Esa ecuación arte y vida limitada al individuo, salta por los aires cuando se
trata, en realidad, de la de arte y sociedad, que le sobrepasa. Al radicar el arte en, de, y para
la sociedad, lo que muestra la película no es tanto una sociedad enferma en
Europa, sino en el país de “acogida” (“no nos quieren”, dice Toht, “lo
toleramos”, le dicen a él). Se confirma así la experiencia de muchos exiliados en USA de que
el capitalismo era la otra cara del fascismo, no menos depredador. Será la tesis que mantenga cierta
izquierda en los años 50 y 60 del pasado siglo. En concreto, los
frankfurtianos. Por ello, el brutalismo ya no es solo la etiqueta de un
movimiento artístico sino una característica de la sociedad, ¿solo de esos
años?
Interrumpiendo la larga duración de la película aparece a la
mitad una foto de ajuste invitando a un descanso (controvertido) y a visitar lo que en aquellas
épocas llamaban “nuestro selecto ambigú”. Esa segunda parte lleva por título
“El núcleo duro de la belleza”. Efectivamente, hay un núcleo de violencia en la
belleza y en torno a él gira la película. El trasfondo del Holocausto hace casi
inevitable la mención de teorías estéticas que lo tienen en cuenta. Sin embargo, en este caso se dan algunas variantes.
“La afinidad de toda belleza con la muerte tiene su lugar en la idea de forma pura que el arte impone a la pluralidad de lo vivo, que en él se apaga. En la belleza no turbada se habría calmado por completo lo que se le opone, y esta reconciliación estética es mortal para lo extra estético. Este es el luto del arte.” (Adorno. Teoría estética).
La belleza del arte supone aquí la destrucción de lo real para construir lo ideal. En otros términos, y según Adorno, la belleza del arte es la herida que este inflinge a la naturaleza. De modo que no hay arte sin violencia. Esa brutalidad del arte tiene consecuencias y se traslada al abuso humano. En la película la vista de la herida causada en la montaña para extraer el mármol en Carrara es, a la vez, bella y terrible. Y el arte no sale indemne de ello. Tampoco el ser humano. El mismo arquitecto participa como verdugo y víctima de esa doble violación. Señalaba Adorno que una sociedad enferma solo puede crear obras de arte enfermas, llenas de la violencia que creyó combatir y que acaba sublimando. Están hechas del sufrimiento humano. Ese es el verdadero núcleo. De modo que, nos indica, si supiéramos el enorme sufrimiento humano con el que han sido amasadas grandes obras de arte (pirámides, catedrales) se nos amargaría el placer estético con que las contemplamos.
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