteriosas,
ellos ensimismados, atraídos por lo que no entienden, incapaces de resistirse.
No hay sol en la película, sino neblina. Es la metáfora del misterio sin enigma, el territorio de la ambigüedad.