“Ese panorama cero parecía contener ruinas
al revés, es decir, toda la construcción nueva que finalmente se
construiría. Esto es lo contrario de la «ruina romántica», porque los edificios
no caen en ruinas después de haber sido construidos sino que crecen hasta la
ruina conforme son erigidos. Esta mise-en-scene
antirromántica sugiere la idea desacreditada del tiempo y muchas otras cosas
«pasadas de moda». […]
Passaic parece estar lleno de «agujeros» en comparación con la ciudad de
Nueva York, que parece compacta y sólida, y esos agujeros son, en cierto
sentido, los vacíos monumentales que definen, sin pretenderlo, los vestigios de
la memoria de un juego de futuros abandonado.[…]
Esta fotografía se encuentra en la página oficial de la
Unesco. La precede la siguiente descripción: “En el siglo I d.C., el poder
imperial romano empezó a explotar el yacimiento aurífero de este sitio del
noroeste de España recurriendo a una técnica basada en la fuerza hidráulica. Al
cabo de dos siglos, la explotación se abandonó y el paisaje quedó devastado.
Debido a la ausencia de actividades industriales posteriores, las
espectaculares huellas del uso de la antigua tecnología romana son visibles por
doquier, tanto en las pendientes montañosas desnudas como en las zonas de
vertido de escorias, que hoy están cultivadas”.
Entre los 10 criterios que maneja la Unesco, naturales y
culturales, para declarar un bien Patrimonio de la Humanidad son los 4 primeros, culturales, los que han sido utilizados para tomar la decisión. En todos ellos la
candidatura que se presenta tiene que ser “excepcional”, un ejemplo
sobresaliente que no tiene por qué ser ejemplar. A menos que se rescate esta
palabra con toda la riqueza de la ambigüedad que le corresponde.
Así el
criterio primero: “representa una obra maestra del genio creativo humano”. Pero,
quizá, el que mejor se le adecua es el criterio 5 no aducido: “ser un ejemplo
excepcional de una tradición de asentamiento humano, utilización del mar o de
la tierra, que sea representativa de una cultura (o culturas), o de la
interacción humana con el medio ambiente, especialmente cuando éste se vuelva
vulnerable frente al impacto de cambios irreversibles”. Es la descripción de lo
sublime tecnológico que va más allá de la consideración tradicional de lo
sublime natural. Es lo sublime tecnorromántico.
Lo ejemplar se refiere aquí a lo excepcional y esto a lo
espectacular, a su carácter de espectáculo organizado, lo que implica una conservación y gestión. Si Plinio hablaba de la maldita hambre del oro, de cómo el
descubrir el oro fue la pérdida de la humanidad, en términos éticos, si el Angelus Novus de Paul Klee lamenta las
ruinas del progreso en interpretación de Benjamin, no sucede lo mismo con
Smithson quien ve lo inevitable de la explotación minera a la vez que el
inconveniente de los residuos siendo aconsejable la intervención artística para
crear un paisaje cultural estético.
Lo natural y lo artificial se funden,
confunden, creando ese paisaje cultural en el que un futuro abandonado es un
pasado recuperado. Los criterios de la Unesco no aluden a políticas
situacionistas simples, tampoco a políticas dialécticas edificantes sino a políticas
ciudadanas complejas entre las que se incluyen la conservación y gestión del
bien cultural.
Esa recuperación significa la posibilidad de la construcción
de un futuro en una complejidad que reúne como en un puzle todos los elementos
anteriores. Lejos del determinismo tecnológico, como del antropocentrismo, el
humanismo tecnológico cree que el futuro humano está en las manos humanas, que todo
depende de nosotros, frente a la irresponsabilidad edificante de las
concepciones anteriores. En términos de Smithson los restos de los antiguos
castaños introducidos por los romanos como alimentación energética de los
trabajadores astures parecen decir: “si el futuro está «pasado de moda» y
«anticuado», entonces yo había estado en el futuro”.
Pero también hay otros futuros,
algunos son “ruinas al revés” que echan brotes, futuros no previstos, construyen
el monumento desde la ruina y ya no son entrópicos posmodernos sino modernos
ciudadanos para vivir en, con y de ellos. Y en ese sentido Las Médulas no son
solo el espectáculo de un pasado abandonado sino de un futuro recuperado en el
abandono de ese pasado. Merece la pena estar ahí.