“Como Paolo y Francesca, los amantes del poema de Dante, se dijo. Se habían amado con pasión, pero habían sido condenados a no volver a ser amantes nunca más, dando vueltas para toda la eternidad en los vientos del averno, cerca pero nunca juntos de nuevo, atrapados en su círculo del infierno romántico…”
Cierto, pero también que se trata de los amores imposibles (no exactamente) de un pícaro y de una pragmática, de Cashel y Raphaella. El uno convierte a su amor verdadero en algo inalcanzable, que da sentido a una vida de tumbos por Londres, Paris o Boston. Se queja de no haberlo conseguido, pero, al mismo tiempo, le entra la duda de qué hubiera pasado de haberlo logrado, el temible día después en La educación sentimental de Flaubert, cuando ella viene finalmente a ofrecerse a Federico. Baudelaire le decía al lector: “Tú conoces, lector, a ese monstruo delicado, ¡hipócrita lector -mi semejante- mi hermano!” […] ¡es el Aburrimiento!”. Cashel reflexiona: “…y se le ocurrió que, tal vez, para una persona como él, una persona de su carácter, sus sentimientos por alguien inalcanzable eran más poderosos que sus sentimientos por alguien a su disposición”. La, no menos apasionada, pero juiciosa Raphaella se lo explica: “Tal vez, si te hubieras quedado en Rávena, no habrías tenido una vida tan plena, tan intensa. —¿A qué te refieres? —Me refiero a que debemos aceptar las vidas que nos ha tocado vivir, no imaginar las que podríamos haber vivido.”
Lo llamativo de esta novela es que se mueve entre los puntos de vista de ambos personajes, no exclusivamente del “héroe” masculino como en las tradicionales. Es ella la que posibilita el título de la novela. Y pone en valor la contraposición entre el impulso y las circunstancias como ingredientes de una vida plena que el protagonista acaba reconociendo al final. No una vida al límite, como en el tópico romántico, sino en el límite, lo que ha sido posible, pero sobre todo, lo que puede ser. Las circunstancias no son simplemente un impedimento sino aquello que le ha permitido realizarse, los enemigos, pero también la amistad; sufriendo cárcel, pero también disfrutando de rentas que le han permitido flotar en esos vaivenes, a medias entre el destino y la propia ineptitud. Como un globo que se eleva y es arrastrado por el viento a no se sabe dónde, diluyéndose en la circunstancia, en su tiempo. De este modo, llega a la reconciliación consigo mismo y, sobre todo, con su siglo, el nuevo tipo de romanticismo que se abre, más allá de la nostalgia y el anhelo, el de lo por venir, más que del porvenir. Ya no es solo el romanticismo de los sujetos sino de los objetos: “Estaba entrando en un mundo nuevo, en una nueva fase de su vida. Se alegraba de haber vivido lo suficiente para haber llegado a conocer los ascensores, el telégrafo, la calefacción por agua caliente y el retrete que se llevaba la porquería a alcantarillas lejanas. Lamentaría habérselo perdido”.
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