Siempre a la búsqueda de personajes poco comunes le interesa llegar al quién a través de lo que ha hecho. Le interesa comprender más que juzgar, y en este caso se advierte la fascinación distante por un telepredicador que es un fraude auténtico, no al revés. Suele haber un elemento común cuando se trata de casos de creación de imagen: dicen querer todo lo contrario de lo que son. Más aún, como buenas víctimas que ansían hacerse perdonar el éxito que buscan por todos los medios repiten una y otra vez que necesitan un descanso de sí mismos. Más todavía, oficiando como filósofo posmoderno y precartesiano, ni siquiera puede demostrar que existe: la insoportable levedad de ser de un estajanovista de la telepredicación lucrativa. El propio Herzog, con su cálida voz, hace de intérprete mientras el sujeto va contando el dinero que llega. Mira y escucha su arranque de cólera porque no acaban de llegar los mil dólares que faltan para completar la recaudación prevista.
Los documentales de Herzog son una mezcla de curiosidad, respeto e ironía. Esto último lo pone siempre la imagen discordante que rebaja la sublimación: el pingüino suicida, la gallina bailadora, el caimán albino después de la excusión metafísica en las cuevas, las bandadas de monos en la balsa y ahora esa imagen del mono chocando los platillos y enseñando el trasero. Dialoga con la gestualidad simiesca del cantante que advierte del final que les espera a los que no comparten su dinero. Ya lo dice el título: Fe y moneda.
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